Estrasburgo, la ciudad francesa, es bella y, como es más antigua que la misma Roma, está llena de historias impensables.
Una de ellas se inició una mañana calurosa de julio cuando una mujer empezó a bailar, sin música alguna, en mitad de la calle. Pero no bailó una o dos horas. Se mantuvo en el baile durante seis días con sus noches, hasta que cayó muerta.
Aquel horror despertó la histeria colectiva y en una semana ya eran decenas sumadas a la locura, y en un mes fueron centenares. Los danzantes apenas hacían pausas pasajeras para mojar los labios con un poco de agua, y muchos morían de infartos y derrames cerebrales, en medio de la euforia imparable. Nada hacía disminuir aquella alegría colectiva, aunque había días hasta con 15 víctimas, la mayoría de ellas mujeres.
Ante esta epidemia, el gobierno municipal tomó medidas: incitó a sus ciudadanos a que se sumaran al baile porque aquello solo se podía curar bailando mucho más y se montaron tarimas y se contrataron músicos locales y afuereños para continuar con el tratamiento. Aquella pesadilla de la felicidad duró más de un mes.
Los científicos se han preguntado la razón de tanta sinrazón. Algunos suponen que fue una sustancia que es base del LSD y que está presente en algunos hongos que atacan al trigo. Quizás lo mismo explique otras alucinaciones como en algunos juicios de la inquisición, o en el mismo apóstol Juan cuando escribió el Apocalipsis.
Un filósofo decía que solo podría creer en un dios que supiera bailar. En Estrasburgo, en 1518, con tanta locura, se hubiera vuelto creyente.
En ajedrez el baile de las piezas también lleva a la muerte. Pero no toma tanto tiempo: