El olvido de familiares y la soledad marcan la vida de hombres y mujeres que son parte de esta institución de ayuda social
La intensidad de la Copa del Mundo rompe la rutina de 80 adultos mayores
A diferencia de otros días, este no estuvo marcado por la lentitud del tiempo. La monotonía de escuchar los mismos pasos, voces o la bulla de los autos que en las mañanas circulan por la Avenida de la Prensa (Quito). Esta vez todo aquello pasó desapercibido.
El domingo, el Hogar Corazón de María, construido hace más de 50 años, en el norte de Quito, se llenó de amarillo, azul y rojo. También de algarabía, pero de aquella que sacude el alma porque, sin importar la razón, provoca curiosidad. Se trató de una intriga que supera el fastidio o la indiferencia de algunos.
El pretexto fue el partido de la selección de Ecuador en el Mundial de Brasil 2014. En uno de los 5 patios del hogar, a cargo de la congregación religiosa de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, que acoge a personas mayores abandonadas, ese domingo se armó un escenario para ‘vivir’ el encuentro.
Los cerca de 80 espectadores que sobrepasan los 60 años, llegaron paso a paso, apoyados entre ellos o con el andador por delante. 9 de ellos vestían la camiseta de Ecuador. Había globos, pompones de colores, banderas tricolores, caras pintadas.
Escuchar el partido de la selección de Ecuador a través de la radio era llamativo, pero mirar en pantalla gigante fue una sorpresa. Poco interesaba entre los presentes su afición o no por el fútbol, saber los nombres de los protagonistas o quiénes eran los rivales.
Y así inició el partido, con la mirada fija en el televisor, a pesar de que para algunos espectadores -a la distancia- el fútbol era solo unas imágenes borrosas, sin sentido alguno. Las manos temblorosas, la mirada perdida en el techo y el relato desesperante del narrador ponían los nervios de punta.
De vez en cuando, un aplauso de alegría se convertía en una cadena entre los adultos mayores, hasta que el locutor lanzó un grito. No sabían con certeza si fue gol o no, pero gritaban de todas formas ya que nadie desmentía lo sucedido. “¡Gooool ecuatoriano, gooool de mi país!”. Pocos abrazos, pero muchas sonrisas de encías o con los pocos dientes sobrevivientes de otros partidos de la vida.
La felicidad fue mayor en cada uno de ellos por esos momentos compartidos, que no encuentran en su cotidianidad o con un familiar, presente.
Todo valió la pena. La soledad, por hoy, no tuvo cabida en el Hogar Corazón de María y el entusiasmo se vivió durante los 90 minutos de juego.
Cuando sonó el pitazo final del árbitro, no importó si se ganó o perdió. Lo principal fue ese pequeño espacio de alegría y saber que, ese día, ellos y ellas ganaron el partido.