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El Telégrafo

Carta de los 200 años

Carta de los 200 años
Cortesía
19 de octubre de 2020 - 00:00 - Andrea Alejandro Freire

Las cartas abiertas son cartas que se escriben para ser leídas por muchos ojos. Cuando una carta no llega a su destino ya sea porque la dirección ha dejado de existir, es incorrecta o su destinatario ha muerto también se dice que es una carta abierta.

Guayaquil es una carta abierta.

Mi mamá cuenta, entusiasta y repetitiva, que mi primera palabra fue mamá pero que yo no le decía así a ella sino a mi bisabuelita Alicia. Mi abuelito Fernando siempre ha refutado esa versión; dice que mi primera palabra fue tata y que se la decía a él. Mi abuelita Margarita tiene anotado en su cuaderno que mi primera palabra fue bubú. Nunca ha quedado claro qué fue lo primero que dije o a quién llamaba con mis palabras. Gracias a historias como estas, comprendí que a mi familia le gustaba registrar y refutar todo. Aprendí eso de ellxs. El interés por la historia y el registro de todo lo que sucede. Casi siempre mi versión de los hechos refuta las versiones contadas por las fuentes oficiales.

La madera de guerrero que presupone la guayaquileñidad ha sido el tapete con el que se ocultan las terribles desigualdades, atropellos y abandonos que sufre esta ciudad.

Me inquieta la piromanía que envuelve a Guayaquil. Dice mi tía Genito que nunca le perdí el miedo a cruzar el puente de madera que unía la entrada de mi casa con la calle agrietada de mi barrio pero muy pronto le perdí miedo al fuego. Quizás porque en mi niñez se incendiaban muchas casas en el Guasmo y todxs sabíamos cómo ayudarnos. Nunca vi llegar un carro de bomberos, solo los veía en las láminas de Cívica, Defensa Civil y Moralidad.

En Guayaquil solamente importa el centro de la ciudad. El resto debe arreglarse como pueda, ya sea un incendio, altas tasas de desempleo, miseria o falta de servicios básicos.

Mi abuelita Margarita anota todo en sus muchos cuadernos. En uno de ellos anotó el epitafio de su mamá Alicia y al lado escribió el que quiere para su propia tumba. Ojalá mi vecino José, muerto y recogido de la acera luego de 6 días, tenga un epitafio que le haga justo homenaje. Espero que la "veci" Narcisa encuentre a la señora Rosita para que pueda tener un entierro y un epitafio.

¿Cuántas veces hemos escuchado que debemos resurgir de las cenizas? ¿Cuántas veces más debe arder Guayaquil para ser más valientes? ¿Cuánta sangre cabe en la ría? ¿Cuántos cuerpos se pueden acumular en un contenedor? ¿Cuántas desapariciones forzadas componen una pandemia? ¿Cuántas preguntas caben en un bicentenario?

Quizás alguien escriba otra carta luego de 200 años más y todas estas preguntas sobre mi ciudad estén ya disueltas. (O) 

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