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Ecuador, 22 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Los miembros de la revista ‘la bufanda del sol’ también se reunieron con el creador de ‘rayuela’

La tarde que Cortázar visitó algunos ‘cronopios de provincia’ (Enlace)

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“Todos estamos esperando en la sala (con caras para la foto y un silencio lúgubre o lóbrego) la aparición del mayor ‘cronopio’ de los años setenta. Yo al menos me escondo tras de una columna para que no se le ocurra ver de frente mi desolación, pero mientras lo miro a hurtadillas pienso que la foto salió movida, que no es Cortázar quien ha entrado sino un tristísimo basquetero argentino, con apenas quince años a cuestas, alguien que está creciendo para abajo”.

Así inicia la crónica que el escritor Raúl Pérez Torres -actual presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana- publicó en 1973, en la Revista La Bufanda del Sol, tras la visita de Julio Cortázar a Ecuador.

¿Lo que lo trajo? la presentación de El libro de Manuel, que el argentino había publicado ese mismo año -y con el que obtuvo el Premio Médicis-, pero sobre todo la visita al escritor y político cuencano Jaime Galarza Zavala, quien se encontraba preso bajo el régimen militar de Guillermo Rodríguez Lara.

Como es lógico, debido a su compromiso literario y político, Cortázar aprovechó su paso por la capital para charlar con un grupo de jóvenes escritores y poetas -congregados en la casa de Javier Ponce- entre quienes se encontraban Ulises Estrella, Alejandro Moreano, Abdón Ubidia, Iván Egüez, Francisco Proaño y Fernando Tinajero. (IR AL ESPECIAL: CELEBRANDO A CORTÁZAR)

Según Pérez Torres (que en ese tiempo tenía 33 años), Cortázar era dueño de una personalidad extraordinaria, pues aunque tímido sabía transmitir con claridad y encanto  sus múltiples universos narrativos.

“Recuerdo que llegó una fría tarde de enero. Allí lo esperábamos algunos ‘bufandosos’, ‘cronopios de provincia’. Yo no tenía grabadora ni nada, lo único que tenía era susto (risas); y era normal, uno se estremece cuando tiene al frente una inteligencia tan profunda”.

Hasta entonces, Pérez Torres había leído con vehemencia obras como Bestiario, Final del juego, Las armas secretas, Historias de cronopios y de famas y la clásica Rayuela.

El escritor Abdón Ubidia también estuvo aquella tarde. Tenía 30 años y aún recuerda con emoción el momento en que Cortázar ingresó. “Era impresionante, tenía sesenta y tantos años, pero parecía que tenía una cara de niño en un cuerpo enorme. Además era tímido, condición que uno olvidaba a medida que iba escuchando esas frases pronunciadas con el río de su lenguaje, pues no había duda de que era un conversador nato. No dejaba resquicios en su discurso, lo cubría todo y todo iba dibujando con las manos, esas manos inmensas que parecían planeadas en las penumbras de aquella reunión”.

Ubidia -quien entre las obras de Cortázar destaca el cuento  Axolotl como uno de sus favoritos- asegura que el escritor argentino ‘le ha dado de comer’, pues tal ha sido su pasión cortazariana que por mucho tiempo  se ha dedicado a impartir cátedras y talleres sobre su obra, centrándose, sobre todo, en el aspecto lúdico de su escritura.

Otro que recuerda vívidamente esa reunión es el narrador, ensayista y catedrático Fernando Tinajero, quien tenía 33 años y era el único que había conocido a Cortázar, previamente, en París.

“Tenía el espíritu tan curioso como el de un niño, por eso estaba abierto a todas las fantasías que se podían imaginar. Eso nunca le quitó  el sentido de responsabilidad con su tiempo. El libro de Manuel, por ejemplo, cuyas regalías en Argentina fueron donadas a los presos políticos, denunciaba las atrocidades que cometía la junta militar, pero lo hacía en el cuerpo de la literatura, de forma magistral”.  

Cualidad, desde luego, propia de los grandes; de aquellos que cuando cumplen años -aun estando muertos- el mundo no deja de celebrar.

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