Los peninsulares resucitan procesión de Viernes Santo
El potente sol y el grito “maduréate ” y “chifléate” de los vendedores se mezclaban en la multitud congregada en la Plaza Dagoberto Montenegro de La Libertad, en la Península de Santa Elena.
En medio de ellos, ya se encontraban la Virgen Dolorosa, Santa Verónica y Jesús del Gran Poder, que recibían poco a poco los rezos y pedidos de los devotos que se alistaban para la larga caminata entre este balneario y Santa Elena.
Entre la multitud se distinguía a los participantes de la procesión. Soldados romanos con sandalias modernas y cucuruchos jóvenes que era la primera vez que participaban en esta tradición.
Ya se acercaba la hora de inicio con el arribo del padre Eduardo Castillo, quien ultimaba los detalles para que la procesión siguiera el orden establecido. Mientras que la “guardia romana” empezaba a acomodar sus lanzas, hacían lo mismo soldados del Bimot 14 “Marañón ” y de la Policía Nacional, responsables de la seguridad del evento.
El cielo azul claro y con pocas nubes en el horizontes empezaba a dar muestras de cómo sería la temperatura de la jornada. Entre las sombras de algunas palmeras se refugiaba un joven que cargaba una cruz, hecha con caña guadua, y un Cristo crucificado.
En medio del naciente bullicio, los cucuruchos se acomodaban. Quienes participaban este año como penitentes,
la mayoría, eran jóvenes del grupo parroquial.
Ellos reconocieron que esta tradición se estaba perdiendo, pero fue retomada por el padre Castillo antes de su ascenso eclesiástico. El párroco inició la procesión con una lectura bíblica y un mensaje sobre la importancia de este acto. “El Vía Crucis es seguir al Señor, estar con Él”, mencionó.
A medida que las personas avanzaban por las calles de La Libertad, la cantidad de fieles se multiplicó en pocos minutos. Lo que obligó a formar un cordón de seguridad entre los miembros del Movimiento Juan XXIII de la Arquidiócesis de Guayaquil y de la Vicaría de Santa Elena, a pesar de esto no se podía evitar los empujones de los devotos.
Entre las personas que intentaban proteger del tumulto, se encontraba un niño que llamaba la atención porque era el más pequeño dentro del grupo de los monaguillos.
Se trataba de Isaac Ponce, el integrante más joven dentro de su grupo. Solo tiene 9 años y era la primera vez que participaba de un acto religioso de esta magnitud. Eso se observaba en la tercera estación cuando su rostro estaba enrojecido por el sol y el cansancio.
Aún no eran las 10:30, cuando otro personaje captaba la mirada de las personas no solo por su indumentaria, sino porque cada cierto tiempo una niña se acercaba a secarle el rostro. Se trataba de Luis Prudente que desde hace más
de 10 años representa a Cristo.
Vestido con una túnica, una improvisada corona de espinas y el rostro pintado con manchas rojas, Prudente articuló breves palabras, ya que el cansancio de cargar una pesada cruz de dos metros y andar descalzo por las calientes calles, solo le permitían tomar agua cuando la procesión se detenía.
Para suplir el calor, la Municipalidad de Santa Elena distribuyó bolsas de agua y los bomberos refrescaron a la multitud con sus mangueras.
A las 15:00, luego del ingreso final a la Vicaría, el Cristo fallecido era depositado dentro de una representación
del Santo Sepulcro, donde esperará ser resucitado el Sábado Santo, a las 22:00, en una misa especial. Así concluyó la renovada y calurosa procesión.