No hay medio de la prensa comercial que no se “queje” y maldiga porque la imagen de Ecuador se ha engrandecido a nivel mundial tras el otorgamiento del asilo a Julian Assange y las resoluciones de la OEA, ALBA y Unasur.
Eso en términos criollos se llama “cochina envidia” y hasta una suerte de remordimiento por no saber cómo procesar un acontecimiento político de magnitud histórica a partir de la evidencia objetiva de la realidad y no de los prejuicios ideológicos y hasta personales.
El Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa ha escrito y sus fieles ahora reproducen sus conceptos, salvo por aquellos en los que señala que los documentos públicos no deben ser “del todo expuestos”. ¿Qué dirán de ello la SIP, Fundamedios o la Aedep que abogan denodadamente por la transparencia absoluta? Bueno, eso cuando les conviene, porque cuando las tres organizaciones se nutren de fondos que no revelan de dónde vienen no hay transparencia que valga. El periodista Andrés Oppenheimer usa como fuente primordial de sus análisis a Emilio Palacio, quien mintiendo quiere denunciar lo que supuestamente ocurre en Ecuador, donde él ya no vive.
El periodista argentino-estadounidense considera inadmisible que se defienda la libertad de expresión de Assange y se “persiga” a los periodistas de Ecuador. ¿Por qué no viene al país, se da una vuelta por las redacciones de los diarios, canales y radios y comprueba dónde se violenta la libertad de expresión?
Lo cierto es que la arremetida mediática contra Ecuador por osar declararse defensor de la libertad de expresión, como si fuese un pecado, no va a parar. Solo ellos pueden defender ese derecho humano, y lo harán, aparentemente, desde la lógica del mercado y los réditos de la publicidad, única lógica que no violentan jamás, aunque se trate de defender a personas en situación de riesgo.