Otra vez Europa es blanco del yihadismo. Y el perpetrador es un ciudadano suyo, hijo de migrantes libaneses. Tal fue la locura, que el ataque estuvo dirigido contra un concierto repleto de niños. Reino Unido ha elevado la alerta al máximo y advierte que un segundo bombazo es inminente.
Las sociedades europeas y sus líderes tienen la obligación de preguntarse cómo es posible que un ciudadano suyo, educado en sus escuelas, protegido por las mismas leyes, cometa semejante acto de barbarie. Alguna vez Barack Obama dijo que el Viejo Continente había fallado en la inclusión de los musulmanes, no así Estados Unidos, que ha sabido involucrarlos.
Las grandes ciudades europeas están rodeadas por barrios de migrantes, donde la pobreza y la falta de oportunidades campean. Ese es el caldo de cultivo para que radicales, desde el exterior y armados solamente con la palabra y la internet, conviertan a jóvenes resentidos en kamikazes.
Europa tiene que verse a sí misma, atender a sus ciudadanos, invertir en el área social. Basta de las medidas de austeridad que se están convirtiendo en un disparo a los pies. De lo contrario, resulta predecible que hechos como el de Manchester se repitan. (O)