Entrevista / Abdón Ubidia / narrador quiteño
Ubidia: “La literatura ecuatoriana tuvo ya su propio boom”
La realidad ha generado más asombro que algunas ficciones tantas veces, que decirlo casi se ha convertido en un lugar común. Abdón Ubidia (1944) le agrega un matiz a esta confrontación y habla de una “literatura de anticipación”, la cual —a diferencia de la ciencia ficción— funcionaría como un oráculo, una suerte de “previsión del futuro”.
En su saga DivertInventos Ubidia narró el paso del tiempo a través de un reloj que anticipa el día en que su dueño moriría, antes de que apareciera en el mercado el Tikker que, con sensores y un chip en que registra la historia clínica, hace posible ese presagio. “Se anticiparon muchas cosas en la literatura, como los experimentos genéticos —recuerda Ubidia—, pero en el caso del tiempo me dejé de esas especulaciones y abordé este tema tan torturante y enigmático”. Lo hace en su nuevo libro de relatos: Tiempo (El Conejo, 2015), que presentó la noche del martes en la Casa de la Cultura y antes de lo cual habló con EL TELÉGRAFO.
¿Qué otra anticipación ha ‘cometido’ su literatura?
Me inventé un seguro contra robos de autos terrible porque su mecanismo hace que el ladrón quede atrapado, sin posibilidad de salida en el auto. He leído, en muchos idiomas, que ese invento ya existe en muchísimas partes. El asunto es que el seguro contra robos de autos real se quedó corto porque el mío destruye al ladrón con una especie de sopletes que aniquilan al supuesto asaltante y lo rocían con llamaradas de algún gas... en fin, hay algo de humor negro, macabro.
El tiempo como tema ya es una constante en su obra, pero ahora le dedica once relatos concretos...
La idea parte de que los grandes enigmas de la humanidad han sido resueltos. El fuego fue, durante milenios, el gran problema de la humanidad y hay un libro hermoso de (Gaston) Bachelard que se llama Psicoanálisis del fuego, en el que cuenta que la historia de los poetas y de los protocientíficos al respecto del fuego siempre fue paralela. Los poetas la tenían por pura intuición; los otros, por experimentación. Quizá la intuición, su poderoso argumento, no es más que una vía para acortar los tortuosos caminos de la lógica y anticipar cosas.
Por ello Sigmund Freud dijo “pregunten a los poetas”...
Y Bachelard —que fue un epistemólogo, un filósofo de la ciencia, pero además un crítico— dice que “la poesía es enemiga de la poesía”. Un gran poeta no acepta la poesía de otro gran poeta porque su premisa es distinta, parten de verdades opuestas, contradictorias.
Hay un trasfondo filosófico en mi literatura pero la filosofía cumple sus propias funciones, habla a través de conceptos. La literatura, en cambio, habla a través de ejemplos. Si lo uno es abstracto, lo otro es absolutamente concreto. La literatura es vida pura, no hay diferencia entre literatura y vida. Los rusos decían que la literatura es la ciencia de la vida, lo único que puede dar cuenta del fenómeno humano vital es la literatura, no hay otro ámbito del saber que pueda dar cuenta de ese portento nuestro. Yo he querido hacer literatura, relatos que comprometan las emociones, de amor, de rupturas. La mayor ruptura es el tiempo, que no sentimos sino padecemos. Somos tiempo, como decía otro filósofo.
¿Hay un vacío en nuestro pasado: el de un ecuatoriano en el boom?
La literatura ecuatoriana tuvo ya su propio boom latinoamericano en los años 30 y 40. Yo recuerdo haberle oído decir a (Julio) Cortázar sobre su generación, a mediados de los 70: ‘Todos aprendimos a escribir leyendo a (Jorge) Icaza y, luego, nuestra labor fue la de volvernos nosotros mismos, matándolo dulcemente’. Ese fue un ciclo y, definitivamente, tuvo gran fuerza. Puedes encontrar hasta en novelas espléndidas, geniales, como Cien años de soledad, una huella de esa literatura ecuatoriana. Gabriel García Márquez la leyó muy bien: el Coronel Aureliano Buendía es muy parecido al general de El Cojo Navarrete (de Enrique Terán). Pero eso no le resta ningún mérito al escritor Gabo que copió todo un sistema de narrativas que estaban ya orbitando en la literatura latinoamericana y mundial durante más de 40 años, es como la entrada que la literatura griega tenía en él.
¿Y qué pasa en cuanto a la crítica?
Yo te diría que hay una crítica fuerte, una que desgraciadamente no tiene cabida en todos los medios (...) Si retomamos la definición de los Campos del arte, hay que reconocer que en nuestro país hay una especie de partidos políticos del arte, gente que presuponiendo cierta aristocracia, tiene su peonada muy fiel e instauran un real poder cultural que se aprovecha de todos los gobiernos y banderas políticas para establecer que la literatura debe ser excluyente, de los elegidos. Hay una cierta asunción de clase que lo que quiere, al final, dado que las tierras han sido perdidas, es reinaugurar un verdadero poder intelectual con la consideración de que acá no hubo una aristocracia. Bolívar Echeverría decía, en conversaciones, que acá hubo una clase terrateniente, depredadora y voraz que vivió de los indios para gastar su dinero en Europa, con una fascinación por la época colonial; ahora también podemos ver, en una nueva estructura del imaginario social, esos ecos de la colonia que se resiste a morir.
Y estamos los otros, que somos responsables de una ideología que viene del marxismo, de los años 60, 70, que es antiaristocrática.
Pero no tenemos relatos locales que se hayan globalizado...
En la medida en que globales son los grandes nombres de la narrativa talvez sea así, pero también es culpa de que vivimos en un país pequeño, sin una tradición cultural. Veo una cierta fascinación de un grupo de jóvenes que todavía no se ubican en el panorama intelectual y en el que podemos entender que hay esa necesidad de buscar referentes. Si no pudimos ser nosotros, pues aparecen otros. Aún no podría hacer una teoría estructurada de esto pero hay que tomarlo en cuenta. (I)