Era una tragedia ser judío en la Alemania Nazi, pero todos los pueblos del mundo, unidos, terminaron con esa ignominia. Lo mismo que fue ser negro en los EEUU, o en Suráfrica, pero las masas se levantaron y, aunque sigue la discriminación, por lo menos no hay separación en escuelas, cementerios u hospitales.
Pero todavía existe un prejuicio criminal contra el que la humanidad no hace nada. Es la misoginia.
En Arabia Saudita este crimen es bendecido por su teocracia. Y allí vive Amira, de 20 años. Es tan bella, que Salomón hubiera dicho que es una mujer hecha de sueños. Pero claro, nadie nunca podrá decirlo porque ella está cubierta, de pies a cabeza, por un pesado velo de color negro. Amira tiene, además, un cociente de inteligencia de 140, que la califica como genio. Pero nunca lo sabrá, porque su padre no le permite estudiar. Tampoco podrá votar ni conducir automóviles. Y mucho menos salir a la calle sola, porque puede ser violada o asesinada y esto se considerará un justo castigo por su provocación satánica.
Allí, en ese país contra el que nadie dice nada, con millones de mujeres sometidas a la infamia, se negó a poner en juego sus títulos de Campeona Mundial de Ajedrez –modalidad rápido y blitz-, la bella e inteligente Anna Muzychuk. Anna perderá sus títulos mundiales porque se niega a jugar en una nación con sacerdotes que consideran a las mujeres como especímenes de segunda categoría y que piden que, por satánico, se prohíba el ajedrez, pero bendicen el degollar y apedrear mujeres.
En el mundo del ajedrez no existen sacerdotes. Solo la inteligencia.
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