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El Telégrafo
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Consumo, trabajo y Valor

Consumo, trabajo y Valor
14 de enero de 2013 - 00:00

Hace poco tiempo, la mujer más rica del mundo, la australiana magnate de la minería mundial Gina Rinehart, criticó el desenvolvimiento económico de su país y le pidió oficialmente al Gobierno que baje el salario mínimo.

Señaló que sus trabajadores africanos están dispuestos a trabajar por 2 dólares diarios y por tanto, deberían ser una inspiración para los australianos, afirmó además que sus compatriotas deberían fumar y beber menos y dedicarse a trabajar más.

Los acreedores internacionales de Grecia, entre otros, la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo le han “sugerido” al Gobierno aumentar la jornada laboral obligatoria a 6 días y reducir el descanso mínimo diario a 11 horas, todas ellas medidas para aplacar la crisis y, así sumisos y explotados, recibir el valioso salvataje de sus jugosos préstamos.

Se dice recurrentemente que George W. Bush pidió a los Norteamericanos que vayan de compras (go shopping) para ayudar al gobierno a enfrentar la crisis desatada el 11 de septiembre de 2001 por el ataque con aviones secuestrados en varios puntos de EEUU. Ha sido una práctica común en estas últimas décadas inyectar grandes cantidades de fondos del Estado en los bancos de manera que estos generen créditos sencillos que incrementen el sacrosanto consumo. La incapacidad de nuestros oligarcas, como los de EEUU, Grecia y España, al recibir multimillonarios salvatajes del Estado, los han vuelto a desaparecer, ¿otra vez en créditos de consumo?.

Nos preguntamos entonces, ¿cómo se generan las crisis? ¿cómo se superan? Resulta que para ellos, para los ricos, la crisis no está causada por la ambición infinita de sus artilugios financieros que solo miden y buscan ganancias. !No¡ Las crisis no son porque los recursos naturales se agotan mientras la tierra se calienta. !No¡ Las crisis están causadas porque los explotados no trabajan suficiente y a su vez porque no gastan lo suficiente.

Es evidente que para los multimillonarios y sus empresas transnacionales, salir de una crisis no es nada más que seguir ganando como siempre, a costa del trabajo de los pobres. La crisis para ellos no es hambre ni desilusión, es simplemente un recorte en sus ganancias, una reducción de números.

Mientras tanto, para los trabajadores del mundo la crisis es desesperación, pues su hambre y la de sus hijos o familiares, no es para nada una cosa de números sino más bien, de llanto y de dolor. Peor aún cuando la gente se endeuda para gastar, como ellos mandan, y después no tiene cómo pagar.

La idea entonces es cargarle el peso de la crisis a los trabajadores, haciendo que trabajen más y su trabajo valga menos, de tal manera que las riquezas no se vean afectadas. Los recortes en salud, educación, vivienda, no son más que una forma de promover la necesidad de trabajar más entre los pobres, para que ante la desesperación, acepten cualquier tipo de condiciones indignas.

Además, tienen la genial idea de que debemos ahorrar poco y consumir mucho para que la grandiosa maquinaria del capitalismo no deje de funcionar siempre a costa del trabajo de los más pobres y de la depredación de los recursos naturales.

Pese a ésto en Estados Unidos, mientras vuelven a crecer la industria manufacturera y la venta de propiedades, la venta minorista se mantiene claramente débil. En junio de 2012 cayó un 5% en relación a mayo y los números totales del segundo trimestre de 2012 fueron los peores desde los oscuros días de 2008. Su sistema se derrumba, una encuesta realizada por el Instituto Gallup en EE.UU. entre el 6 y el 9 de septiembre de 2012, reveló que 60 por ciento de los estadounidenses desconfía de los medios de comunicación, una tendencia que solo ha ido en incremento desde el 2004 y que el mes pasado alcanzó cifras record.

Una vez más nos preguntamos ¿será que los trabajadores deben cargar con la crisis? Aquí una reflexión antigua pero hoy tan válida como ayer: es deshonesto que se siga valorando más al consumo, que al trabajo que produce lo que se consume, sabemos perfectamente que no son las herramientas, sino el trabajo lo que da valor a las cosas.

Es profundamente deshonesto que quienes poseen los medios de producción se sigan quedando con la mayor parte del valor que ha sido producido por los trabajadores. Pero es aún más deshonesto que los ricos, sigan ganando más, mientras los salarios de los trabajadores sean bajos, y estén obligados a producir cada vez más, para mantener las altas rentabilidades de los empresarios.

Aunque probablemente la crisis devendrá en continuos brotes de violencia, hay que considerar que el aparato represor de esos países es el más eficiente, tanto como su institucionalidad y su capacidad de propaganda, por eso, precisamente son considerados países del Primer Mundo, pues sus sistemas de control funcionan.

Ya veremos por cuánto tiempo. Seguramente vendrán brutales levantamientos producto de la desesperación como ya vimos hace poco en Londres y en Paris. ¿Pero, serán éstos actores capaces de proponer nuevas formas de relación? La principal conclusión de este artículo, es que la única forma sensata de transformar el sistema sucederá si los indignados europeos se conectan con las necesidades
de los exiliados del mundo que hoy invanden su continente. Cosa parecida sucede en Estados Unidos y el resto del Primer Mundo, los expulsados por las guerras o por la miseria, son el eslavón más débil de la cadena y, por tanto, los que menos tienen que perder en ésta brutal dinámica. ¿Seremos capaces de proponer juntos y con carácter global, nuevas formas de relación?

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