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El Telégrafo

Alimentar el alma leyendo

12 de agosto de 2018

El verano ha empezado, aunque un poco más tarde de lo esperado. En los hogares es normal pensar en esta época sobre la manera más llevadera de pasarla, algunos lo harán trabajando en mayor medida, mientras que otros se dedicarán a actividades más agradables y muchas veces esperadas, como tomar vacaciones, o simplemente encargarse de asuntos pendientes de atender relacionados con la familia, los hijos, los amigos, la casa. En cualquier caso, será importante dar tregua al cuerpo y alimentar el alma, por ejemplo, a través de una buena lectura. Como me lo dijo hace un tiempo un joven librero en Quito: “hay que leer literatura para que no se seque el alma”.

Lo cierto es que la lectura realizada como hábito y no solo cuando el calor sofoca, siempre proporcionará beneficios en forma placentera al que la práctica. Este ejercicio intelectual acrecienta los conocimientos y la cultura, cuestiona desde diversas experiencias, afina los sentidos y cambia las apreciaciones del mundo, transporta en el tiempo y en el espacio sin necesidad de pasaporte, así mismo abre puertas de realidades desconocidas y complejas; en suma, las letras y las palabras escritas y entretejidas con maestría son bálsamo para los sentidos.

La novela, el ensayo y el cuento, por citar unas pocas manifestaciones literarias, nos aportan de insospechadas maneras, así, por ejemplo, se puede encontrar una obra realista, de denuncia social en

“El éxodo de Yangana” (Rojas), una romántica con claros contenidos culturales, integradores e indigenistas en “Cumandá” (Mera), una que toca fibras sensibles en “El olvido que seremos” (Abad), una de realismo mágico africano en “Teoría general del olvido” (Agualusa), una que muestra lo digno e indigno mezclado en una vida en “Los restos del día” (Ishiguro).

Hay para todos los gustos, lo importante es impedir que el alma pierda sensibilidad y se endurezca, simplemente para ser más humanos y resistir ante el mundo que nos reta y envuelve. (O)

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