El amor puede más que los genes
Texto: Coralía Pérez y Henry Andrade Foto: Álvaro Pérez
Marcelo Echeverría (42) y Reinaldo Loza (52) viven a cientos de kilómetros de distancia. El primero está en Guayaquil y el otro en Quito.
No se conocen, pero tienen una historia en común. Ambos se enamoraron y se casaron con mujeres que tenían hijos de compromisos anteriores. Posteriormente trajeron al mundo a niños producto de sus uniones.
Echeverría y Loza, con el paso de los años, lograron ganarse el cariño y el respeto de sus hijastros. Son felices en sus respectivos núcleos familiares. Han pasado adversidades, tiempos difíciles y también de dicha. Para ellos, no hay pasado y el futuro es su prioridad.
Karina Cruz (47) es la esposa de Marcelo. Ellos se conocieron en la Universidad a inicios de 2000. Para ese entonces, ya había puesto fin a su anterior relación y sus hijos, David, Andrea y Lisa Lima, tenían 9, 8 y 6 años, respectivamente. Transcurrieron aproximadamente 3 años desde que Echeverría y Cruz tomaron la decisión de casarse. Marcelo cuenta que jamás vio a los pequeños de su esposa como una barrera.
“Me gustan mucho los niños. No sé si es que incidió que los haya conocido siendo ellos muy pequeños, lo cierto es que poco a poco nos fuimos comprendiendo y entablando una buena amistad”.
Reconoce que Lisa, hoy de 23 años, tiene un carácter especial, pero gracias a la comunicación y el respeto mutuo, han podido mantener una óptima relación.
Para este guayaquileño, la convivencia diaria y la tolerancia en torno a las diferentes personalidades del grupo, fueron factores importantes.
“Nunca he sido de esas personas que les llama la atención o les grita. Eso no funciona. Siempre priorizamos el diálogo”. Echeverría aconsejó a los hijos de su esposa en temas como consumo de drogas y bebidas alcohólicas o los relacionados con la educación sexual.
Está seguro de que cuando David (27), Andrea (26) y Lisa traigan sus propios hijos al mundo, se va a sentir muy feliz y agradecido por formar parte de esos momentos.
Para Reinaldo Loza, topógrafo del Municipio de Quito, la historia fue algo similar, pero con una que otra diferencia. En 1989, conoció y se casó con su actual pareja, Leonor Pérez. Ella era una mujer divorciada, 5 años mayor que él y con 2 hijas pequeñas.
“Recibí muchas críticas. Me decían que no me fije en ella y que no me case porque era una persona con cargas. Pero desde el primer momento vi cómo era Leonor, me enamoré y me casé”.
Comenta que Leonor jamás ocultó su situación y él siempre la aceptó. “Si me enamoré de la gallina, también tenía que enamorarme de los pollitos”, asegura.
Recuerda que cuando decidieron formar un hogar, ella lo llevó a la iglesia de San Francisco, en Quito, y le hizo jurar que siempre cuidaría, amaría y respetaría a las niñas.
A partir de ello, Reinaldo las crió como propias. Paola, de tan solo 3 años y medio, lo aceptó de inmediato como su padre. Con Gabriela, la primera hija (de casi 8 años) fue mucho más complicado. Cerca de 5 años le tomó a él ganarse la confianza y el cariño de la primogénita, pero lo consiguió. En 1990, se incorporó a la familia la primera hija del matrimonio, Karen. Y 4 años después llegó Hevly.
Reinaldo recuerda agradecido que las 2 hermanas mayores de apellido Espín aceptaron siempre a las pequeñas.
Cuando en el colegio les decían que eran medio hermanas, ellas siempre les corregían, asegurando que eran hermanas y ya.
Enfatiza que ama a sus 4 hijas por igual, aunque con el nacimiento de las propias sintió más intenso ese cariño. “Supongo que fue porque viví todo el proceso desde el embarazo hasta el alumbramiento, que esperaba con muchas ansias”.
Durante su crecimiento, este técnico municipal corrigió y cuidó a las 4 de la misma forma, sin preferencias ni rechazo. Explica que tuvo la bendición de que ellas le aceptaran como padre, por lo que no oponían resistencia a la formación que él les inculcaba.
La sicóloga Paola Puga explica que los padrastros, dependiendo de las circunstancias, deben tener claro el rol que van a tener en el grupo familiar.
“Si el papá de los hijos de ella aún vive, su nueva pareja no va a ser el reemplazante. Dejando las cosas claras se evitan los posibles conflictos. Solo hay que establecer las normas. Quien llega al seno debe buscar una relación sana con los chicos”.
Añade que si uno de los adolescentes mantiene una actitud de rechazo es necesario un trabajo mancomunado liderado por la mamá para que bajen esas tensiones.
A su criterio, la progenitora debió efectuar un trabajo previo de acercamiento entre sus hijos y su nueva pareja.
Si el problema es reincidente, la sicóloga, recomienda la búsqueda de ayuda profesional con el fin de tratar a ese chico.
“Cuando se produce una separación, los hijos entran en una especie de luto familiar. Es necesario darles un tiempo para que logren asimilar el hecho”.
Puga considera indispensable que haya confianza y apertura entre todos. (I)