Durante los días de feriado, cuando el tránsito vehicular circuló fluidamente, la mayoría expresó: “Ojalá así fuera todos los días”. Sin embargo, una vez que se normalizaron las actividades este 2020, el caos vehicular nuevamente abruma a los ciudadanos que conducen hacia sus lugares de trabajo, planteles educativos a dejar a sus hijos, y otros menesteres.

Sonar el claxon indiscriminadamente, sin necesidad, no solo es una muestra de escasa cultura vial y social, también es una forma de contaminación ambiental. Si hay una enorme columna de vehículos, pitar al que está adelante no sirve de nada, no funciona, es estresante y una falta de respeto.

Hay ocasiones en las que en alguna arteria vial se daña un automotor y el problema se hace mayor. Para ir de norte a sur -y viceversa- se tarda más de una hora, dependiendo del sitio y de cuántos vehículos de transporte público se deba tomar para llegar a cualquier destino, específicamente en Guayaquil.

Sin embargo, hay que tomar las previsiones del caso, por si se presenta alguna eventualidad. Hay que contribuir en la forma como se conduce una ciudad desde la población civil, no solo esperar que la máxima autoridad municipal solucione problemas de fondo.

El ciudadano de a pie debe ser un apoyo para que el gobernante de turno ejecute su trabajo, no debe convertirse en un impedimento. Hay cantones de Guayas donde los comerciantes ocupan las veredas con su mercadería y, cuando llega la autoridad municipal, en vez de colaborar con el respeto a las ordenanzas y retirarse con sus productos, hay unos que se oponen, y de la peor manera.

No todos los problemas de una ciudad son responsabilidad del alcalde de turno; hay situaciones que escapan de sus manos, pues la pelota está en la cancha del ciudadano, a quien le corresponde resolver sus problemas, más allá de buscar culpables.

Una sociedad se construye en conjunto, con el aporte de todos los sectores, con el empoderamiento de sus habitantes. (O)