La idea de que en Ecuador no se lee o que no se pasa de medio libro como promedio al año motiva la discusión, especialmente luego de los resultados de la última Feria Internacional del Libro Quito 2019.
En este evento, algunos representantes de editoriales se mostraron satisfechos por la cantidad de jóvenes y adolescentes que adquirían libros, por lo que se llegó a cuestionar la encuesta de 2012 del Instituto Nacional de Estadística y Censos que sostiene que casi el 27 % de los ecuatorianos no lee un libro en todo el año.
Conviene profundizar en este tema, más allá de los números, aunque sin quitarles su legítimo valor referencial, y preguntarnos cuánto hacemos –comenzando por los hogares y continuando con el sistema de enseñanza– para fomentar el hábito de lectura en la población.
Una parte de la academia cuestiona los programas actuales de estudio de literatura en los diferentes niveles de enseñanza, pues opina que en los últimos años se alejaron de los textos tradicionales que hacían que los estudiantes tuvieran un buen ritmo de lectura.
Si bien no se trata de obligar a leer, es importante guiar a las nuevas generaciones y ofrecerles, sin sesgos políticos e ideológicos, propuestas de lecturas que enriquezcan su pensamiento y motiven nuevas búsquedas.
En algunos países se racionaliza la enseñanza de la literatura y se dedican espacios tanto a los autores nacionales como a los extranjeros, sin olvidar los clásicos como base formativa indispensable.
Tampoco hay que satanizar a las redes sociales y otras formas de comunicación, pues, según los especialistas, en el mundo moderno también se practica la lectura, no solo en los libros impresos.
Por último, si bien la próxima reapertura de la Biblioteca Nacional en Quito será un suceso de gran trascendencia para la cultura nacional, hay que pensar también en el rescate de las bibliotecas escolares y comunitarias, que son una vía expedita para el acceso a los libros y, por ende, a la lectura. (O)