La familia Bueno vive de la pasión que le ofrece la alfarería
Eliseo Bueno pasa más de ocho horas al día en el torno eléctrico donde le da forma a los maceteros, ollas, platos, tazas y más objetos que crea con barro.
Es el líder de una familia de alfareros y lleva en el oficio 30 años. En el kilómetro cinco de la vía a Gualaceo está su taller y a la orilla de la carretera tiene una tienda donde vende los productos terminados.
Son de las pocas familias que se dedican al oficio y aseguran que este es su trabajo, pasión y también son ellos los pilares de una tradición que, según el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), muere de a poco.
A más de esto la familia Bueno está muy cerca de Gualaceo que es Ciudad Patrimonial del Ecuador. Son las manos de Bueno y las de sus hijos las que moldean, tal y como se hacía en épocas precolombinas. Aunque ahora existen tornos mecánicos y atrás han quedado las típicas huactanas o golpeadores de arcillas, ellos mantienen la tradición milenaria.
Jefferson Bueno, uno de los hijos de don Eliseo, es considerado otro maestro a sus cortos 20 años. Sabe perfectamente cómo trabajar con barro y aunque no ha formalizado sus estudios, es un experto elaborando estas artesanías.
Explica a detalle y paso a paso cómo es el proceso para lograr la arcilla. La materia prima se la traen proveedores: es tierra blanca, amarilla y roja, las ponen al sol porque a veces llegan mojadas.
Sobre un gran mesón se amasa la arcilla y allí se le extraen las piedras que hayan quedado, para luego empezar con el proceso de moldeamiento. Foto: El Tiempo
Jefferson recuerda que cuando era un niño tenían que chancar el material con sus pies para hacerlo polvo. Ahora lo pasan por un molino y después combinan los tres tipos de tierra con medidas exactas. Estas medidas dependen del objeto que deseen hacer. “Si se falla en las medidas la pieza se rompe y no queda bien”, explica el joven.
Una vez que la tierra está en su perfecta medida se la mete en el molino, se le coloca agua para formar una masa. Se la lleva a un gran mesón donde se amasa la arcilla y se le sacan piedras. “Si se deja alguna piedra se desfiguran las piezas”, explica.
De este trabajo se encargan los oficiales. Después se moldea la pieza, se corta y se le da los acabados, que también es tarea de un maestro; por último las piezas se ponen a secar.
El secado puede durar hasta dos semanas y cuando están listas se llevan a un horno de leña y al final se las pinta de colores diversos.
La familia
En total son tres maestros: Eliseo y Jefferson Bueno y Elías Loja Bueno, que es sobrino del primero. El resto de hijos y sobrinos aún son considerados oficiales porque todavía tienen que aprender más técnicas y detalles.
El taller está lleno del humo que sale del horno donde se colocan las piezas. El sonido del torno y el olor a barro caracterizan al lugar, pero hay detalles como la pila de objetos que muestran la gran producción que tienen.
Eliseo Bueno asegura que sus productos se venden en todo el país. Para estas fechas las ollas encantadas, que se llenan de golosinas, son vendidas a granel. “Las usan en comunidades, colegios y fiestas”, detalla Eliseo.
Justo a la orilla de la carretera hay un espacio donde las personas compran los objetos terminados, pero si llegan turistas la familia les abre las puertas del taller para que observen el proceso detrás de cualquier vasija de barro.
Las figuras de animales como sapos o ranas para decorar jardines también son características del trabajo. Son de las pocas familias en Gualaceo que aún mantienen la alfarería como un oficio que sirve de sustento y que se enseña de generación en generación, de padres a hijos. (I)
Las piezas, una vez terminadas, se venden en la tienda que está a pocos metros de la carretera Cuenca-Gualaceo. El lugar es muy visitado por turistas. Foto: El Tiempo