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VENTANA

La muerte como imagen poética

García Lorca según Nico Morales Bru
García Lorca según Nico Morales Bru
22 de agosto de 2016 - 00:00 - Javier Carrera. Periodista

Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.

Federico García Lorca, Romancero gitano

Una de las principales características de la obra de Federico García Lorca es la forma en que retrata al ser humano y su entorno, la manera de describir su relación con la tierra, lo esencial y lo primitivo. Obra de «raíces telúricas», le llama el hispanista de origen irlandés Ian Gibson a los trabajos del poeta granadino. Y es que el universo lorquiano se nutre de elementos que involucran aspectos humanos esenciales —como el amor, el deseo o la muerte— a partir de una precisa visión poética de escenarios cotidianos.

Un libro como Romancero gitano (1928), más allá de retratar a su querida Andalucía —no la del folclor, la del flamenco y las tradiciones, sino aquella «que no se ve», como señaló el poeta—, cobra un sentido universal con la descripción del hombre y su fatalidad ineludible. Como bien anotó el poeta madrileño Pedro Salinas en sus Ensayos completos, la poesía de Lorca está sometida al imperioso dominio de la muerte, a su poder único y sin rival: «El destino de casi todos los personajes que Lorca pone en pie, así en sus romances como en sus tragedias, es la muerte».

Un ejemplo de esto es el poema ‘Muerte de Antoñito el Camborio’, en el que el autor describe el asesinato de un hombre cerca del río Guadalquivir. Este personaje, al cual García Lorca denomina como un gitano verdadero, lucha contra «voces antiguas que cercan» su «voz de clavel varonil». Llama la atención cómo el poeta describe esta pelea, resaltando el coraje y la audacia del protagonista, quien a pesar de encontrarse en desventaja «bañó con sangre enemiga/ su corbata carmesí».

De igual forma, en ‘Romance sonámbulo’, uno de sus poemas más conocidos, la muerte parece habitar toda esa atmósfera onírica que describe Lorca: Los tres personajes son como almas en pena lamentando su destino. Los versos iniciales describen a una gitana de «verde carne» y «pelo verde» esperando en una baranda —luego se entiende que esperaba a su amante—. Después se incluye el diálogo de dos compadres que suben a donde ella estaba, dejando un rastro de sangre y lágrimas en el camino. Uno de ellos, el amante de la gitana, le ofrece al otro todo lo que lleva consigo, a cambio de una cama para morir decentemente: «¿No ves la herida que tengo/ desde el pecho a la garganta?», le pregunta a su acompañante. Al final del poema, la gitana que lo esperaba en la baranda flota muerta sobre el agua de un aljibe. El color verde de su carne y de su pelo representa la muerte, una muerte que también está en el «verde viento» y en las «verdes ramas». Otros elementos que son símbolos de muerte en este libro son los caballos y sus jinetes, así como la luna y la sangre.

En su obra Poeta en Nueva York (1940), redactada luego de su visita a Estados Unidos en junio de 1929, también se puede advertir la presencia de la muerte como un elemento poético. Sin embargo, en textos como ‘La aurora’ el enfrentamiento con la muerte deja de ser la experiencia individual retratada en varios de sus romances, para ser una ‘vivencia’ colectiva; el síntoma de una ciudad estéril, llena de «aguas podridas» —el agua estancada es otro símbolo de muerte para Lorca—, sumida en un sistema de producción esclavizante para el ser humano, donde «la aurora llega y nadie la recibe en su boca/ porque allí no hay mañana ni esperanza posible».

En una conferencia que dio el poeta sobre este libro y su visita a dicha ciudad, el granadino se refiere al Wall Street como el lugar donde llegan las riquezas de todas partes del planeta, pero con ellas también llega la muerte: «En ningún sitio del mundo se siente como allí la ausencia total del espíritu». Para Lorca, la forma de vida que contempló en espacios como estos se constituye como la verdadera forma de muerte, la real, «la muerte sin esperanza, la muerte que es podredumbre y nada más», diría luego. En este sentido, retomando el poema antes mencionado, podrían citarse los siguientes versos:

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

Su visión poética de la muerte también fue representada en varias de sus obras teatrales. Entre ellas se pueden mencionar sus tragedias rurales Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba. Esta última cuenta la historia de una mujer que, tras enviudar por segunda vez a sus 60 años, decide guardar un luto inquebrantable y riguroso recluyéndose en su casa, donde vive con sus cinco hijas. El terrible encierro que Bernarda hace vivir a sus hijas es el escenario perfecto para retratar el drama de las mujeres del campo en España, del fanatismo religioso, las costumbres rurales y la moral, entre otros temas. La muerte en esta obra también se identifica con el color verde, elemento que anticipa el trágico final de Adela, quien usa un vestido de ese tono.

Para Salinas, el interés de Lorca por la muerte estaba vinculada a la propia cultura española, a una conciencia de la existencia terrenal del hombre en la que la muerte viene a ser un estímulo, un signo que permite el sentido total de la vida: «A lo largo de su producción, el poeta ha ido desahogándose el pecho de ese sofoco de muertos, convirtiéndoles en criaturas poéticas».

Lo cierto es que la misma muerte que tantas veces representó en su obra, evocándola a través de sus frecuentes y afiladas metáforas, le llegó un día también, quizás, con el mismo dramatismo de algunos de sus personajes. Una muerte que quedó impune y que aún —después de ochenta años— sigue generando controversias, ya que nunca se supo el paradero exacto del cuerpo del poeta granadino, de aquel hombre que, en palabras de su amigo el nobel español Vicente Aleixandre, «era la simpatía elevada a fenómeno cósmico».

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