Sentido de fraternidad hará a Guayaquil ciudad resiliente
Nos ha tocado celebrar la alegría del bicentenario, en momentos muy difíciles, en los que el coronavirus nos encontró desorganizados, desordenados, enredados en disputas de competencias, embrollados con microtráfico y violencia, perturbados con escalofriantes noticias de política corrupta, paralizados frente a la enfermedad y la muerte. El coronavirus desnudó nuestras miserias y sentimos la soledad del miedo, del hambre, del desamparo y del terror de no saber qué hacer frente a la sonrisa de los niños clamando por esperanza.
El 2015 Guayaquil se comprometió a ser ciudad resiliente, es decir, ciudad que resiste, absorbe, se recupera de los desastres y sale fortalecida de la situación. Fue una declaración romántica, añorando el Guayaquil que rebrotó después de los piratas, los incendios, la peste, las revoluciones: un Guayaquil fortalecido después de las tragedias porque sus hijos tenían una sonrisa pues izaban una sola bandera: libertad.
Es hora de convertir en acción a esa romántica declaración; es hora de hacer un compromiso, un pacto social realista, que parta de lo que somos: ciudad cosmopolita, hogar fecundo de gente de diversas culturas, estilos de vida y cosmovisiones; ciudad montuvia, del río y del Estero, de manglares y bosque tropical seco.
Ese pacto debe tener objetivos claros, que no pueden ser los objetivos de 1820 porque las palabras libertad y justicia, hoy tienen otras dimensiones. En su Encíclica Fratelli Tutti, el Papa Francisco sostiene que, cuando no hay un sentido de fraternidad, “la libertad enflaquece, resultando así más una condición de soledad, de pura autonomía para pertenecer a alguien o a algo, o sólo para poseer y disfrutar. Esto no agota en absoluto la riqueza de la libertad que está orientada sobre todo al amor.”
Para ser resilientes ahora, debemos reaprender a ser hermanos, a considerarnos todos guayaquileños a pesar que somos ciudad de migrantes, crisol de la ecuatorianidad, a pesar de las diversidades sociales y económicas; volver a ser ciudad de barrios, con procesos de construcción de comunidad, donde los niños, jóvenes y viejos, vivan seguros cuidados por mamás y papás de todos; donde la diversidad cultural sea una riqueza que da origen a nuevos emprendimientos.
La experiencia de la pandemia nos obliga a buscar que Guayaquil logre soberanía alimentaria a través de arborización con frutales, promoviendo huertos comunitarios y familiares. Y, para que Guayaquil se reinvente con la tradicional pujanza de su creatividad, deberíamos tener un proyecto colectivo, impulsado desde la Municipalidad, desde cada hogar y cada barrio, todos unidos con el optimismo de que la unión hace la fuerza.
Por eso, me gusta la propuesta de sembrar, en cada casa de Guayaquil, plantas de canela, para exportar, y convertir a Guayaquil en una ciudad emprendedora que produce para generar solidaridad, equidad y también recursos frescos para sostener el empleo. (O)