Cine
Hacia una poética del cine ecuatoriano
«Cine: conversación, grito, silencio… entre el ojo de mis latidos, el vacío y la luz». Así trato de sintetizar mi visión como realizador cinematográfico y desde allí embarcarme en la búsqueda de propuestas poéticas de nuestra cinematografía.
Ecuador es un territorio acrisolado donde confluyen y refluyen profundas y altas corrientes en planos acuíferos, terrenales y aéreos, alumbrados por una luz vertical que azota contrastes, pero al mismo tiempo permite al ojo palpar una rica cromática de infinitas conjugaciones. Su historia se ha esculpido en el viento y la sangre, entre mitos, fábulas y alquimias de preciosos metales y el constante llanto de un hijo que trata de nacer. Así como existen las obras de escritores y poetas monumentales —como Pablo Palacio y Cesar Dávila Andrade—, el país merece un cine consecuente con el espíritu poético de su historia y geografía. Aún no podemos hablar de un río lírico y saludable en nuestra endeble cinematografía, sometida al mazo burocrático nacional y a la bota hegemónica internacional. Lo que hay son individuales riachuelos que han marcado huellas y quizá mapas de ruta, sin pretender convertirse en tendencias.
Aquí nos enfocamos en la manifiesta poesía de algunos realizadores, desde el taller artesanal de los primeros cortos hacia el largometraje de nuestros días.
Grito
Durante el siglo XX se produjeron cortos y largometrajes en el país, básicamente de temas históricos y políticos. Pero es al final cuando aparecen propuestas cinematográficas autorales y poéticas con algunos cortometrajes:
Opus Nigrum, de Fernando Mieles, rodado en Cuba e inspirado en la novela homónima de Marguerite Yourcenar. Sintetiza el drama del alquimista para alcanzar la piedra filosofal, con lograda interacción sensorial de los elementos fílmicos, consigue el clímax y los efectos poéticos y filosóficos deseados. Fue un trabajo de contundente forma y contenido estético con elementos surrealistas.
Sandino Burbano construye un circo metafísico en los alrededores de Rumicucho en El correo de las horas (en blanco y negro), y supera las vías formales de la transformación humana como camino para construir un universo con mayores posibilidades. Su lenguaje de fragmentos esperpénticos se encuentra entre lo simbólico teatral y la poesía que baja de las nubes para alimentar a un pájaro de trapo sobre el ataúd de una anciana que ha parido a un perro de peluche que cobra vida, lo amamanta el partero entre risas, canciones y lágrimas de payasos enmascarados, pero desnudos.
En Metro cúbico, Sebastián Cordero, de forma minimalista, manifiesta un mano a mano entre la desolación del volcán piramidal y un hombre encerrado en un metro cúbico, que en su infinito desamparo tal vez encuentre parte de su ‘yo’ desconocido.
Miguel Alvear nos introduce en un poema de experimentación con manejo conceptual, en el que la edición desposta las imágenes en el Camal, cuando el animal es destrozado sin piedad por la bestia del hombre consciente.
Ya en el siglo XXI, Ana Cristina Barragán desborda las primeras gotas de la menstruación de una niña que empieza a ser mujer en Despierta, corto bordado con hilos finos.
En Bienvenido al sepelio, Mario Rodríguez nos hace palpar la inmensidad cabalgante y soñante de la ría que cruza silenciosa por la ciudad. Mientras se desarrolla, la película nos permite —con la cámara quieta— asir los palpitares del viento que mueve armonioso y a su voluntad elementos y objetos que están casi ausentes dentro del cuadro.
El fin de la película, mediometraje realizado en Buenos Aires por Iñaki Oñate, nos reintroduce en la sala de cine y su proyector con el drama del proyeccionista en un tiempo de agonía del formato fílmico y el alma que se sostiene como un fantasma entre los abruptos saltos de la tecnología en función del mercado, más que del arte, con un blanco y negro desolador en el que florece el espíritu del crimen.
En el austro, Tienda, de Francisco Álvarez, es un corto que con austeridad y elaborado manejo del lenguaje visual integra de manera poética y naturalista al hombre con el paisaje campestre y urbano, intensificando el espectro sensorial con una banda sonora realista y puntual.
En universidades e institutos ecuatorianos es notorio el avance en cuanto a las herramientas técnicas del cine. También son notables las producciones de jóvenes autodidactas o de quienes se alejan de las escuelas: con pocos recursos van descubriendo su camino en el quehacer fílmico poético. Así veo con aliento a cuencanos, guayacos y gente de otras provincias que abordan sin restricciones los vientos entramados del cine.
Conversación y silencio
A finales de los ochenta, Gustavo e Igor Guayasamín realizaron Los hieleros del Chimborazo, documental que por naturaleza se manifiesta de forma expresionista. Muestra la épica travesía de hombres que ascienden al volcán para cosechar el preciado hielo a casi 6 000 metros de altura. Podría denominarse esta película como el primer poema épico-visual ecuatoriano, sin restar mérito a los intentos anteriores, empezados por el mismo pionero de nuestra cinematografía, Augusto San Miguel.
Luego vendrían algunas películas destacadas por sus contenidos y forma cinematográfica: La Tigra (Camilo Luzuriaga), Ratas, ratones y rateros (Sebastián Cordero), Qué tan lejos (Tania Hermida), Cuando me toque a mí (Víctor Arregui), Mejor no hablar de ciertas cosas (Javier Andrade), y Alba (Ana Cristina Barragán). Además, varios documentales han logrado contundencia humana, política e histórica: Con mi corazón en Yambo, vivida y dirigida por María Fernanda Restrepo, y La muerte de Jaime Roldós (Lisandra Rivera y Manolo Sarmiento). Estas obras, y otras, si bien tienen logros importantes para la filmografía de nuestro país, no se incluyen en el enfoque puntual que me he planteado, motivado en el despertar de un pequeño universo poético, para su ampliación necesaria en el crecimiento de la capacidad interpretativa del público y el enriquecimiento en diversidad de nuestra cinematografía.
Prometeo deportado plantea la metáfora de país secuestrado, con cuyes y tortugas, en un aeropuerto del primer mundo. El filme, que podríamos llamar tragicomedia mágica, sostiene el estado poético al mostrar a nuestros ciudadanos jugando a sobrevivir, como hacen en su tierra, de manera pintoresca y costumbrista. La fe en el milagro cae en manos de un mago que, ante el racionalismo burocrático y racista, encuentra una salida circense y trascendental hacia la ansiada libertad, a través del baúl donde se guardan y se liberan los sueños. Fernando Mieles, el director, vivió en carne propia la trampa de llegar a un país y no poder salir del aeropuerto.
Blak Mama, a partir de ritos y tradiciones andinas como la Mama Negra, nos invita a un viaje mágico y fabulesco combinando lo grotesco con la parodia. Crea un universo onírico en la plasticidad de sus escenografías, cromática y puesta en escena que integran espacios y tiempos a través de sostenidas disolvencias, sin caer en el efectismo. Esta película marca un hito ecuatoriano en cuanto a la realización de largometrajes de contenido y forma experimental y poética, características que han ido dibujando el estilo de su realizador, Miguel Alvear.
En un paisaje campestre y playero de Manabí, alejado de ruido y turismo, Tito Molina rueda Silencio en la tierra de los sueños. La desolación de la anciana en su aposento, su rutina diaria, aparentemente monótona, se desdobla en atmósferas en las que inhala y exhala el contraluz de sus sueños y recuerdos. El ritmo interno de las escenas, con movimientos casi imperceptibles, danza al ritmo del enfoque y desenfoque de la cámara, creando un poema visual único de corte naturalista y existencial, dotado de aliento metafísico. El sonido punzante de las vajillas y los pasos, con los desplazamientos del perro que acompaña a la abuela, golpean el oído del espectador, resaltando que pese a sus años la mujer marca con ahínco vital cada uno de sus lentos movimientos.
Decodificando la novela de Cervantes en un poema fílmico, Quijotes negros, de próximo estreno, con un Sancho Panza más grande que el Quijote y un enano sabio en ausencia del burro, nos desplaza por una aventura de malandros caballeros y justicieros de nuestro tiempo. Película mágico-épica de principio a fin, parte de una premisa de justica histórica al secuestrar los antihéroes a la reina e infanta de la corona española y pedir el clamado rescate histórico de los tesoros usurpados en la conquista. La obra en su construcción conceptual se asemeja a un collage visual y sonoro que contiene elementos esenciales de nuestra identidad ecuatoriana y universal. Los personajes, algo retorcidos como la fotografía y el sonido, se expresan de forma a veces tierna y esperpéntica, conjugando los elementos de la farsa con la libertad poética y filosófica en situaciones aparentemente absurdas y reales. La cinta rompe los géneros establecidos y fortalece la mirada de autor de Sandino Burbano.
Aparte de estas obras argumentales de construcción poética, dos documentales forman indiscutiblemente parte de lo que podríamos llamar poesía cinematográfica: Abuelos, que es un documental de corte intimista, indaga en la vida y obra de los abuelos de la directora, Carla Valencia, quien logra en el espectador, a través del paisaje yermo y vacío, el acto sugestivo que produce la poesía en el lector. La atmósfera de la cinta envuelve en silencio las osamentas de tantos desaparecidos enterrados en los desiertos del norte chileno, por un lado, y el jardín y el laboratorio del abuelo materno, alquimista y sanador. Resulta un mano a mano de historias paralelas, que nos hacen sentir los ecos metafísicos y sus connotaciones poéticas, a lo largo del viaje hacia el encuentro revelador con los abuelos que ya no están.
El lutier Raúl Lara y el instrumento, la madera y el hombre, latido a latido, dedo a dedo van construyendo la guitarra de jazz gitano. Pulso a pulso, la cámara de Mateo Herrera ingresa en el universo de un escultor de sonidos, en una relación simbiótica entre artesano, madera y cineasta. Desde el principio el listón ya suena, como percusión. Luego, el serrucho produce sonido de distorsiones y así va creando una orquestación entre herramientas, gemidos y el noble madero hasta lograr la deseada guitarra que estrenará un maestro como Ángel Cobo. En Resonancia, el director juega con su sensibilidad de músico y realizador afinado, para conseguir una hermosa pieza de arquitectura poético musical.
Pienso que estas obras poseen una marcada diferencia autoral con logrados avances para el desarrollo artístico del cine nacional. Hay también elementos integradores, como la sensorialidad que se consigue con herramientas fílmicas visuales, sonoras o de montaje, y el notable sello autoral más que el sometimiento al género en sí. Sabemos que el cine de Tarkovsky es Andréi Tarkovsky y no una estética encasillada, y que las cintas de Jean Luc Godard son Godard, así haya revuelto y quebrado las normas cinematográficas para mantener su propia visión y logros artísticos.
Hago votos por el crecimiento en nuestro país de la poesía audiovisual, no solo como derivación del poema escrito o de imágenes y sonidos que envuelven nuestra realidad, sino desde su misma naturaleza arquetípica que transforma las otras artes que la componen, trascendiéndolas desde las infinitas posibilidades del universo cinematográfico, hoy expulsado de pantallas clásicas y derramado sobre la realidad en todos los formatos posibles, unas veces como cascada que nos enrolla y desenrolla la vida; otras, robándonos la contemplación de las manos.