Es México. Es la tarde del 17 de octubre. Es Culiacán. Se oyen disparos por todos los flancos. Decenas de personas graban lo ocurrido. Miles en todo el mundo se alarman por la violencia en este país latinoamericano.
La red se llenó de videos de lo ocurrido en el norte mexicano. Uno de ellos -quizás- es el más conmovedor. Un padre de familia protege a sus hijos e intenta explicar (si es que existe alguna forma de explicar la violencia) lo que sucede.
La hija pregunta si ya se puede levantar del piso. En el fondo se escuchan las detonaciones. El video, grabado con un celular, muestra a otras personas tiradas sobre el asfalto, refugiándose atrás de sus autos. “Papá ¿ya nos podemos parar?”, pregunta inocentemente la pequeña. El padre responde: “No, mi amor. Aquí quédense, aquí en el suelo”. Él graba temerosamente la escena de terror. Aparece su hija que lleva aún el uniforme de la escuela. Los disparos no paran.
La familia intenta huir en el auto. El padre no para de grabar; acomoda a sus hijos detrás de los asientos, mientras relata que todavía escucha balazos. Dentro del auto se escucha otra pregunta inocente de una voz infantil: ¿Por qué los balazos? “No sé, mi amor”, responde el padre, alterado, tratando de sacar a sus hijos de esa zona del terror. La pregunta del niño no ha tenido respuesta en México en décadas.
Culiacán es uno de los bastiones del narcotráfico. Vivió por cuatro horas enfrentamientos entre las fuerzas del orden y delincuentes organizados. Los atacantes, de lo que se conoce, pertenecen al cartel de Sinaloa. Los disparos empezaron por la captura de Ovidio Guzmán, uno de los hijos de “El Chapo” Guzmán y esto desató la violencia en varios puntos de Culiacán.
México está dolido por el video de los niños que crecerán preguntándose por qué los disparos. México está dolido porque las muertes no paran y pareciera que las organizaciones criminales se fortalecen. Pero no es solo en México; ya hay indicios de las operaciones de los carteles en otros países de América. (O)