Crónica a pie
Don Luis guarda con celo la receta de su pescado
Luis Carabalí sigue tan campante como en su juventud a poco de cumplir los 81 años. Camina despacio al interior de su restaurante lleno de sencillas bancas y mesas de madera, cubiertas por manteles plásticos de color rojo.
La aparente lentitud es un gesto que parecería más una cosa de cautela que por cuestiones de la edad. Aunque usa lentes no aparenta necesitar una medida muy alta y el oído se muestra despierto; en ocasiones pide que le repitan una frase o una pregunta, pero ocurre cuando se oye el ladrido cercano de algún perro o el paso de algún vehículo.
La memoria tampoco lo traiciona y no duda al referir hechos ocurridos hace 20, 30, 40 o más años. Los relata con una voz ronca que impone respeto y transmite la idea de sabiduría. La misma que usa para dar alguna orden a los miembros de su familia que conversan en las cercanías.
Se excusa porque ya no tiene pescado para brindar. El pescado servido con yuca que vende hace casi 40 años en el barrio La Bota,al nororiente de Quito. Esboza una sonrisa cargada de cierta malicia cuando se le pregunta cuál es la receta que utiliza. “Eso no lo sabe ni mi mujer”, afirma como si estuviera dispuesto a llevarse el secreto a la tumba.
Pasa una de sus grandes manos por el escaso cabello blanco que le puebla la cabeza cuando evoca su llegada a la zona.
Calcula que ocurrió entre 1970 y 1972. Se mudó con su familia, entonces de pocos miembros, de una vivienda que alquilaban por el sector de la av. Bartolomé de Las Casas, en el occidente de la ciudad. Hoy tiene nueve hijos e innumerables nietos.
Los Carabalí llegaron con la ambición de tener ‘un hueco propio en donde vivir’, como hicieron otras miles de familias que se establecieron en el lugar, entonces fuera de Quito y que era parte de la cooperativa Comité del Pueblo.
La media agua (como la define don Luis) la construyeron con sus propias manos, en mingas familiares. “Esto -dice señalando la sólida edificación en la que funciona el negocio- ya fue producto del negocio”.
Dice que por suerte el sorteo de lotes le favoreció y la propiedad inicial está ubicada en la primera etapa de lo que hoy es La Bota. “Quería que me tocara en la parte de abajo porque es más abrigada”, señala como añorando el calor de su natal Valle del Chota, desde donde llegó a la capital en busca de mejor vida en 1959.
Consiguió trabajo en una empresa dedicada a temas eléctricos y no tenía en mente montar su propio negocio. Sin embargo, una mezcla de casualidad y algo de olfato lo llevaron a convertirse en ‘el rey del pescado’ como lo conocen en ese sector y en muchos otros de Quito.
Cuenta con la seguridad que le da el haber repetido la anécdota cientos de veces que a finales de los años 70, una prima suya “se puso a vender pescados durante una fiesta” organizada en el barrio.
El experimento transcurrió tan bien “que a media tarde había acabado la venta”. Luis se fue a la cama con unos pocos tragos y la inquietud metidos en la cabeza. A la mañana siguiente se levantó, reunió unos 100 sucres que tenía ahorrados y montó su camioneta en dirección al mercado de San Roque.
Se proveyó allí de los productos que necesitaba para iniciar el negocio que le daba vueltas y regresó con miedo e ilusión, a la vez, de que las cosas fueran bien. Y no se equivocó pues su comercio de productos de mar se ha convertido en un auténtico símbolo del sector.
‘Los pescados de La Bota’, como se lo conoce, es un espacio frecuentado por familias, profesionales y por cualquier grupo de amigos que quiera asentar el chuchaqui (resaca) de una noche de juerga que se extendió. Los famosos que más acuden a saborear sus platos son futbolistas.
Algunos hábitos han cambiado. El pescado, por ejemplo, ya no lo consiguen en San Roque, sino que uno de sus hijos viaja dos o tres veces a la ciudad de Santo Domingo para abastecerse. Las cantidades que se compran y se venden tampoco son las mismas, sobre todo en los últimos años. “La crisis ha golpeado a todos y la gente ya no viene como antes. Si al principio comprábamos por costales, ahora traemos baldes no más”.
Por su mente no ronda la palabra jubilación y espera que la muerte le llegue al frente de su negocio. Dice orgulloso que la tradición de ‘Los pescados de La Bota’ perdurará, al tiempo que señala las imágenes de trazo infantil que cubren las paredes de su negocio de siempre. (I)