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Perspectiva

Los desafíos de la Cultura en Ecuador

Los desafíos de la Cultura en Ecuador
24 de octubre de 2016 - 00:00 - Redacción cartóNPiedra

CartóNPiedra nació hace cinco años como un espacio para pensar la cultura de forma sostenida. Con esa intención, las páginas de este suplemento se han convertido en un lugar para, semana a semana, exponer visiones de lo que sucede en el mundo de la cultura, desde el punto de vista de la creación literaria, la filosofía, la relación de los públicos con el arte, las propuestas teatrales, musicales y, en fin, todas las manifestaciones artísticas.

Uno de nuestros mayores intereses es llevar un registro de la creación en el país y del pensamiento que esta genera.

Y ahora que estamos en un momento de transición, a las puertas de una elección general y a la espera de la Ley de Cultura, hemos invitado a algunos creadores, gestores y actores culturales a que nos cuenten cuáles son, para ellos, los desafíos de la cultura en los años por venir.

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PERSPECTIVA DE AUTORES

Ana Rosa Valdez
Gestora y crítica de arte

¿Qué desafíos quedan en el campo cultural en el país luego de 2016? Probablemente los mismos que en 2007, cuando se creó el Ministerio de Cultura. La aspiración de crear una nueva institucionalidad cultural pública nunca se concretó y en algunos casos se destruyó lo poco que se tenía. Es el caso de los museos públicos, que hoy atraviesan su peor momento. Los programas de fomento a las artes aún no reconocen la diversidad cultural del país y siguen promoviendo el eventismo. El continuo cambio de ministros refleja la inestabilidad que ha caracterizado a la institución.

Aunque la Constitución ampara los derechos culturales desde una perspectiva amplia y contemporánea, aún no contamos con los marcos legales para cumplirlos. Pero tampoco podemos esperar que la tan ansiada Ley de Cultura resuelva todos los problemas. Habrá que ver si realmente responde a las necesidades del campo.

La empresa privada brilla por su ausencia en proyectos culturales de calidad. Se limita a cumplir su cuota de «responsabilidad social» sin ningún interés real en los valores simbólicos, sociales, culturales y educativos de las prácticas artísticas y culturales.

En el escenario de la sociedad civil, habrá que superar la falsa consciencia de «lo independiente» y dejar de satanizar al mercado del arte. Necesitamos emprender acciones dirigidas a generar nuevas economías en una intersección entre lo público y lo privado. Pero, fundamentalmente, como ciudadanía, nos hace falta pensar en cómo las artes y las prácticas culturales pueden contribuir a crear nuevas formas de comunidad frente a la devastación del vínculo social y la naturaleza, a causa del desarrollo capitalista que avanza de los centros urbanos a los rurales cada vez con mayor fuerza.

Marcelo Báez Meza
Editor independiente

Creo que el Ministro de Cultura actual va a lograr algo histórico cuando libere los derechos de autor de las obras literarias que habían ganado fondos concursables (esto significaría que los escritores no van a estar atados al Ministerio y por fin podrán publicar libremente en cualquier editorial). Pero se está haciendo urgente una política de difusión de las obras que hizo el Ministerio en períodos previos.

No pueden seguir existiendo libros embodegados por las anteriores administraciones. Los títulos deben circular a partir de canales específicos de difusión. No pueden ser accesibles únicamente en las ferias, tienen que ir a los estantes de las librerías. No vaya a ser que los libros se ‘desembodeguen’ y salgan a remate, en algún momento, como sucedió con la producción bibliográfica del Banco Central hace más de quince años.

Habría que crear un ente parecido a la Fundación Editorial El Perro y la Rana del gobierno de Venezuela, con libros de precio simbólico y tiraje masivo que incluso tiene un catálogo al que se puede acceder de manera virtual. De esta forma el libro no se queda en el formato físico, sino que también se puede conseguir en formato PDF de manera gratuita. Esto hace falta: una política editorial de puertas afuera y no de puertas adentro que esconde los libros en vez de llevarlos a manos ávidas de lectura.

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LOS EVENTOS Y LA CULTURA

María Paulina Briones
Escritora y editora

Pensar en el futuro es fundamental en un ámbito que no suele meditar más allá del evento cultural. Es lo que llamo «cultura del instante». Me refiero a estos aspectos cultuales generalmente vinculados a una coyuntura (ya sean fondos concursables, meses supuestamente dedicados a la celebración de la cultura, oportunidades políticas variadas), y no a la real necesidad de crear vinculaciones, alimentar imaginarios simbólicos que permitan crecer o avanzar en espacios estimulantes para las personas. En lugar de esto, tenemos la proliferación del eventismo, como única posibilidad de «hacer cultura».

De alguna manera esto es un síntoma que puede interpretarse de varias formas: políticas públicas que no se afianzan en prácticas reales, desconocimiento (desde el sector de los gestores culturales) sobre los pocos recursos, oportunidades o incentivos que existen desde lo público para gestionar la cultura, incapacidad de haber creado públicos por diversos motivos, tal vez uno de ellos esté relacionado a la gratuidad impuesta desde el Estado, que no ha sabido leerse, y que en el momento en que desaparece, no suscita en el consumidor una necesidad.

Por otro lado, los gestores culturales tampoco quieren pensar más allá de sus propios proyectos, es decir, se sienten o están desvinculados de las políticas públicas, no sienten que pueden incidir en decisiones relacionadas a este ámbito ni quieren hacer propuestas, en parte, porque desde lo público, no ha habido claridad, tampoco rectoría, en parte, por desconocimiento y poca reflexión sobre el lugar que ocupan socialmente con las actividades que se proponen.

Ese futuro del que he hablado, tiene un punto de partida posible: podría ser la aprobación de la Ley de Cultura, que es un esfuerzo por reorganizar un sector caótico, no en el sentido maravilloso y creativo de la palabra, si no en el desorden de la arbitrariedad, por ejemplo.

Cualquiera que fuera la tendencia del futuro gobierno tendrá que pensar en el fortalecimiento de una política cultural, en revisar las experiencias positivas y darles continuidad. Las políticas públicas jamás podrán ser camisas de fuerza que normen, regulen, en el sentido de coartar la libertad de creación de los artistas. Son, desde mi punto de vista, sencillos lineamientos para garantizar incentivos acceso, desarrollo, promoción, equidad.

Quisiera ver proyectos de creación de papeles alternativos, que seguramente mejorarían las condiciones en que trabajan las imprentas en el Ecuador, me encantaría ver cómo Correos del Ecuador crea tarifas que faciliten las exportaciones de libros. Que el impuesto al papel desaparezca y también que la lectura digital con otros dispositivos o soportes más allá del libro se fueran consolidando. De igual modo, sería estimulante que librerías contraten libreros que lean, y que los editores cuenten con incentivos a las publicaciones de manera constante, no coyuntural, que den continuidad a las colecciones que cada una de ellas plantea. Que finalmente Ecuador tenga un Plan Nacional de Lectura, que el Sistema de Bibliotecas se rearme y las bibliotecas sean una posibilidad y no el oscuro lugar de los libros olvidados.

¿Y la Literatura? Bueno, eso es otra cosa.

Manolo Sarmiento
Cineasta

¿Qué queda por hacer en Cultura? Producir un cine crítico, reflexivo, que le hable a los jóvenes, que interpele a los adultos, que desafíe los valores conservadores, que invite a expresar la sensibilidad, la rebeldía, la inconformidad. Producir una televisión crítica, multiplicar las opiniones que aparecen en la pantalla, poner a trabajar a guionistas y directores en obras complejas, divertidas, irónicas, irreverentes, chocantes, estridentes. Conseguir de cualquier manera el dinero que financie todo eso.

Acabar con el maniqueísmo, el fanatismo, las verdades absolutas, la descalificación y el cinismo que se han impuesto como rectores del debate en la esfera pública. Aplaudir, filmar, entrevistar y apoyar en todo momento a los rebeldes, a los ecologistas, a los fanáticos de la bicicleta, a los GLBTI, a los feministas. Dudar, desconfiar, mirar las heridas silenciadas y silenciosas que nos descomponen como sociedad. Eso, entre otras cosas.

Paola De la Vega
Gestora cultural

El desafío es pensar lo cultural en lo político. Hay que concebir la cultura como un recurso crítico y desestabilizador de las relaciones de poder naturalizadas en las formas de estar en comunidad, de entender la diferencia y las diversidades, en sus conflictos y posibilidades. En lo académico, se debe debatir una epistemología de la gestión cultural latinoamericana, que nada tiene que ver con los parámetros de la economía creativa, y que históricamente se ha vinculado a la transformación social, a la educación y la comunicación popular, a la gestión comunitaria y al activismo político.

¿Cuántas de estas reflexiones ha recogido la política cultural actual? Pese a las fisuras existentes, en la administración cultural pública parecen perpetuarse estructuras clientelares, coloniales y miradas civilizatorias y culturalistas, de lo espectacular y el entretenimiento, que en poco o nada apuntan a la cultura como un trabajo sobre el pensamiento crítico y lo intercultural.

Otro desafío inmenso es un cambio de modelo de gobernanza de lo público, en un trabajo mancomunado con agentes autónomos que pueden aportar muchísimo desde modelos asamblearios, participativos, de organización del trabajo cultural y desde economías reproductivas, que permitirían, por ejemplo, un giro en las metodologías para el uso de equipamientos culturales y de espacio público. Habría que ver si el actual proyecto de Ley de Cultura aportaría a este cambio de estructura, o si más bien, la construcción de lo público se piensa lejos del fortalecimiento de la autonomía política y los modelos de participación.

José Chancay
Arqueólogo del INPC

Las competencias para preservar, mantener y difundir el patrimonio cultural, lo arqueológico inclusive, se encuentran en proceso de transferencia a los GAD municipales, lo que fue dispuesto a través de la Resolución-0004-CNC-SE-2015 del 14 de mayo de 2015 y publicada en el Registro Oficial Nº 514 del 3 de junio del mismo año. Dicha resolución está basada en lo que establece el art. 144 del Cootad (Código de Organización Territorial, Autonomía y Descentralización), según el cual, los GAD deberán asumir y dar cumplimiento plenamente a estas disposiciones, con lo cual habrá una mejor preservación de los bienes patrimoniales de su jurisdicción.

Hasta diciembre de 2015, solo 39 de 221 cantones habían asumido estas competencias (esto representa el 18% del total nacional) cumpliendo con la recepción del inventario de bienes patrimoniales y el catastro de museos, bibliotecas y archivos. Entonces el trabajo que queda por cumplir es arduo y creemos que una vez que la totalidad de los GAD asuman estas competencias (esperamos en el menor tiempo posible) habrá una mejor protección del patrimonio cultural en nuestro país.

Alfredo Mora Manzano
Cineasta

‘Soberanía’, la palabra que nadie mencionó durante el debate sobre el supuesto impuesto al cine que llegaría con la Ley de Cultura. Creo firmemente que es lo que deberíamos esperar de un gobierno progresista. Para alcanzar esa soberanía debemos reflexionar sobre la realidad actual: la programación de las salas de cine es ocupada casi en su totalidad por contenidos de una sola proveniencia.

No se busca encarecer las entradas a las salas (esa nunca fue la propuesta de los cineastas) sino que esas ganancias millonarias de los grandes estudios sirvan, primero, para producir más, y luego, para lograr que el gran público pueda acceder de manera directa a contenidos nacionales. La manera de hacerlo es que esa programación que nos llega de un solo lugar sirva para financiar la creación y exhibición de cine nacional tal como sucede en Francia, Argentina o Corea del Sur.

Estas medidas soberanas deberían llegar acompañadas de estímulos para las cadenas que programen cine del Ecuador y de otros lugares del mundo y de un programa de incentivos fiscales e impositivos para las empresas privadas que quieran invertir en cine y otras áreas del arte.

El arte y la cultura son a veces aberraciones de la economía difíciles de entender desde la tecnocracia, pero la soberanía no. En números es difícil comprender la necesidad de financiar una actividad costosa como el cine, pero en países con cinematografías nacionales poderosas el buen cine llega siempre acompañado de soberanía y libertad.

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EL ARTE Y LA CULTURA EN LA ESFERA DE LO PÚBLICO

Rodolfo Kronfle
Curador y crítico de arte

Empecemos por desaparecer el Ministerio de Cultura, institución que nació politizada y demagógicamente ideologizada, y que ha ampliado, sin la consecuencia que lo justifique, la base de burócratas, además de haber creado un sistema clientelar que amansó por mucho tiempo al gremio creador. La puerta giratoria de ministros (nueve en diez años) evidencia la inconsistencia del ente. Su gestión debe fusionarse con la del Ministerio de Educación, desde donde se debe trabajar para que todos tengan (algún día) las herramientas que permitan un acercamiento sensible a ese constructo complejo que llamamos cultura.

Urge reestructurar íntegramente los museos, en cuyos organigramas, que deben ser públicos, deberán aparecer profesionales con currículos que acrediten su labor: sus presupuestos deben destinarse (al menos en50%) a exposiciones fundamentadas en investigación, publicación y divulgación, digitalización y acceso de archivos, por un lado, y a nuevas adquisiciones que llenen los grandes vacíos que existen en las colecciones, por el otro. Los procedimientos que esto conlleve deberán encargarse a un comité o veeduría externa de académicos que avalen las inclusiones y lo que se paga por ellas, transparentando estos procesos de forma clara en las páginas web institucionales.

En el MAAC de Guayaquil, por ejemplo, no cubren ni el gasto corriente, mientras que la agenda que propone es improvisada y descriteriada al máximo. Para la Casa de la Cultura, aún recuerdo la receta metafórica que propuso el Colectivo La Limpia hace más de diez años: la dinamita. Es imperativa una ley de mecenazgo que incentive y dinamice la gestión cultural privada, para que no dependa únicamente de la dádiva estatal y sus parámetros.

Bertha Díaz
Investigadora de artes escénicas

En el ámbito teatral pienso que un desafío fundamental del Estado es dar apoyo a las salas que configuran los circuitos independientes, respetando su autonomía ideo-estética. Más allá de la activación de los Fondos Concursables del Ministerio de Cultura que —sin duda— permiten el desarrollo de procesos de creación y circulación independientes, es fundamental que se ofrezcan las condiciones para mantener la infraestructura artística autónoma, pues es ahí donde el oficio de la escena viva está activado permanentemente. El sostenimiento de tales espacios garantizaría la visibilidad de las múltiples poéticas presentes en el ámbito teatral del país, lo que daría pie —a su vez— a la configuración de una escena diversa que movilizaría públicos, también, de diferente naturaleza. Un programa que apunte específicamente al fortalecimiento de audiencias críticas, pienso, complementaría el panorama.

Por otro lado, la configuración de redes entre gestores, instituciones públicas, universidades y espacios privados, a mi criterio, se ubica como otra tarea pendiente del ámbito estatal-cultural, lo que provocaría la constitución de procesos de intercambio de pensamiento-acción.

Santiago Rivadeneira Aguirre
Dramaturgo

En la ‘región de las disciplinas’ no están las artes escénicas. Ni siquiera de una manera tangencial, como para que puedan ser consideradas dentro de todas las ‘formas del discurso y los juegos del saber’ e incluidas como parte (necesaria) del pensamiento ecuatoriano. Digamos que por algún malentendido cognoscitivista se ha dejado de lado cualquier posibilidad de que el teatro, la danza o el performance pudieran generar algún interés académico por sus alegatos escénicos y sus propuestas estéticas.

Porque la demanda por esas formas de expresión artística apenas considera una relación de entretenimiento con el espectador. Es decir que la tendencia ha sido a imaginar al arte y la cultura fuera de la esfera de lo público. Esa separación —deliberada o no— provoca un conflicto entre la sociedad y quienes producen un arte que ‘solo sirve para decorar el espacio público’.

En el orden de la fugacidad y la permanencia, las obras de arte son los objetos en los cuales los seres humanos construyen su memoria. Lo que debemos demandar en estos momentos, es que la sociedad ecuatoriana debe entenderse a partir de un sentido de la ‘durabilidad’ de sus modos de ser, para estar en el mundo. Hay que exigir entonces que las artes escénicas sean estudiadas e investigadas como parte de la memoria histórica de este país, para que los creadores y sus trabajos más representativos, estén presentes en su facticidad y su cualidad, como parte viva de nuestra contemporaneidad, separadas de lo simplemente funcional o utilitario.

Pablo Salgado
Escritor y radiodifusor

El propio presidente Correa ha reconocido la deuda del Estado con elsector cultural. De ahí que —luego de diez años— los artistas y creadores aún no tienen acceso a sus derechos laborales y sociales, por ejemplo. Por ello, la aprobación de una Ley de Cultura que garantice el acceso a esos derechos es fundamental. Así, un nuevo gobierno podrá —desde el inicio— generar políticas públicas que fomenten la producción cultural, y sus instituciones podrán ejecutar esas políticas con eficiencia. Aunque, ciertamente, los artistas y gestores seguirán, con Ministerio o sin Ministerio, con Ley o sin Ley, trabajando, creando y aportando al desarrollo del país.

Abdón Ubidia
Escritor

Siempre será ingenuo no aceptar que la cultura hegemónica dehoy es la de masas. Y que ha relegado a la cultura literaria y artística, por un lado y, por otro, a las culturas populares. Los libros y las obras de arte no cuentan mucho ante la arremetida de los mass media. Es más fácil ver telebasura que leer un libro. O asistir a un gran espectáculo que escuchar a una banda de músicos vernáculos. O preferir un thriller de Hollywood a una película de arte.

La cultura de masas invade y depreda. Contamina las tradiciones y creatividades de los pueblos. Trata de destruirlas. Es la cultura del consumo masivo. Del mercado. Del puro «valor de cambio». La cultura del capitalismo tardío, irradiada desde los centros del poder mundial. Superficial y voraz, absorbe hasta las contraculturas (como advirtió Marcuse). Las devuelve, ya neutras y desarmadas, como productos de moda. Bob Dylan, por ejemplo. Hay una relación entre estadios llenos y bibliotecas vacías.

Entre megaconciertos y música olvidada. Entre bestsellers y poesía «que no se vende». Entre comida chatarra y cocina tradicional. Una política cultural del Estado deberá tomar en cuenta a la cultura de consumo. Encontrar formas de defender lo que daña. Y aprovechar su fuerza para difundir mejor los productos de escritores, artistas, clásicos y nuevos, y, por cierto, a los cultores del arte popular. Auspiciar eventos literarios, ediciones independientes, conciertos. De lo otro se ocuparán, con o sin ayudas, los creadores auténticos que saben que su trabajo es sobre todo «valor de uso»: don, oficio, gusto, pasión, concepto.

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