Crónica a pie
Maquillarse en el autobús requiere pulso de cirujano
“A la Marín, a la Marín, 12 de octubre”, grita sin cesar el controlador de la unidad 12 de la cooperativa Quiteño Libre en la ruta Marín-Quintana.
El bus acelera, frena de improviso y los pasajeros reclaman por la poca prudencia del conductor. Todos se enfurecen porque el colectivo se detiene reiteradamente para tomar pasajeros en cualquier lugar, sin que sea una parada establecida.
La única que parece estar al margen de los reclamos es Paola Espinosa, de 30 años, quien solo escucha el murmullo de sus compañeros de viaje.
Paola es empleada de una entidad bancaria y cada mañana, por reloj, toma el micro a las 07:00 en la primera parada de la Quintana, al norte de Quito. Se ubica en mitad del vehículo que cuando aborda tiene casi todos los asientos libres. Eso le da oportunidad de maquillar su rostro hasta llegar a su destino final.
Tiene 2 hijos de 9 y 13 años que copan su atención en las primeras horas de la mañana y entre arreglar algo en la casa y cocinar sale con el tiempo justo.
Es en la unidad donde completa la labor de arreglarse para llegar impecable a una de las cajas de una casa bancaria en Quito. Lo primero que mete en su bolso, antes de salir de cartera, es su kit de maquillaje. “De todo puedo olvidarme, hasta del lunch que llevo, pero algo que nunca dejo es esta carterita negra donde guardo todos los instrumentos que necesito para llegar impecable a la oficina”.
Sobre su uniforme de trabajo lleva un saco oscuro que oculta la distinción del lugar en el que trabaja. Apenas toma asiento, la joven madre saca sus cosméticos y empieza su ritual de uso de lápiz labial, rímel o delineador.
Lo primero que sale del pequeño bolso deteriorado es un frasquito blanco manchado con la crema protectora, que se convertirá en la antesala del maquillaje perfecto de una cajera de banco. En sus dedos deja fluir esa crema y a la par con suaves masajes la distribuye sobre su rostro, mientras con sus pulgares da ligeros golpecitos en los pómulos. “Es para incentivar que la sangre vaya por todo el rostro“, acota entre risas mientras de su mágica cartera saca otro envase pequeño; al igual que el anterior, lo embadurna en sus dedos y lo extiende por sobre sus pómulos, quijada, frente y nariz. Es un frasco color piel con la base que disimula esas pequeñas imperfecciones y manchas que aparecen en la cara.
El motor del bus anuncia la salida desde el punto de embarque. Hasta el sitio en el que se baja Paola son cerca de 40 minutos de viaje y, en ese tiempo, muestra su habilidad y pulso para lograr que cada línea que dibuja sobre su párpado sea perfecta: ni muy gruesa ni muy delgada, sino con la medida que le permita resaltar su mirada. “Me dicen que tengo pulso de cirujano por la perfección con la que delineo mis ojos. Eso lo conseguí con mucha práctica y a punto incluso de dañar mi visión cuando el delineador líquido terminó dentro de mi ojo. Por fortuna no tuve repercusiones graves”.
La rutina de belleza continúa con la aplicación de sombras cafés y plateadas sobre sus párpados. Todo lo hace con rapidez y mientras el bus no deja de moverse. No le toma ni 5 minutos este procedimiento y en tiempo similar define, pinza en mano, el contorno de sus cejas. A ratos se inquieta porque el vecino de asiento, quien duerme plácidamente, cabecea o se arrima incomodándola. Ella solo se mueve para evitarlo y sigue su rutina.
Paola maneja con perfección el rímel, a tal punto que se aplica en sus pestañas mientras el autobús está en marcha y a una velocidad cercana a los 40 km/h. Al menos dos capas de este producto aplica para que el marco de su mirada sea aún más impactante. La presión con la que sujeta cada producto provoca una ligera molestia en su mano por lo que tras un brevísimo estiramiento y una mirada a través de la ventana para asegurarse el sector en el que está continúa exhibiendo su destreza.
Lleva más de 20 minutos en el tránsito y está cerca de llegar a su destino, por lo que acelera su arreglo. Ahora es turno de las brochas para poner el toque final, no sin antes pasar por el lápiz labial y el brillo que dejan unos labios carnosos y llamativos. Toma de su cartera una brocha gruesa y a la vez saca una especie de cofre con espejo en el que encuentra el blush en forma de bolitas delgadas que deben juntarse entre sí para que se desprenda el polvo que sellará su maquillaje. Cada vez que se mira en el espejo aprecia su habilidad. No faltan comentarios de sus compañeros de viaje sobre el dominio que tiene sobre cada implemento.
La rutina termina con un breve cepillado a su cabello y una aplicación de perfume en su cuello. Una nueva mirada a la ventana le anuncia que su parada está cerca. Guarda todo y baja discretamente del autobús en el que deja un leve rastro de su perfume. (I)