Entrevista
Ana Cristina Barragán: “La feminidad no es ni tan perfecta ni tan tranquila”
Niñas. Niñas silenciosas, solitarias, de miradas como disparos: niñas raras. Las protagonistas de Despierta (2008) y Domingo violeta (2010), los dos primeros cortometrajes de Ana Cristina Barragán, son así. Igual de extraña que ellas, igual de sensible y honda es Alba, el personaje principal de su ópera prima. En Alba, la cineasta quiteña de 29 años muestra —con una sutileza potente— un lapso vertiginoso en la vida de esta niña que, por la enfermedad de su mamá, se muda con Igor, su padre, un empleado público al que apenas conoce. Alba está en tránsito hacia la adolescencia y eso también influye en la convivencia con él: la incomodidad entre ambos es la misma que cada uno, por su lado, experimenta con su entorno. Todos, alguna vez, hemos sentido esa incertidumbre de estar al margen, la ansiedad de no pertenecer.
En 2010, Barragán escribió el primer borrador de este guion como su proyecto de tesis de la carrera de Cine y Video de la Universidad San Francisco de Quito. Seis años y siete versiones después de ese texto inicial, la película llega a las salas de cine del Ecuador precedida por un recorrido destacado en festivales. Hasta el momento, Alba ha sido galardonada con el Lions Film Award —un reconocimiento a la «excepcional calidad artística»— del Festival de Cine de Rotterdam (Holanda), con el Premio del Público del Festival CineLatino de Tübingen y con el Premio a Mejor Película del International Women’s Film Festival de Colonia, ambos de Alemania. También ha recibido, entre otros, el Premio a Mejor Ópera Prima en el Festival de Cine de Lima (Perú) y una Mención Especial del Jurado del Festival de San Sebastián (España).
Días antes del estreno en Ecuador, contenta y expectante, Barragán se sienta en el sillón púrpura de la sala de su departamento, en el norte de Quito, y repasa la ruta de su búsqueda. En una pared al lado suyo está el afiche de La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel, y entre sus manos sostiene una taza con té de cedrón de la que, a veces, toma un sorbo como una pausa para pensar sus respuestas.
Al inicio, Alba tenía otro nombre, ¿verdad?
Sí, al principio se llamaba Arupos rotos, pero la película fue cambiando un montón. El guion tuvo siete versiones. Siento que lo empecé a escribir con una intuición de lo que quería hablar, pero comenzó siendo, como todas las primeras versiones, superficial. En el guion inicial, por ejemplo, el papá era más importante que Alba, y la película tenía un corte un poquito más fantástico. No abordaba en verdad el tema del que quería hablar ni era tan honesto ni nada.
¿Y de qué querías hablar?
De esta sensación de ambos personajes (Alba y su padre) de no pertenecer, de estar al margen, de no sentirse normales y de la ansiedad de esa edad.
Has dicho que no es una película autobiográfica, pero sí muy personal…
Sí. Tiene que ver con cosas que viví muy de cerca, con sueños, con temas muy míos. Pero una cuestión que sí es autobiográfica es el distanciamiento que tuve en la relación con mi papá. La película, de algún modo, me ayudó a sanar eso. Entendí cosas que no había entendido antes. Y es obvio, si filmas un guion en el que pones algo de ti y todo el tiempo lo ves desde afuera y lo analizas en la edición, es imposible que eso no te haga crecer. Incluso ahora, en el tiempo de estrenar, es lo mismo. Todo el tiempo hay una relación de crecimiento mutuo entre la película y yo. En la edición fue así: si yo estaba mal, la película estaba mal; si yo estaba bien, la película estaban bien. Es una relación medio rara.
(Se tapa la boca con la manga del saco y ríe con timidez).
En cuanto a lo técnico, ¿qué aprendizajes te dejó Alba?
En la edición, sobre todo, entendí que tenía que volver a la esencia de la película. Aprendí a no tener miedo, a ser emotiva o a plasmar algo muy propio a pesar de no saber si iba a funcionar o no. Aprendí que si había algo raro o tierno, tenía que dejarlo ahí, como parte de la historia, y no tener terror a que por eso no entre a festivales o a que a la gente no le guste.
De todas maneras en una entrevista mencionaste que, por ser tu primera película, te censuraste un poco.
Sí, pero ya no pienso así. No es que me censuré en nada, sino que ahora, después de haber hecho Alba, tengo ganas de explorar otros temas quizá incluso más fuertes o de una manera más íntima. Estoy buscando llevar esa intimidad más allá, llevar más lejos el riesgo. Ahora, de hecho, estoy escribiendo una película sobre la relación entre hermanos.
Decías también que para ti no es tan importante la historia sino la sensación que deja. ¿Qué sensación querías dejar?
Lo que intenté hacer es transmitir la sensación que tenía en mí al momento de escribir. Me iba, por ejemplo, al parque y escribía las sensaciones que tenía. Pensaba en imágenes y en sensaciones, no en una historia determinada. Me preguntaba qué se siente la vergüenza, qué se siente ser rara, qué se siente observar y que todo lo de afuera sean estímulos que te llegan. Creo que eso hace que, al final, Alba no sea una película en la que te quedas del todo con una historia, sino con un sentimiento.
***
En Despierta, una niña se levanta sedienta, va a la cocina, luego al baño y allí menstrúa por primera vez. En Domingo violeta, dos hermanas se acompañan en la soledad de una casa sin padres. En Nuca (2015), en cambio, una chica atraviesa el día de su cumpleaños entre llamadas de amigos, recuerdos incómodos de su infancia y una ansiedad a punto de reventar. Todos estos relatos contienen las partículas elementales que conforman la mirada de Barragán: agua, viento, silencio, obsesiones. Sangre.
Este camino hacia Alba, de alguna manera, empezó con Despierta. ¿Lo ves así?
Sí, mucho. Aunque Despierta y Domingo violeta son distintos. En el primero está la ternura y en el segundo hay algo más oscuro. Alba tiene las cosas que fui descubriendo en ambos. Amo esas primeras exploraciones porque me hicieron entender cómo trabajar con niñas, cómo encontrar un lenguaje, una voz. Aunque todo ha sido de forma inconsciente. No es que busqué una marca y me propuse hacer películas protagonizadas por niñas, sino que surgió por una necesidad de hablar de ese tema de la entrada a la pubertad. Pero siento que ya se acabó un poco ese ciclo.
Lo que sí queda claro es que además tienes un interés por la rareza. ¿Por qué?
(Se ríe otra vez)
No sé. Supongo que quizá es porque soy así. También es porque tengo una fascinación por la mezcla entre lo hermoso y lo ansioso. Eso es lo que hace Lucile Hadzihalilovic, una de mis directoras favoritas, en Innocence, que está protagonizada por un montón de niñas. O también el trabajo de la fotógrafa Sally Mann. Ella toma fotos de sus hijos desnudos, pero las ves y son hermosas y dolorosas. Siento que esa mezcla justo se siente más en la infancia.
La presencia del colegio como esta especie de cerca o de jaula también es constante en Alba y en tus cortos. ¿Esa fue una etapa difícil para ti?
Puede ser que sí. No sufrí como Alba, pero ese tiempo sí me marcó mucho. Me acuerdo de que me cambié de colegio, me cambié de casa, pasaron cosas en mi familia. Fue crecer abruptamente, y crecer siempre es difícil y doloroso. Pierdes algo, dejas algo. En mi colegio vi de cerca situaciones de bullying, y a mí y a mis compañeros esa competencia por ser aceptados nos generaba inseguridad.
Entonces, ¿tu intención era criticar el daño que puede causar el colegio como institución?
Más que eso, lo que sí hay en la película es una crítica a esta idea de los ganadores y los perdedores. A estos conceptos de lo normal y lo anormal, de lo exitoso y lo raro.
La enfermedad también es muy recurrente en tu trabajo. ¿Por qué?
Sí, y en cada proyecto está retratada de distintas maneras. Es porque la he visto de cerca. Porque, como en la vida de todos, ha estado presente. La sangre también es otro elemento que siempre ha estado y va a estar en mis trabajos. Hay algo ahí que me parece fascinante, que no entiendo bien, que me parece extraño.
Y están siempre los espacios abiertos: siempre hay agua, siempre hay viento en alguna escena…
Una vez una amiga me dijo que muchas de las películas de mujeres tienen agua, y no como un estereotipo, sino porque es algo tan… no sé, no sé qué sea. Pero es verdad que siempre la incluyo, y trato de no utilizarla como un cliché. Lo del viento y los espacios abiertos han sido decisiones instintivas, no han sido muy pensadas. Si hubiese sido así, se sentirían muy fingidas.
Siempre has intentando reflexionar sobre la feminidad también, ¿no?
Sí, mi mirada es femenina porque soy mujer. No es una decisión. Como estoy tratando de hablar de cosas más cercanas, todo es femenino. Pero sí he hecho ese análisis desde afuera de qué es la feminidad y de la imposición de lo que tienes que ser cuando creces, de cómo es ser mujer. Quizá no para todos es tan bonito ver que una niña se arranca un vello de una axila, pero a mí me interesa retratar esa feminidad que también es tosca, que no es ni tan perfecta ni tan tranquila. Esas son las cosas en las que no quiero censurarme.
Hablemos de tus influencias, ¿dirías que el cine argentino es una de las más grandes? Hace unos años decías, por ejemplo, que te gustaba mucho el cine de Celina Murga.
Es chistoso. Mientras escribía Alba decidí casi no ver películas y leer libros porque, en ese momento, tenía miedo de sentirme influenciada. Cuando empecé a editar, en cambio, empecé a ver muchísimo más cine y nutrirme de otras cosas. Obviamente es ingenuo decir eso, porque siempre estás influenciado. Pero me gusta la sensación de vivir en Quito y no tener tantos referentes como los que puede tener un estudiante de cine en Argentina. Para mí, eso de no tener referentes tan fuertes es una ventaja, ayuda a que salga algo más propio. Sí diría que, claro, me gusta mucho el cine de directoras como Lucrecia Martel, Lynne Ramsay y los Dardenne.
Y en el cine local, ¿tienes algún referente? ¿Quizá en la música o en la literatura?
Siento que no. Hay muchos amigos que hacen cine aquí que me han enseñado cosas muy importantes, pero desde otro lugar, no desde el lugar de una referencia, sino desde una conversación, un análisis de cine, de compartir. Me gusta mucho Rabia, me gusta mucho Ratas..., pero no tienen mucho que ver con Alba; no las veo como una influencia directa. En la escena musical también siento que ahora hay más bandas increíbles, que me inspiran mucho, pero no sé si es que me influyen directamente.
¿Cómo ves el cine ecuatoriano? Has dicho que uno de los principales problemas es que no hay crítica.
Más que crítica falta autocrítica. Para mí, lo que falta en el cine ecuatoriano es una búsqueda de la mirada. Estamos como más enfocados en buscar la industria que en identificar la voz de cada uno. Las escuelas de cine, incluso, no están tan preocupadas por hacer que sus alumnos reconozcan su mirada propia. Por otro lado, tampoco hay un festival de ficción fuerte en el país, y eso no ayuda. Los festivales aportan un montón. Falta eso, faltan muchos más laboratorios de proyectos con gente de afuera. Siento que, sobre todo, falta salir más. Nuestra comparación también es siempre entre nosotros. A eso me refiero con no ser autocríticos, con pensar que todo lo que estamos haciendo es hermoso, cuando, si lo comparamos con Colombia o Argentina, hay proyectos que están en otro nivel. Y, al final, nos falta tiempo. Es normal que esté pasando esto porque la historia de nuestro cine es corta.