Un llamado a la paz. En democracia debe prevalecer el diálogo. Aunque suene a lugar común, ese es el único camino para resolver los distanciamientos.
El vandalismo, disfrazado de protesta, hace daño a la convivencia entre ecuatorianos. Los enfrentamientos resquebrajan nuevamente la sociedad que ya enfrentó épocas de inestabilidad institucional.
Ni el vandalismo ni la violencia en las calles ni la retención de personas contribuye a un país diferente. Los procesos de reconciliación han costado mucho al Ecuador. Una sociedad dividida es muy frágil y eso lo saben quienes quieren sacar provecho.
Las protestas sociales son parte del aprendizaje que tiene cada nación, pero el uso de la violencia para conseguir los objetivos atenta contra la propia construcción de un Ecuador apto para afrontar el siglo XXI.
Independientemente de cuál sea el resultado de las manifestaciones, el país amanecerá nuevamente fracturado, como tantas veces en sus 40 años de democracia.
Las posiciones encontradas deberán, de todas maneras, sentarse a buscar un camino para afrontar la crisis. Deberá entenderse que los intereses de los 17 millones de ecuatorianos están sobre las visiones particulares.
Reconstruir un país dividido también significará deponer posiciones en función de todos los ciudadanos, caso contrario las protestas pasarán a la historia como un pretexto para imponer el desorden y desestabilizar las instituciones.
Los acontecimientos de la última semana han mostrado el rostro de quienes están atados al pasado, los que viven el presente y los comprometidos con los años venideros.
De hecho, el futuro de las nuevas generaciones está en manos de quienes tomen decisiones en las próximas horas. (O)