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Karate Kid, el fiel ejemplo de la conexión entre maestro y discípulo

Karate Kid, el fiel ejemplo de la conexión entre maestro y discípulo
28 de mayo de 2013 - 00:00

Existe un momento clave que resume una enseñanza real de lo que es el liderazgo y a la vez muestra la conexión genuina entre un maestro y su discípulo, sin teorías.

Y aquel aprendizaje tiene que ver más con los hechos, a través de tareas tan sencillas, domésticas y cotidianas que tienen un contenido básico en la vida común de un individuo, pero que suelen pasar inadvertidas.

Ese momento clave es cuando Daniel Larusso (interpretado por el recientemente ‘resucitado’ Ralph Macchio, con un papel corto en ‘Hichtcok, de 2012) le pide al señor Miyagi (el fallecido Pat Morita) que le enseñe karate.

Obviamente existe una diferencia entre las culturas de uno y otro. Daniel es el occidental y como tal tiene ideas más impulsivas, mientras que el señor Miyagi como oriental prefiere la meditación, el pensar dos veces antes de actuar y sobre todo que el corazón es el órgano del que se maquina lo bueno y lo malo. Para Miyagi es tan clave el corazón para distinguir lo correcto.

Miyagi responde el pedido de Daniel y le asigna trabajos como pintar la cerca de su casa o pulir sus pisos de madera, pero con un agregado que no sospecha el adolescente aprendiz: los movimientos de su mano, de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo o en forma circular.

Para Daniel simplemente no tenía sentido y se sentía como un empleado de Miyagi. Su impotencia o más bien impaciencia tiene que ver con la angustia de no ser golpeado nuevamente por Johnny Lawrence (William Kabska), el chico malo del colegio, quien siempre está acompañado por otros como él.

Todos abusan su condición de expertos en el karate que le enseñan en Cobra Kai, la academia de un ex combatiente de Vietnam llamado John Kreese (Martin Kove).

Y el problema para Daniel es aún más grande porque se enamora de Ali (Elisabeth Shue), la novia del agresivo Lawrence.

Daniel, quien proviene de una familia disfuncional en la que pasa mudándose de barrio con su madre, encuentra al karate como la única salida para ganarse el respeto de Lawrence y los demás.

Por eso la desesperación de Daniel parece lógica, pero Miyagi tiene un propósito. Y este consiste en que su alumno entienda que el karate está en el corazón, no en el cerebro. Que ese arte marcial no es para agredir, sino para defensa.

Lo que Miyagi quería era que Daniel aprendiera a coordinar los movimientos de sus manos de forma natural, sin teoría de por medio. Miyagi no aceptaba cuestionamientos. Siempre decía: “¿quieres aprender o me harás preguntas?”.

Aquella respuesta es otra enseñanza más de liderazgo. Y esta es que un discípulo o aprendiz no debe preguntar inicialmente a su maestro. Debe establecer confianza y dejarse llevar. Es como una relación normal entre un individuo que confía en Dios para todo lo que se proponga, al punto de someterse a la voluntad divina en pos del desarrollo correcto de la persona.

Lo mismo sucede en Karate Kid, que originalmente en 1984 fue dirigida por John G. Avildsen y que en 2010 tuvo una adaptación con Jaden Smith y Jackie Chan como estelares.

Cuando Daniel Larusso ha conseguido, sin proponérselo, la coordinación de sus manos, Miyagi le revela el porqué no le dijo nada antes. Daniel acusa a su maestro de utilizarlo, pero este le plantea una pelea y su alumno responde naturalmente con los movimientos que aprendió puliendo pisos de madera y pintando vallas.

Fue la base. El resto del entrenamiento fue conocido para Daniel -incluyen las famosas escenas de la patada “estilo grulla” y la caída algua desde el bote, con la musicalización de Bill Conti y la banda sonora de Survivor y su canción ‘The moment of truth’.

Daniel enfrenta a Lawrence y lo vence. Queda campeón y gana definitivamente el corazón de Ali. La historia de maestro y discípulo se repitió en las secuelas de 1986 y 1987, más la versión de 1994 en que Hillary Swank reemplaza a Macchio en el papel estelar y comparte créditos con Morita.

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