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El Telégrafo
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Tiro al blanco, pero le doy al negro

Tiro al blanco, pero le doy al negro
01 de abril de 2012 - 00:00

Y no es porque como dice el negro, quejándose del prejuicio racial, “si un negro corre es un ladrón” y “si el que corre es blanco es un deportista” sino porque el negro que corre simboliza la cultura negra huyendo de la brutalidad que le ha dado y sigue dándole la depredadora cultura blanca.  

Así, le tiro al blanco depredador y le doy al negro en este orden: la lucidez de la ceguera, el jazz y El hombre invisible, es decir: l. A Milton alusivo y profundo, como a James Joyce y a Jorge Luis Borges, la ceguera le estimuló la riqueza verbal barroca y la claridad visual…; 2. (…) el mayor logro estético de los negros estadounidenses es la obra de los grandes maestros del jazz, como Louis Amstrong, Charlie Parker y Bud Powell, entre otros. Al mismo tiempo, el jazz es el único arte autóctono de los EE.UU; y 3. (…) los escritores estadounidenses de raza negra no han estado en situación de fundar un arte literario original. El hombre invisible (1952), de Ralph Ellison, sigue siendo la novela más vigorosa escrita por un negro norteamericano y (Ellison mismo lo reconoció) tiene palpables deudas con Melville, Mark Twain, Faulkner …

Trato de afinar la puntería pero nada: orino siempre fuera del tiesto. Por eso, entre la seducción y el deseo confundo al seductor con lo deseado y no doy una, hasta que me topo con Baudrillard, quien hace las siguientes reflexiones y, finalmente, entiendo un culo.

El orden en que las transcribo es mío: 1. El sujeto solo puede desear, solo el objeto puede seducir; 2. Todo parte del objeto y todo vuelve a él, de la misma manera que todo parte de la seducción y no del deseo; 3. El objeto solo quiere seducir, así es como juega con su servidumbre, igual que los animales con su silencio, las piedras con su indiferencia, las mujeres con su mirada, y (el objeto) gana siempre; 4. Solo existe el ritual, y el ritual es del orden de la seducción. El amor surge de la destrucción de las formas rituales, de su liberación; 5. Lo típico de una pasión universal como el amor es que es individual, y que en ella cada cual se encuentra solo; 6. El amor no existe. Debería poder existir pero no existe. La sublimidad del amor reside en la anticipación de su propia muerte.

Reitero lo dicho: No entiendo un carajo. Soy bruto, de brutalidad absoluta, como el objeto del deseo, el silencio de los animales o la mirada de las mujeres. Conclusión: Ninguna positiva, siempre pierdo.

Tal vez el psicoanálisis me ordene el coco, y recurro (con todo respeto), a sus trampas y destrampes. Ajusto la mira cuidadosamente, fijo el blanco, tiro. Cataplum. 

Hojeo Lecturas, volumen II, de Lacán. 

Leo y repito (un poco como loro, otro como entendiendo, algo como haciéndome el pendejo) los siguientes fragmentos: El inconsciente tiene la estructura radical del lenguaje; en él un material opera según unas leyes que descubre el estudio de las lenguas positivas, de las lenguas que son o fueron efectivamente habladas: Nuestra doctrina del significante es en primer lugar disciplina en la que se avezan (acostumbran) aquellos a los que formamos en los modos de efecto del significante en el advenimiento del significado, única vía para concebir que inscribiéndose  en ella la interpretación puede producir algo nuevo. La interpretación se convierte aquí en una exigencia de la debilitada transferencia, a la cual tenemos que venir en ayuda: En esa perspectiva la transferencia se convierte en la seguridad del analista y la relación con lo real, en el terreno donde se decide el combate; en lo que Freud llama Trieb, una cosa  muy diferente a un instinto, el frescor del descubrimiento nos enmascara lo que la Trieb implica en sí de un advenimiento de significante. 

¿Qué tal? ¿Está claro o no? ¿Entendemos o no? ¿Creo que entiendo o soy un loro mañoso? Perhaps dirá el ingles; maybe el gringo. Yo me callo porque no entiendo ni papa. Ni un disparo más, entonces.   

Solo queda el silencio. La nada. La estupidez humana, el infinito.

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