En Ayangue la crucifixión fue en la noche
La noche despejada de nubes y postes de alumbrado permiten ver la luna y las estrellas, que iluminan el ingreso a una de las comunas más conocidas de la Ruta del Spondylus. Pero esa noche era diferente.
Desde una camioneta tres hombres bajaban una carretilla con un parlante y una cruz sencilla de madera, mientras un grupo de aproximadamente 15 personas esperaba pacientemente en un paradero o en la acera. Empezaba a hacer viento que refrescaba este ambiente de expectativa.
Conectaron unos cables y al cabo de 10 minutos empezaron las personas a avanzar en dirección de Ayangue mientras una señora rezaba el rosario por micrófono.
Con esto se dio inicio a una de las tradiciones de esta comuna, el Pase del Cruce, el cual se realiza en horario nocturno.
Mientras el pequeño grupo caminaba hacia el pueblo, Luis Rodríguez, inspector comunitario y pescador, iba narrando historias relacionadas a esta costumbre relativamente nueva -desde hace 20 años-: cubrir a la Virgen María Auxiliadora con un manto. En esta ocasión fue de color blanco, aunque también suele ser negro o morado.
Esta tradición la toman de sus propias costumbres. Cuando alguien en Ayangue fallecía y era hombre, las mujeres relacionadas con el difunto (madre, hija, hermana, esposa) se cubrían la cabeza con un manto negro en señal de luto.
Pero ni porque se representaban las últimas horas de vida de Jesús, los jóvenes del poblado dejaban de practicar breakdance o escuchar música en pequeños grupos que formaban a los costados de la vía de ingreso al balneario.
Y es que, según cuenta Rodríguez, las nuevas generaciones están perdiendo las tradiciones y se dedican a otras actividades, como las que se pueden ver casi todos los fines de semana, cuando un grupo de hombres, de entre 20 y 30 años, realiza demostraciones de capoeira y hace malabares con fuego.
Eduardo Cochea con los hermanos Sebastián y Alfredo Morán se autodenominan el Grupo Acuático. El nombre surgió porque ellos dedican el 50% de su tiempo a la pesca y es solo después del trabajo que practican este arte marcial o danza de origen brasileño. Los malabares con fuego los aprendieron en sus constantes visitas a Montañita, en donde suelen practicar surf.
Pero no todo es felicidad en este paraíso encerrado en una ensenada que convierte al mar en una piscina. Varios comerciantes se quejan del abandono que sufre este rincón de la península.
Según Ángel Neira, propietario de un hostal a una cuadra de la playa, está bien que la Prefectura construya nuevas rutas de acceso a comunidades que antes estaban olvidadas, “pero en un lugar turístico como Ayangue, falta más infraestructura hotelera y baterías sanitarias”.
Lo mismo opina Luis Rodríguez, presidente del Comité Proconstrucción de la iglesia dedicada a la Virgen María Auxiliadora. Él considera que la capacidad de hospedaje es poca -aproximadamente para 400 personas-. lo que no abastece durante los feriados o en la época vacacional de la Costa y la Sierra, lo que obliga a los turistas a trasladarse a otras ciudades peninsulares para pernoctar o divertirse.
Así mismo, los artesanos de Ayangue piden apoyo para promocionar sus trabajos en tagua. Ese es el caso de Isidra Yagual, quien junto a su esposo, Sandro Tigrero, y sus hijas de 17 y 12 años, realizan manualidades en diversos materiales en su natal Manglaralto. Y es gracias a la ayuda de varias fundaciones extranjeras que ella, como otras mujeres de otras comunidades costeras, “parchan” su mercadería en quioskos.
Sandro se adelanta y explica que “parchar” es exponer al público los trabajos artesanales, sea en el piso o un tablero. Ese término es muy común entre los visitantes y comerciantes de Montañita.
Así transcurría la noche en Ayangue. Ya finalizaba el Vía Crucis, pero en vez de llegar a la iglesia para la misa, los pobladores están desde hace una semana obligados a reunirse para las ceremonias litúrgicas en la casa comunal.
La parroquia fue demolida por la Alcaldía de Santa Elena para construir una nueva. Y es que esta fue una de las quejas más escuchadas entre los fieles que, de forma improvisada, arreglaban un altar con el Cristo crucificado.
Entre quejas, rezos y reflexiones, el reloj marca la medianoche y es hora de sumergirse, lo que da por terminada la jornada del Viernes Santo. Diversos grupos empezaron a zambullirse en el mar; otros, más recatados, ingresaban hasta las rodillas o la cintura.