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El Telégrafo
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La iglesia del pueblo, con techo y paredes de madera, es una joya patrimonial con 143 años

En Quilanga aún esperan la lluvia

Quilanga alberga 2 parroquias y no más de 6.000 habitantes. Fotos: Karla Pesantes / El Telégrafo
Quilanga alberga 2 parroquias y no más de 6.000 habitantes. Fotos: Karla Pesantes / El Telégrafo
24 de noviembre de 2015 - 00:00 - Karla Pesantes P.

Atrás quedan pinos, esbeltos y verdes con sus hojas puntiagudas. Se levantan como invasores en medio del páramo de una carretera desde Quilanga a Loja, pasando por Gonzanamá y Catamayo. Fueron sembrados con la esperanza de reforestar el área. Mala idea, dicen pobladores quilanguenses, como Yolanda Marín, la dueña de un restaurante en este cantón, a 99 kilómetros de Loja. Afirma que las lluvias se fueron desde que los pinos llegaron.

En octubre se esperaban las primeras precipitaciones. Nunca bajaron del cielo y los cultivos de café, el principal producto de Quilanga, se han perdido. Los páramos con pinos retienen solamente el 30% del caudal de agua en comparación con páramos sin plantaciones.

“La roya es otro problema y aquí no hay una sola autoridad que nos dé una mano para saber cómo aplicar un químico”, cuenta Manuel Enrique Rojas, el primer párroco del cantón. Sin sotana y sin el último botón de la camisa abrochado, característica de los curas, el quilanguense de 67 años está sentado junto a su primo Édgar Ludeña. Afuera de la fábrica de café, propiedad de Manuel, hay una sillón estratégico desde donde, según cuenta, mira y recuerda a su pueblo por las tardes.  Adentro de la fábrica se percibe el olor a una taza de café pasado y unos cuantos murmullos de mujeres y hombres.

Es un cura atípico, que habla de política cada 3 o 5 minutos y en especial contra el alcalde de la ciudad. “El 90% de los quilanguenses se dedica a la agricultura y la ganadería, pero vive del temporal. Si Dios nos bendice, tenemos cosecha. Ahora estamos en sequía, ya son 2 años de malas épocas para el café”.  

Édgar escucha a su primo con atención, después de todo, es un sinónimo de autoridad en Quilanga. En menos de 15 minutos, 10 personas que pasaron por allí lo saludaron con cierta reverencia, agachando la cabeza. Ese día, temprano por la mañana, hay sol.

Es un clima para una camisa y sin suéter, ideal para que los dos viejos amigos disfruten de la feria escolar del pueblo. Los chicos del único colegio del lugar y dos centros más cercanos exponen sus proyectos. Humus orgánico, cremas para la cara a base de sábila, pulseras o manillas de pajas multicolores, mermeladas hechas en casa... decenas de pequeños emprendimientos de los niños y adolescentes quilanguenses.

Edgar Ludeña (izq) y Manuel Rojas son hijos de los primeros pobladores del cantón.

Manuel y Édgar, a quien lo acompaña su esposa, están pendientes del último acto: un baile folclórico. El equipo de sonido tuvo un desperfecto y la presentación se aplazó para la tarde.

Los hijos de los primeros descendientes de Quilanga no pierden tiempo. Se levantan del asiento. Apuntan hacia el cerro y cuentan con alegría una y otra vez sobre el significado de Quilanga. “En kichwa significa nido de gavilanes. Y si usted ve hacia allá al norte está el cerro El Chiro, no porque no tenga plata, así es el nombre”, dice entre risas.

Se da la vuelta y ahora señala más al este. “Allá está el Sillón del Inca, porque esta zona fue patrimonio de los incas”. Su primo asienta la cabeza con señal de orgullo.

Con apenas unas cuantas arrugas, Édgar no aparenta los 67 años que tiene. Ha regresado ese viernes a Quilanga, como lo hace todos los años. Vive en Guayaquil, al igual que otros 400 quilanguenses en el puerto principal. El 8 de noviembre son las fiestas del pueblo, 26 años de cantonización que ocurrió en el gobierno de Rodrigo Borja. Resulta que a Quilanga la pretendían como a novia bonita otros cantones de Loja.

“Fue Wálter Novillo Castillo, un hijo de esta tierra y que trabajó 12 años en el Municipio, quien consiguió que nos elevaran a cantón”, explica Édgar, quien también es abogado. Se graduó a sus 64 años, motivado por el deseo de obtener un título de tercer nivel. Le gustaba el estudio. “Cuando tenía 12 años lloré porque se había terminado la escuela, entonces mi papá, para que no lo moleste, me puso dos veces en sexto grado. Un año después viajé a Guayaquil”.

Así como Édgar, muchos quilanguenses han salido para conseguir un título universitario. Loja, Machala, Guayaquil, Santo Domingo y Quito son los destinos. Otros se quedan, como Manuel o Yolanda, disfrutando del único parque, encerrado con arbustos y palmeras.

En ese mismo lugar el abuelo de Édgar llegaba en la época antigua con sus cabezas de reses y cerdos, que luego vendían a otras ciudades. Era el hombre rico de Quilanga, como aquel hacendado que mencionaba el lojano Miguel Riofrío en La Emancipada.

Hoy los agricultores ricos son menos; sin saberlo, el cambio climático y la erosión del suelo los afecta. El campo está cansado y los pinos de la vía en Quilanga y toda Loja son solo decorativos. (I)

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