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El Telégrafo

Un Guayaquil que habla

Un Guayaquil que habla
El Telégrafo
16 de octubre de 2020 - 00:00 - Xavier Guerrero Pérez

Debo agradecer a la Dirección Editorial de Diario El Telégrafo por haberme invitado a ser parte del colectivo de quienes han dedicado tiempo y espacio a referirse sobre la ciudad de Guayaquil, en el marco del bicentenario de su independencia.

Probablemente lo que diré aquí y ahora desafine con aquel “coro de mayoría” conformado por muchos guayaquileños, incluyendo a varias de nuestras autoridades locales, en cuanto a que en la mente de ellos la expresión “celebración de los 200 años de libertad de Guayaquil” ha marcado su comportamiento en lo que va de octubre de 2020. Pero, como buen guayaquileño, valiente: ahí vamos:

Señores, la ciudad de Guayaquil fue azotada por la pandemia. Pérdidas económicas, recuperables, sí, pero no por ello dejan de ser lo que son. Aún peor y lo que realmente importa: vidas que una entidad microscópica llamada SARS-CoV-2 nos las arrebataron.

Mujeres y hombres profesionales de la salud (médicos generales, especialistas en distintas ramas, auxiliares, camilleros, personal administrativo y de servicio de las casas de salud…) prestaron todo su contingente para brindar auxilio y tratar de salvar vidas, aun a costa de su propia vida o la de sus propios seres queridos al exponerlos al contagio de la coVID-19.

Esas vidas ya no pueden realizar el ejercicio de tránsito terrenal que ustedes y yo por la gracia de Dios estamos aún haciendo. ¡Esas vidas viven en nuestro recuerdo, aunque paradójicamente notemos el vacío que nos dejaron y el silencio que nos derrumba el alma! Vidas que forzadamente se nos adelantaron. Vidas que nada en este mundo podrá suplir ni intentar servir de algún grado de consuelo.

Ante esa realidad, ¿Cabe celebrar? ¡No! Perdónenme guayaquileños y ecuatorianos, pero no. No puedo concebir en mi masa gris (algo “estropeada” por los errores propios y por los tropiezos de la vida) el momento para pensar en agasajos y demás. Tal vez esté equivocado. Aunque mi mente inmediatamente me dice (como me decía un sacerdote jesuita): ¡Ya todo pasará! ¡Ya habrá tiempo! Con ello intento decir: mejor celebremos “mañana”.

En mi visión veo a un Guayaquil que habla, que nos dice: me embellezco con la hermosura del alma de gente con calor humano, hospitalaria, solidaria y valiente. De hecho, creo que, en esta recordación de independencia, y ante el impacto de la pandemia, Guayaquil nos dice: brindemos mi celebración a homenajear a quienes lucharon y ya no están, y a quienes se dieron en los hospitales para salvarnos. 

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