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Hacia la construcción de una capital literaria V

Hacia la construcción de una capital literaria V
18 de noviembre de 2013 - 00:00

Sumo y sigo

En los últimos tres meses he edificado la ciudad con palabras, y no obstante, he dejado muchos terrenos baldíos. Quedo en deuda con décadas completas, y también, desde luego, con muchísimos autores, pero, en todo caso, me he acercado a la idea que concebí a inicios de año en Buenos Aires: colocar en las paredes de la ciudad, letreros con las líneas que nuestros narradores y poetas han escritosobre ellas, a fin de convertirla en un libro abierto. 

Exploré la ciudad de las ficciones y consigné, para la posteridad, los lugares que habitan nuestros autores.

Empecé con un puñado de escritores fundacionales que, a excepción de Pablo Palacio, miraban a Quito desde la nostalgia y el romanticismo hispánico. Formaron parte de este primer y desordenado episodio el ya citado escritor lojano, Gonzalo Zaldumbide; Jorge Icaza, Jorge Carrera Andrade, Benjamín Carrión, Jorge Reyes, Jorge Fernández, Humberto Salvador, Hugo Alemán, Alejandro Carrión  y José Alfredo Llerena.

Las entregas segunda y tercera estuvieron dedicadas a las obras y autores que impusieron, en los años sesenta, una visión posromántica de Quito: Jorge Enrique Adoum, Ulises Estrella, Iván Égüez, Raúl Pérez Torres, Marco Antonio Rodríguez, Javier Vásconez, Francisco Proaño Arandi y Abdón Ubidia. La ciudad, en sus páginas, empieza a insertarse en el mapa de las urbes modernas y eleva, paralelamente, un canto de cisne por el paraíso perdido, deja de ser una aldea y se convierte en un espacioadolescente, que al tiempo en que se va por el mundo y sus revoluciones, no se desapega de los padres, que al tiempo en que sigue atada al Centro, mira al norte en desarrollo.

Se aprecian en los párrafos seleccionados, barrios populares instalados en la nostalgia de los quiteños que migraron a Norteamérica a conseguir dinero para construir residencias en los nuevos y pujantes sectores de la ciudad, el clima invernal y las cordilleras que nos acorralan y determinan nuestra idiosincrasia, avenidas y edificios, bares y burdeles, visiones de  burócratas y provincianos, suicidas y asesinos seriales, personajes y situaciones nunca antes sospechadas bajo los badajos de la ciudad campanario.

La cuarta estuvo dedicada, básicamente, a la literatura que empieza a gestarse en la ciudad a partir de los ochenta. Las citas de los cuatro autores seleccionados, Huilo Ruales, Alfredo Noriega, Ramiro Oviedo y Viviana Cordero, recrean el cada vez más sórdido y violento universo urbano, con frío, lluvia y sangre; con ríos de migrantes ya no solo del interior del país; con los marginados y su particular jerga; con los resquicios; con los recovecos a los que nadie dirige la mirada; con la desmitificación definitiva de la ciudad campanario. En este, el último episodio, nos enfrentamos al Quito planteado por Modesto Ponce, Orlando Pérez, Lucrecia Maldonado, Patricio Viteri, Silvia Stornaiolo, Paúl Hermann, Carlos Aulestia, Javier Lara Santos, Juan Carlos Moya, Carlos Vallejo y Juan Fernando Andrade. Han sido, en total, 34 autores, una sola ciudad.

Este trabajo no estará concluido hasta el día en que, caminando por la ciudad, levantemos la mirada y veamos en sus paredes, las líneas que esta ha inspirado.

Los del estribo

A finales de la década pasada, el escritor chileno Alberto Fuguet quiso expropiar los terrenos de Macondo y construir sobre ellos una ciudad con centros comerciales, gasolineras, bares y demás elementos de la vida moderna. Puesto que en aquel momento García Márquez estaba en plena vigencia, la propuesta fue debatida. Pronto no obstante, las cosas empezaron a caer por su propio peso y las páginas de los escritores que empezamos a publicar a partir de los noventa, evitamos los localismos de las generaciones que nos antecedieron y construimos textos universales, plagados de los supermercados, rascacielos, autopistas y otros elementos que hacía tiempo nos conformaban. Creamos atmósferas cerradas, mundos interiores y, muchas veces, opresivos, pero siempre dejamos aparecer, bajo las hendijas, un rayo de ciudad. Esta, de hecho, se construye, ya no con descripciones de lugares específicos, sino también y, sobre todo, con personajes que se vuelven parte del paisaje.

En esta última entrega, presento textos de autores que nacimos a partir de 1970 o antes, pero que hemos planteado propuestas los últimos años.

Modesto Ponce. El palacio del diablo.

El escritor quiteño Modesto Ponce llega a la literatura en su madurez, con cuentos que demuestran que estuvo preparándose para que en su debut no falten aplausos. El palacio del diablo, la novela escogida para esta selección, lleva el nombre de un prostíbulo que existió en La Ronda durante la Colonia. Aparecen también en esta obra, a más de mujeres inolvidables, un periodista rebelde que ama y odia Quito, “la ciudad de las quebradas”.

“Se casaron al gusto de Marina, en una iglesia gótica —presumida y vanidosa—, construida en cemento armado por los años cincuenta en el barrio aristócrata de ese entonces que hoy, con el progreso, es centro bancario y comercial, la primera zona rosa de la capital, ahora tendiendo a roja. En la ciudad hay otra iglesia gótica, ésta sí hecha en piedra, la Basílica del Voto Nacional —altanera, destemplada y fuera de lugar y época— que se levanta, después de un más de un siglo de construcción, sobre el barroco majestuoso de los conventos quiteños con sus cúpulas redondas y campanarios, y las encantadoras callecitas de la ciudad vieja”.

Orlando Pérez y la ciudad como nostalgia

Quito es el escenario de La ceniza del adiós, novela de Orlando Pérez, cuya historia empieza en Madrid y termina en Quito. Testimonio de una vida,  retorno a la ciudad del ayer con un siglo de recuerdos en la mochila.

A continuación, tres momentos de cuando la ciudad empezaba a crecer hacia el lado de un hipódromo que ya no existe.

“No me olvido que el primer centro comercial generó una afluencia ‘turística’ de los propios habitantes de la capital y de otras ciudades como para vislumbrar un signo de desarrollo; que cuando se construyó el primer paso a desnivel en la avenida Patria, quienes usaban auto particular los fines de semana lo paraban en la parte alta para mirar la ciudad que hacia el norte se estiraba”.

“La casa era muy grande. O por lo menos me lo parecía a esa edad. Hacia la calle era absolutamente urbana, moderna, acoplada a todas las obligaciones municipales para el sector de la Mariscal de ese entonces y las que imponían sus habitantes, casi todos añorantes de un toque europeo”.

“Yo no terminaba la escuela y la ciudad que crecía hacia el norte era una incógnita, salvo porque algún sábado fuimos a ver al parqueadero del primer gran centro comercial de la ciudad una competencia de go-cars, ese sector estaba sostenido desde la expectativa comercial y habitacional y no desde un sentido urbano; se veía todo adosado al hipódromo y a éste como un territorio excluyente”.

Las cabinas para llorar de Lucrecia Maldonado

En Cabinas para llorar, Lucrecia Maldonado cuenta: “Es casi un ritual. Afuera la oscuridad ha ganado la calle céntrica dándole ese aire entre familiar y fantasmal del Centro Histórico por la noche, tal vez ya comiencen a salir los personajes de las leyendas: el padre Almeida, la Bella Aurora… y tal vez nuestros propios fantasmas personales, o los de aquellos que necesitan una cabina para echarse a llorar en medio de la tarde mientras la ciudad sigue su tráfago y la vida continúa y Pancho lee un libro con los audífonos del ipod bien plantados en sus orejitas”.

Las calles de Patricio Viteri

En su cuento ‘Advertencia del desterrado’, Patricio Viteri menciona el Hospital Eugenio Espejo, un hostal de la Foch, el restaurante del Hotel Quito, la Mariscal, el teleférico y los edificios de la González Suárez. Pero refirámonos a un lugar concreto del texto: “Bajaron contentas por el camino empedrado hasta el Café Guápulo. Entraron curiosas. Había solo una pareja en una de las mesas. Miraron las paredes atestadas de carteles, pinturas y dibujos, hasta que el camarero salió, les dio la bienvenida y preguntó si querían ir a la pequeña terraza. Se sentaron en los taburetes, en ese balcón con vista al valle”.

Los cuervos de Silvia Stornaiolo

En ‘La novia del mono’, primer cuento del ‘Trío tierno de la ciudad tormenta’, incluido en el libro Cuerva Críos, Silvia Stornaiolo dice: “Tratando de salir de la Floresta Encantada, mi barrio, caminando lo más rápido posible, tratando de agarrar vías alternativas para evitar el imperio de jóvenes cineastas, el abuso e imposición de esta nueva raza insoportable, como estoy adelantado a mi encuentro de poesía, entro a un lugarsucho esquinero al lado del mercado, a tomarme una cerveza, veo una muestra de escultura, pintura sobre plástico quemado y escucho la canción de un joven artista. Los chicos muy bufanderos y las mujercitas muy descuidadas, inclusive las de los cuadros no valen ni siquiera para una paja, salgo desesperado, bajo un par de cuadras, necesito un trago para olvidar tanta ciudad y tanta mierda…”.

Paul Hermann: modestia a parte

En el libro de cuentos Puntos de fuga, varios textos hablan de Quito.  ‘Aligator’ del Guayasamín de la Universidad Central;  ‘Saludos de despedida’ de la antigua feria de La Marín, y ‘Allegro ma’non troppo’ del Teatro Bolívar y de varios otros lugares de Casco Colonial.

En ‘Historia para leer durante la resaca’, cuento llevado al teatro por Diana Borja, el protagonista entra,  “… en la avenida 24 de Mayo, a uno de esos burdeles que tienen en la puerta, casi en la calle y detrás de una especie de escaparate, putas vestidas con beibidoles de colores”.

En ‘Outsider’, relato del libro Cazador de Brujas,  se lee “…me pregunté si no sería conveniente ir a buscarlo a las cantinas de Chimbacalle, el barrio del que salió cuando se casó con mamá, pero al que siempre regresa cuando la vida le gana una partida… Pero como también era posible que estuviera en un chongo de la 24 o en una cantina de la Marín o de San Blas o de la Plaza del Teatro,  y yo estaba rechiro y superadolorido, decidí regresar nomás a la casa”.

En la novela El Danubio azul aparece un gran fresco del sector de la Ipiales, por los años en que los vendedores se habían tomado las calles: “Pasamos ante el colegio San Pedro Pascual y, siguiendo las instrucciones de la Anita Mendoza, nos paramos en la puerta de la iglesia de la Merced a mirar las casas del frente. Uno cree que pasa desapercibido en calles de personas aglomeradas en tenderetes techados con plásticos azules como pirañas en cuerpos sangrantes, pero no es así…”.

Carlos Aulestia. Flaquita, my love

En su cuento ‘Flaquita, my love’, Carlos Aulestia mira a Quito desde un auto: “Yo bajaba hecho una bestia desde la González Suárez hasta la Seis de Diciembre, como a 120, dándole todo lo que podía al poderoso”.

El recorrido continúa a través de la República, la Amazonas, la Brasil y la autopista que conduce a uno de los valles de la ciudad: “Fui a probar al poderoso en la autopista al Valle de los Chillos. Mantuvimos competencias con dos ineptos que pretendieron desafiarnos, los vencimos sin ninguna clase de inconvenientes y dimos varias vueltas Quito-San Rafael- Quito”.

Habla a continuación de La cigarra, una licorería ubicada en las inmediaciones del mercado artesanal, y de la zona rosa: “Nos metimos por La Mariscal, el ambiente estaba totalmente paradisiaco, se escuchaba yendo y viniendo la música de los estéreos de los autos, la Amazonas completamente repleta, a cada vuelta encontrábamos una sonrisa, el ritmo nocturno de la ciudad, la vida de Quito que ya había dejado de ser una aldea y ahora se estaba convirtiendo en un centro farandulero a la altura de Montecarlo o París. Decía que nos metimos por la Mariscal, y, ante la insistencia de las peladas, que jamás habían visto a aquellos extraños seres, nos fuimos a molestar a los maricas”. 

Javier Lara en las fauces del dragón

Javier Lara Santos presenta una obra poética y narrativa que se acerca a la universalidad eliminando la referencia a lugares específicos. No obstante en ‘Las fauces del dragón’, cuento de su libro Tratado de ociología, se lee: “…llegamos a la parte trasera del hospital antiguo de la ciudad, desde ahí se podía ver todas las luces de la guerra y de la fiesta. Desde ahí un joven se hubiese podido lanzar hacia la noche con todos sus colmillos bien puestos”.

El sueño pardo de Juan Carlos Moya

En  su cuento, ‘Un sueño es un pez pardo’, Juan Carlos Moya se mete en la memoria literaria de la ciudad: “Ayer por la noche, la ciudad en su costado noroccidental, sobre las laderas del volcán Pichincha, soportó diversas cortinas de lluvia, unas más acentuadas y opresivas que otras, con leves variaciones en su dirección a causa del viento. Galván no le dio un significado triste a la lluvia ni a su duración, imaginó, por el contrario, los charcos que se iban empozando al filo de las largas avenidas…”.

La Tafies de Vallejo

Carlos Vallejo, en su cuento ‘La Tafies’, reproduce, en clave de humor, las diferentes jergas quiteñas y nos lleva al sur de la ciudad: “Resulta que, como íbamos ya bien alegres, tu ya sabes, ni nos dimos cuenta, total, fuimos a parar allá por atrás de Chillogallo, allá que es bien chévere, con arbolitos, la luna, una que otra estrella para amenizar”.

Tres momentos de Hablas demasiado

Juan Fernando Andrade nos presenta, a fines de 2000, una historia que se desarrolla en una casona de Guápulo y uno de los valles de la ciudad, pero que menciona, además, la Universidad San Francisco, la Urbanización Jacarandá, el Megamaxi, la Ecovía, el edificio del Multicentro, la Universidad Católica, el Quicentro, el Mall el Jardín, La Carolina, y el tráfico de la ciudad en horas pico. Reparemos más detalladamente en tres momentos de su historia: “Vamos subiendo por la Gonzáles Suárez. El taxi llega al redondel y rodea a Winston Churchill que sigue ahí, sentadote, éste no es su problema. Media cuadra antes del hotel Quito hay una bajada, un túnel hacia un Quito menos Quito, Guápulo es un barro construido cuesta abajo, a menos que vengas de subida, claro. Pero son pocos los que suben desde Guápulo, la mayoría se queda allá, abajo, nada de lo que hay arriba les interesa. Subir cuesta. Bajar es cuestión de simple gravedad. Viviendo en Guápulo se puede no vivir en Quito y seguir, por así decirlo, en la capital”.

“Bajamos frente al Ocho y Medio, en la cartelera anuncian una retrospectiva post mortem en homenaje a Bergman y a Antonioni. Frente al cine hay una casa esquinera de dos pisos que ha estado abandonada por los siglos de los siglos. Las paredes están corroídas por el paso del tiempo y las capas de pintura que alguna vez lució la fachada son cáscaras que desmayan al encontrarse con el viento. Los balcones parecen haber sido bombardeados y los cristales de la ventanas, rotos a pedradas”.

“Castor me citó en El Cafecito, un bar-restaurante-hostal-para-mochileros-extranjeros en el que trabajó de barman hace algún tiempo. Bajo en la Baca Ortiz, al pie de la avenida Colón. Avanzo hasta la Cordero, cruzo la Reina Victoria y entro al Cafecito. Antonn Willis, el dueño, está sentado en una mesa junto a la chimenea, tomando café negro con leche”.

 

Bibliografía:

- Ponce Maldonado Modesto. El palacio del diablo. Pan-óptika editores. Quito 2005.

- Pérez Orlando. La ceniza del adiós. Edipcentro, 2013.

- Maldonado Lucrecia. Cabinas para llorar. Ediciones de la Campaña de Lectura Eugenio Espejo. Quito, 2013.

- Viteri Patricio. Advertencia del desterrado. Colección Cochasquí del Gobierno Provincial de Pichincha. Quito, 2010.

- Stornaiolo Silvia. Cueva Críos. Colección Cochasquí del Gobierno Provincial de Pichincha. Quito, 2010.

- Hermann Paul. Puntos de fuga. Editorial CCE. Quito, 2001.

- Hermann Paul. Cazador de brujas. Editorial CCE. Quito, 2008.

 - Hermann Paul. El Danubio azul. Editorial CCE. Quito, 2011.

- Lara Santos Javier. Tratado de ociología. Ediciones del Ministerio de Cultura del Ecuador, 2008.

- Los Invisibles. Antología del muy nuevo cuento ecuatoriano. Editorial Antropófago. Quito, 2010.

- Moya Juan Carlos. Un sueño es un pez pardo. RM editores 2012.

- Andrade Juan Fernando. Hablas demasiado. Editorial Alfagura. Quito, 2009.

 

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