Caras
La distancia y la ausencia no pueden romper lazos
En su afán por obtener mejores ingresos que den tranquilidad en el núcleo familiar existen padres que trabajan fuera de la ciudad e incluso del país. Su alejamiento en la mayoría de ocasiones es temporal y puede prolongarse por semanas o meses. Todo dependerá de la actividad a la que se dediquen.
Otros, en cambio, con el fin de tener una plaza de trabajo fija y segura, se enrolan en las fuerzas del orden y van rotando de provincia en provincia o de región en región.
Así por ejemplo, los marinos mercantes navegan durante muchos meses y van recalando por los puertos de otros continentes. Quienes se integran al Ejército, Marina, Fuerza Aérea o la Policía permanecen por semanas en la preparación y una vez que son calificados, rotan por los diferentes cuarteles de la Sierra, Costa y Oriente de la Repúblicas.
Los que trabajan en minería o en campos petroleros se internan por 20 o 30 días, según la compañía a la que pertenezcan, y luego tienen entre 7 y 10 días de descanso para compartir con sus familias.
A los pescadores, camaroneros, bananeros y otros también les toca hacerse a la mar o vivir dentro de las fincas respectivamente, durante varias semanas.
¿Cómo hacen o deben hacer los padres de familia que se dedican a estas labores para conservar el respeto de sus hijos, mantener el orden de la casa y al mismo tiempo estar fuera de ella?
El sicólogo Henry Naranjo manifiesta que el padre viajero o ausente debe compartir su liderazgo con su esposa y coordinar las responsabilidades que le tocará asumir a ella.
“Ese desprendimiento es vital para que los hijos se den cuenta quién va a tomar las riendas del hogar cuando el progenitor no se encuentre”.
Las herramientas tecnológicas como la internet, las redes sociales, los correos electrónicos, videoconferencias y otros, según su criterio, son el medio para mantener esa comunicación constante no solo con la cónyuge, sino también con sus vástagos.
A través de esa vía, asevera, podrá conocer cuál ha sido el comportamiento, la actitud y el aprovechamiento escolar que tienen los menores. “Una comunicación asertiva (con actitud positiva sin descalificaciones o reproches) dará mejores resultados. Más aún si es permanente”, acota.
El sicólogo subraya que cuando ese padre de familia llega a casa no puede recriminar o castigar por los posibles malos comportamientos.
Insiste que una conversación en la mesa, mirándose todos los rostros y exponiendo cada unos los problemas es el mejor camino para volver al orden. (I)
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Gabriel Angulo Quiñónez
Marinero primero de máquinas de un barco turístico
Cinco años tiene trabajando para la empresa turística Natural Paradise, Gabriel Angulo (37). Él es un hombre de mar y por estos días se encuentra frente a las islas Galápagos. Le gusta este oficio. Antes ya laboró en una empresa similar por muchos años.
Gabriel está casado con Jéssica España (38) y producto de esa unión tiene a dos hijas: Dana, de 6 y Alondra, de 7.
Ambas son su adoración. Sin embargo, hay días en que esta padre afroecuatoriano debe dejar el calor del hogar y el cariño de sus mimadas para navegar por las Islas Encantadas. Este técnico en máquinas suele permanecer 45 días días recorriendo el archipiélago con turistas de diferentes países. Esas semanas son de intranquilidad y nerviosismo por estar lejos de su familia.
Empero es un hombre de mucha y fe y se inclina ante el Creador para pedirle por sus tres mujeres. Angulo se comunica hasta 10 veces al día con ellas. El Whatssap y el Messenger son sus herramientas favoritas.
Este marino reconoce que una de las razones por las que labora en una embarcación son los ingresos que recibe. Tiene claro que si trabajara en tierra la situación sería diferente. Cada vez que sale, aún se escapan lágrimas de todos. Empero cuando retorna por 20 días, le saca el jugo a cada hora en compañía de su esposa y sus nenas.
Los centros comerciales, la piscina, la playa y el cine son los sitios preferidos para estar juntos, sonreir y jugar. Una película en casa también está entre las alternativas.
Para Angulo el diálogo permanente con su cónyuge y sus hijas es lo que le permite mantener el liderazgo y control de su hogar.
Aún no sabe cuándo se retirará de los viajes fuera de casa. Por ahora solo piensa en el bienestar de su familia y aprovechar cada minuto cada vez que llega a casa. “Me pego de ellas cuando permanezco en tierra. No importa si no hay tiempo para saludar a los amigos. La prioridad está clara”. (I)
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Xavier Ávila Salazar
Pescador
Desde los 23 años este manabita se embarcó como ayudante de máquina en un barco atunero. Oriundo del cantón Junín, Xavier Ávila reside en Manta donde formó su familia junto a su esposa Sully Barragán. Es padre de dos varones, Diego y Samuel de 11 y 9 años respectivamente. Cuenta que toda el grupo siempre añora los meses de julio y agosto, esa es la época de la veda del atún y es cuando se queda en casa por dos meses.
Desde hace una década es un padre a la distancia. Por un lado cuenta que vale la pena este trabajo, pues en el barco en el que labora, con capacidad para 400 toneladas, le permite regresar con más continuidad a puerto y además los ingresos cuando hay pesca, son muy buenos.
A menos toneladas de la nave, se la llena más rápido y por ende se retorna pronto, son faenas de entre 15 y 45 días, todo depende de la suerte, reseña.
Xavier, se comunica a través de un teléfono satelital con su esposa e hijos una vez por semana. Es un poco caro, $2 dólares el minuto, pero en ese sentido no importa el gasto porque está al tanto de lo que sucede en casa.
Con Sully dialoga por 15 minutos y otros 15 con los muchachos. Si es de llamarles la atención lo hace, pero sutilmente. Por eso le deja la mayor responsabilidad a la madre de los muchachos. Ella está todos los días, por eso merece el respeto y sobre todo la atención de los vástagos hacia ella. Otra vía de comunicación es a través del correo electrónico. Se escribe a diario con su esposa.
Es un privilegio que tiene pues es el jefe de máquinas. Xavier, dice que para los pescadores de altura de antes, como se denomina a quienes se alejan por semanas de casa, era muy difícil. Estos tenían pocas opciones de comunicación con sus allegados. Incluso se enteraban de la malas o buenos noticias, solo cuando ya estaban en tierra Hoy con la tecnología se acortan las distancias eso ayuda mucho.
“Cuando regreso, paso entre dos y tres días, salgo con los chicos, compartimos asados y sobre todo me pongo al tanto de cómo les va en sus tareas y los entrenamientos de artes marciales. Pienso seguir en el mar por un tiempo más y luego me quedaré en tierra cuando tenga un negocio”. (I)
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Mauro Patricio Gavilanes Rodríguez
Migrante
Han pasado 24 años, desde que Mauro Patricio Gavilanes, decidió ir a los Estados Unidos, como muchos de los azuayos migrantes. Lo hizo “por la chacra”, que es la manera en que denominan para decir de forma ilegal.
Aún recuerda los consejos que le dio su padre, Jorge Gavilanes en el momento de partir. “Si has tomado esa decisión, solo te puedo decir que te vaya bien y que pronto nos encontraremos”.
Meses antes, su padre y su madre, habían conseguido la visa norteamericana y la intención era ir al país del norte para visitar a sus familiares y de paso a su hijo que emprendía viaje hasta esa nación. Pero el encuentro con Mauro, jamás se dio ya que su padre enfermó y al poco tiempo falleció.
Para el cuencano fueron momentos muy duros, puesto que una de las sorpresas que tenía en mente era tener a sus padres en Estados Unidos, al menos un cierto tiempo y atenderlos, como ellos hicieron con él durante su infancia y parte de su juventud.
Para Mauro Gavilanes, estas fechas (Día de la Madre, Día del Padre, Carnaval, Navidad, y Año Nuevo), se convierten en un “sufrimiento”, “en un dolor en el corazón”, como el mismo indica .
A más de la ausencia física de los padres, es la distancia con la familia que lo pone más triste especialmente en estedía que se celebra el Día del Padre.
“El no poder ir al menos al cementerio, hace que me parta el corazón de tristeza”, manifiesta el cuencano. Él se afincó en el país del norte desde 1994 y ahora se dedica al mantenimiento de viviendas en el estado de New Jersey, ciudad de Guttenberg.
“Le recuerdo mucho a mi padre que se jubiló en la institución llamada CREA, en Cuenca. Añoro sus buenos y malos momentos”, indica, agregando que su papá tuvo siempre un carácter muy fuerte contra él”.
“Mi madre se vino a vivir en Estados Unidos, pero en el 2005 se regresó a Ecuador porque no se enseñaba, hace tres años falleció, es decir, me quedé sin padre, ni madre”, indicó Gavilanes. (I)
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José Salazar Pino
Empresario agrícola
Al economista José Salazar Pino, sus negocios en el sector agrícola le han obligado a repartir su tiempo entre la ciudad de Vinces, provincia de Los Ríos, donde se encuentra su hacienda, y Guayaquil, donde residen sus hijos.
El bananero comenta que especialmente durante la infancia de sus vástagos, era muy importante mantenerse en contacto. “Ellos entendían que durante la semana tenía que partir mi tiempo, que de lunes a viernes tenía que estar en la hacienda y que los fines de semana viajaba a Guayaquil para compartir con ellos; sin embargo, sabían que si tenían algún inconveniente me podían llamar y ahí trataba de estar siempre”.
Ahora todos son mayores de edad y lleva una relación de amor y respeto con cada uno de ellos. Para Salazar, la comunicación fue un tema primordial para lograr llevar con éxito esta situación. “Si bien no podía estar presente físicamente todo el tiempo, siempre estaba pendiente, siempre contestaba el teléfono, escuchaba sus probemas y no dejaba de hacer lo posible para atender sus necesidades”.
Además, dice que la colaboración de la madre de sus hijos fue impresindible, pues al encontrarse a cargo del cuidado diario de los niños, era la encargada de tomar ciertas decisiones y de mediar entre los niños y él. “Cuando había que castigarlos por algún motivo, si no era algo de gran magnitud la madre se encargaba de corregirlos, ya cuando era algo grave les prohibia ciertas cosas hasta que yo pudiera hacerme presente y ver qué se hacía”, recuerda.
Otro de los temas de especial cuidado era el de los permisos. “Si los niños tenían una actividad o querían salir a algún lugar, sabían que requerían del permiso tanto de la mamá como el mío. Los hijos se adaptan, ellos se anticipaban y el fin de semana que llegaba, aprovechaban para contarme todo lo que querían hacer y si salía algo de imprevisto, pues para eso estaba el teléfono”.
“Mis hijos sabían que no porque no estaba cerca para imponer disciplina o estar supervisando sus actividades, podían saltarse o realizar las cosas sin mi consentimiento. En esto también ayudaba la madres, ella les podía dar luz verde pero les dejaba claro que antes también debían hablar conmigo y lograr mi consentimiento”. concluye. (I)