Los afroguayaquileños
Generalmente, se piensa lo afroecuatoriano en el país, en relación a los habitantes de la provincia de Esmeraldas y el Valle del Chota. Pero no se repara que Guayaquil es la ciudad que concentra el mayor número de afroecuatorianos. En nuestro histórico y denso mestizaje y mulataje, reconocemos la notable presencia del componente afro, con todo su legado étnico y cultural: música, tradición oral, religiosidad, culinaria, gestualidad, etc.
La infamia de la esclavitud que impuso el racismo europeo fue uno de los mecanismos que posibilitó el desarrollo económico de Guayaquil, desde la Colonia. La mano de obra de los afrodescendientes dinamizó la economía guayaquileña, en las plantaciones de cacao, tabaco y cañaverales, aportando significativamente a la expansión agroexportadora.
No obstante, el aporte negro en Guayaquil y su región no debe ser entendido únicamente desde la economía. Es principalmente sociocultural, pues sus expresiones simbólicas se difundieron, mezclaron y propagaron en las relaciones sociales cotidianas de los guayaquileños.
Aunque sufrieron –y aún hoy sufren- constante racismo y discriminación, el pueblo afro se concentró en la fortaleza de sus tradiciones y contribuyó, con sus creaciones simbólicas y culturales, a configurar las identidades guayaquileñas. Su presencia aparece en los documentos históricos, siempre en actitud de resistencia a los poderes hegemónicos o exteriorizando su inventiva, a través de la música, el teatro, la danza y la oralidad.
Entrado el siglo XX, cuando las comunicaciones facilitaron el flujo de corrientes migratorias del campo a la ciudad, llegó a Guayaquil un buen número de afrodescendientes, tanto ecuatorianos como extranjeros. Decisivo fue, por ejemplo, el aporte de los trabajadores jamaiquinos traídos por Eloy Alfaro como mano de obra especializada para la construcción del ferrocarril trasandino.
A partir de los años cincuenta, se acrecentó el número de esmeraldeños migrantes que llegaron a Guayaquil, esperanzados en mejorar su calidad de vida. La formación de asentamientos humanos con fuerte presencia negra, en los suburbios del puerto, aumentó en las décadas siguientes y los afrodescendientes empezaron a reivindicar su identidad.
En los años sesenta ya se conocen los “barrios negros” organizados en precooperativas nacidas al fragor del clientelismo político, como resultado de “invasiones” en zonas de manglares y sabanas anegadas. Así se inicia el poblamiento de lo que actualmente se conoce como el barrio del Cristo del Consuelo, al sur de la ciudad, habitado mayoritariamente por familias afroecuatorianas.
En la década petrolera (los 70), el proceso de concentración urbana de los negros en los sectores periféricos se acentuó, lo que incidió en la reconstitución del mapa topográfico y sociourbano de Guayaquil. En estos años se popularizó un importante movimiento cultural de origen afroantillano, encauzado en la música y la literatura. El fenómeno de la música salsa, proveniente del barrio latino de Nueva York, tuvo muchos seguidores en Guayaquil y se convirtió en influencia en el discurso lírico y narrativo de escritores como Fernando Nieto Cadena, Agustín Vulgarín, Fernando Artieda, Edwin Ulloa, etc.
Las barriadas negras de Guayaquil se identificaron con una música urbana de formidable arraigo en las regiones tropicales del continente, aunque su popularidad alcanzada se explica por la amplia difusión que tuvieron los ritmos afroantillanos, desde los años 30, gracias al decisivo papel de la radio, en la difusión de la música popular. Hace décadas que Guayaquil se acostumbró a bailar los ritmos afroantillanos, particularmente el son, la rumba, la conga, el mambo, el chachachá, la guaracha, el merengue, la cumbia, la pachanga, la salsa y, ahora, el reguetón.
En los años ochenta, cuando madura la organización comunitaria, se multiplican las cooperativas y germinan nuevos barrios, cuyos nombres aluden a la herencia ancestral: La Marimba, Nigeria, Esmeraldas Chiquito, África Mía. Otros sectores de importante presencia afro son: Pablo Neruda y Cristal, en el Guasmo; y Cenepa, en la isla Trinitaria.
En estos barrios, la riqueza de la cultura afroecuatoriana exteriorizada en la tradición oral, gastronomía, música y religiosidad, se muestra en todo su esplendor. Cuando la ocasión hace posible el encuentro de familiares, amigos y vecinos, florecen las décimas, resuenan los tambores, se ensancha el ambiente de jolgorio, y un Guayaquil profundo manifiesta, en el roce gozoso de los cuerpos, la huella de su profunda africanía.