Aquel cartero que no pretendía inspirar a nadie
Estamos en el año 2013 y la vida cotidiana no ha cambiado mucho en los últimos 15 o 16 años, salvo algunos avances tecnológicos, entre ellos las redes sociales o los medios de comunicación digitales.
No obstante, el 2013 que plantea la película ‘The Postman’, de 1997, es todo lo contrario. Pese a que se la trama se ambienta como futurista, la tecnología es lo que menos existe, ni siquiera la más básica comunicación entre los pueblos: el correo a puño y letra.
‘The Postman’, que dirigió, produjo y protagonizó Kevin Costner se basa del libro homónimo de David Brin, relata la historia de un hombre sin identidad, un vagabundo que para sobrevivir tras una guerra que devastó la Tierra (aunque solo se ambienta en Estados Unidos), debe entretenar a los pueblos con representaciones de las obras de William Shakespeare, con la ayuda de Bill, su burro.
El ejército de holnistas invade a uno de los desprotegidos puepueblos (en los que -pese a que es 2013- no existen autos, computadoras o televisores -salvo estén dañados y queden como meras reliquias-). El vagabundo que encarna a Shakespeare intenta huir, pero un discapacitado lo delata sin querer.
Los holnistas -ejército que rinde tributo a Nathan Holn, un granjero que se rebeló y ocasionó la guerra- son dirigidos por el general Bethlehem (Will Patton). Ellos son crueles.
A punta de rifles y caballos saquean los pueblos. En ocasiones reclutan a hombres contra su voluntad. Y uno de ellos fue el vagabundo, interpretado por Costner. Aunque él formó parte de ese ejército, escapa después de unos días y para protegerse del frío se cubre con el uniforme de un cartero muerto que encuentra en una camioneta abandonada.
Ahí surge El Cartero (The Postman en inglés), sin proponérselo. Lleva correspondencia que no ha sido entregada en años a un pueblo desconfiado llamado Pineview, en el que el sheriff Briscoe (Daniel von Bargen), le impide la entrada.
El Cartero encuentra una carta que sí coincide con alguien del pueblo y entra contra la voluntad de Briscoe. Todos se encandilan con el forastero. Sin quererlo inspiraba a otros, especialmente a Ford Lincoln Mercury (Larenz Tate). No obstante, pese a esa sinopsis inicial, la película de Costner tiene diferencias con el relato de Brin.
Primero porque en el libro (que en realidad se dividió en tres novelas cortas entre 1982 y 1987) sí tiene nombre El Cartero. Se llama Gordon Krantz. Brin lo narra como un tipo que lleva el uniforme de cartero desde el principio. Lo que hace Costner es unir las novelas y armar una película que dura casi tres horas, que incluye la actuación de tres de sus hijos (Anne, Lily y Joe).
En el pueblo, Abby (Olivia Williams), una mujer casada con Michael (Charles Esten), un hombre que no puede embarazarla porque padeció de paperas. Abby le pide al Cartero que sea un padre sustituto. Luego Michael muere en manos de Bethlehem, quien se lleva a la viuda.
Ella escapa en otro pueblo y se esconde en una caballa junto con El Cartero, que había resultado herido. Lo que él no sabe es que durante su recuperación Lincoln formó a un ejército de carteros, quienes finalmente enfrentan a Bethlehem.
Casi nadie sabía (solo Abby) que El Cartero había sido holnista a la fuerza. Él mostró la marca del ‘8’ que distingue a los holnistas y que representa el número de leyes crueles. El Cartero desafía a Bethlehem y lo derrota. Con eso la paz vuelve y la comunicación. El 2043, Hope (Mary Stuart Masterson), la hija que El Cartero procreó con Abby, cuenta la historia en una nación restaurada y muy semejante a las ciudades que conocemos.
El filme costó 80 millones de dólares (considerable para la época) y una pobre recaudación de casi 18 millones, pese a que la historia tiene un trasfondo muy humano en la que destaca la importancia de que la comunicación es una fortaleza entre los pueblos y cómo un hombre puede inspirar a muchos. Un ejemplo de liderazgo.