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Ecuador, 22 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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La precarización laboral persiste 134 años después de la masacre

La precarización laboral persiste 134 años después de la masacre
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Cuando miles de trabajadores salieron a las calles para reclamar la reducción de la jornada laboral a ocho horas ese Primero de Mayo de 1886 en Chicago, la respuesta fue una masacre. Hoy, en mayo de 2020, 134 años después, la precarización de la mano de obra continúa agrietando el tejido social.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su último informe revela que 1.600 millones de personas que laboran en la economía informal, casi la mitad de la población activa mundial, están en riesgo de perder sus empleos.

En Ecuador, el Ministerio de Finanzas ha calculado una pérdida cercana al medio millón de plazas por la pandemia de la covid-19.

Las cámaras de la producción han tenido el acostumbrado discurso de que el sector privado es el que más empleos genera en el país. Sin embargo, en este escenario de crisis sanitaria y económica, un grupo de empresas suele privilegiar la protección de sus ganancias y no los puesto de trabajo.

Así, en el marco del sistema capitalista, el interés por el trabajador se revela solo y en tanto es útil a la maquinaria de la producción que enriquece al empresario.

Así también, otro grupo de empresas decide cerrar cuando la baja demanda no genera ganancias mínimas.  

Cristopher Ordóñez, de 29 años, expromotor de ventas de JNG, menciona: “Mi trabajo era visitar industrias para dar a conocer los productos y servicios que tenía la empresa y el despido fue mediante un correo que decía finiquito de contrato por la situación del covid-19”.

Ordóñez precisa que le informaron que “la liquidación no me la podían dar porque la empresa no tiene liquidez todavía, por lo que no está trabajando. Y la verdad siento miedo, ya que con la situación actual es muy difícil que las empresas quieran personal”.

Juan Martín Trujillo, exempleado de Fractalia, una empresa domiciliada en España que da soporte en algunos servicios a Movistar en Ecuador, apunta: “Mi labor consistía en visitar a los gestores de las cuentas de Movistar y darles un seguimiento en los servicios post venta. A mí me llamaron para notificarme de la culminación de mi contrato el 13 de abril”.

Además, Trujillo de 33 años, detalla que “en los meses anteriores tuvimos buenos resultados; sin embargo, debido a la crisis no podíamos seguir haciendo nuestras labores”.

El ebanista Ángel Uriña, de 49 años, explica que “las circunstancias laborales para mí están muy mal, porque lo que es mi trabajo todo está escaso; entonces yo tengo que esperar que pase esto, porque nadie quiere hacer nada de momento porque todo el mundo está sin plata”.

Uriña enfatiza que “nadie quiere invertir ahorita y nadie quiere tampoco peligrar sus vidas, dejar entrar a alguien en su casa, porque mis trabajos comúnmente los hago en los interiores de las casas”.

La representante del área de Recursos Humanos de una empresa dedicada a la repartición de ejemplares y volantes publicitarios, que prefiere omitir su nombre y donde labora, confiesa que “yo sí estoy muy apenada porque mi jefe me mandó a hablar con cada uno del personal que era de calle y me dijo que negocie las renuncias, porque no quería aplicar el artículo 169, numeral 6 del Código de Trabajo; y así, hablando con uno, hablando con otro, diciendo que si la situación se arregla vamos a seguir nuevamente, otra vez con ellos, pero ahorita digamos que no tiene la suficiente capacidad para poder solventar los empleados que estaban en Guayaquil, Quito y Cuenca”.

Ella puntualiza además que, de la nómina de 70 personas, quedaron 6.Eso me tiene, bien, bien desanimada, porque no sé cuándo me toque a mí. (…) Yo estuve desde el inicio de la empresa y contraté a esas personas y me da mucho pesar todo esto”, describe al tiempo de insistir que “siento que también me va a llegar a mí”.

En Guayaquil, las calles Francisco de Marcos y Eloy Alfaro, frente a un supermercado, un adulto mayor con una evidente dificultad para caminar pide dinero todas las mañanas en las filas que se forman para comprar diciendo: “Por favor, deme una moneda, soy mayor y no puedo trabajar”.

A fines de la década del noventa, Eduardo Galeano escribió en su libro Patas Arriba: La escuela del mundo al revés, que “los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo. Los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo”. Después de más de dos décadas, el temor de la clase obrera se vuelve a sentir. (I)

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