Mateo sueña con ser un mecánico de aeronaves
Los 15 menores lucían nerviosos, impacientes y con muchos deseos de conocer el interior de un avión. Pero Mateo Cava, de 11 años, vivía la experiencia de una manera especial. Ver de cerca, tocar e imaginarse en los aires en la aeronave que se aprestaba a abordar era para él, el primer paso del sueño que tiene de convertirse en mecánico de aviones.
Un sueño que -dijo- nació al ver en una película la rapidez con que arreglaban uno de estos aparatos Mateo, al igual que el resto de sus compañeros, fue al hangar de Tame EP en el aeropuerto de Tababela de Quito.
En el sitio, los chiquillos fueron apartados por un día de sus actividades escolares y, en algunos casos, del trabajo infantil que realizan para ayudar a sus familias. Todos son menores de escasos recursos y asisten a los programas sociales del Patronato Municipal San José.
En los gestos de Mateo se notaban los deseos de subir al avión los más pronto posible. Pero tuvo que refrenar sus impulsos, pues los organizadores del tour habían preparado como antecedente un acto de bienvenida.
El pequeño futuro piloto fue uno de los protagonistas de este hecho. Por su afición recibió un avión a escala y aprovechó para sentarse en una de las turbinas. Además, todo el tiempo no paró de tocar la aeronave e imaginarse arreglándola.
Mateo Cava quiere ser parte de las personas que trabajan en el mantenimiento de las aeronaves del país. El menor simuló reparar una de ellas. Foto: Jhon Guevara / El Telégrafo
Por fin fue el turno de ascender por las escalinatas del avión para el pequeño y sus 14 acompañantes. La sonrisa y el asombro en los rostros de todos fueron evidentes desde que ingresaron al aparato.
Apenas se sentaron sus ojos se expandieron al ver los botones que habían sobre sus cabezas y que advierten de la necesidad de abrocharse el cinturón de seguridad. El piso, el espaldar de los asientos y las ventanas colmaron su visión.
Con emoción obedecieron cada una de las indicaciones y aunque tuvieron dificultad para encajar sus cinturones, con ayuda de las azafatas y de sus compañeros de asiento lo lograron.
Se cerraron los toboganes, se apagaron las luces y se inició la simulación del desplazamiento aéreo. Algunos pequeños gritaron, pero se tranquilizaron enseguida. Un chupete como snack del vuelo fue el aliciente para los chiquitines.
El asombro de los pequeños al conocer el avión por dentro fue total. Foto: Jhon Guevara / El Telégrafo
El viaje terminó, las puertas se abrieron y las luces se encendieron para ir a la cabina de la tripulación. Entraron en parejas y quedaron atónitos ante la cantidad de implementos que son parte del panel de control. Incluso lucieron la gorra de comandantes.
Al final, Mateo dijo sonriente: “Ahora sé que esta profesión es la que quiero seguir en el futuro y voy a esforzarme por lograrlo”. (I)