Libertad también para los animales
Mi primer hogar fue la casa de mis abuelos en el tradicional Barrio Cuba en Guayaquil, ahí crecí acunada por la brisa del río Guayas, arrullada por los ladridos de los perros callejeros y el cantar fino y potente del gallo del vecino.
Desde mi ventana veía pasar por las tardes la carreta del carbonero, halada por aquel viejo burrito que, sin ninguna otra razón de ser en su vida, estaba condenado a tirar de ese cajón para ayudar a su “amo” en las labores diarias.
Los animales han sido parte de la historia de Guayaquil desde siempre y, como casi siempre y en todos lados, han sido invisibilizados, explotados y maltratados.
Los españoles introdujeron en América animales desconocidos para nuestros indígenas, como caballos, burros, vacas, toros y gallos. Estos animales llegaron para ser “usados” como comida, medios de transporte y arado, e incluso como objetos de diversión, haciéndolos pelear entre sí, en medio de apuestas.
A fines del siglo XIX se dieron las primeras corridas de toros en la plaza de la Iglesia Matriz (actual Catedral); y por muchos años se intentó hacer que el amor por este mal llamado arte, cale profundo en el sentir “guayaco”; pero en este rebelde y noble pueblo Huancavilca el sueño colonizador no logró clavar su banderilla y así fue que desterramos, en la consulta popular del año 2011, de una sola estocada y para siempre esta barbarie.
En el año 1951, el Concejo Cantonal de Guayaquil aprueba una de las primeras ordenanzas para la creación de un parque zoológico y en 1993 hizo lo mismo con la ordenanza que regulaba la protección, control, comercialización y cuidado de animales en Guayaquil, la cual básicamente controlaba el transporte de “carne”.
Fue recién en estos últimos 30 años, en los que las corrientes del pensamiento animalista arribaron a nuestro puerto, naciendo así las primeras acciones a favor de lo que hoy entendemos como la lucha por los derechos animales.
Plantones y marchas en contra de las intenciones de empresarios taurinos, de revivir una tradición que nunca tuvo arraigo en nuestra ciudad, fueron las primeras batallas callejeras, las cuales se han seguido dando a través de los años, ahora en defensa de la vida de los animales de compañía, la fauna marina o silvestre, y el medio ambiente en general.
Según la Organización Internacional de Sanidad Animal, para que un animal no humano se encuentre en bienestar se le deben garantizar «cinco libertades», enunciadas desde 1965 y universalmente reconocidas:
Todo animal debe estar libre de hambre, de sed y de desnutrición; libre de temor y de angustia; libre de molestias físicas y térmicas; libre de dolor, de lesión y de enfermedad; y libre de manifestar su comportamiento natural.
Y me pregunto si el burrito del carbonero, el perro que vive confinado en una terraza, los loros que son vendidos ilegalmente en la Bahía o los gatos que son envenenados a diario en las urbanizaciones de Guayaquil no son más que esclavos en una ciudad que alcanzó su libertad olvidándose de los más vulnerables. (O)