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Ecuador, 21 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Entrevista / SANTIAGO PEÑA BOSSANO / GANADOR DEL XL PREMIO NACIONAL DE LITERATURA AURELIO ESPINOSA PÓLIT

"A los autores que quieren ser poemas les toca el olvido"

Foto: Daniel Molineros / El Telégrafo
Foto: Daniel Molineros / El Telégrafo
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El ensayo Estética de la Indolencia hace más compleja una concepción del arte que ha convocado discusiones durante la historia de la filosofía, de Platón a Adorno y desde la segunda mitad del siglo XIX, cuando un movimiento poético francés, el parnasianismo, le concedía importancia a la perfección formal de la obra literaria.

«El poeta cuenta las hazañas del héroe y recrea el poema; actividad (en su mayoría) incompatible con la Poesía —ha escrito Santiago Peña—. El poeta es un receptáculo del mundo, una perspectiva, el interior de la ventana; el poema es el héroe, la acción, el exterior. Estética de la indolencia habla de ese salto: del pasar de poeta a poema».

Dos personajes literarios: Bartleby —El Escribiente, de Herman Melville— y Meursault —El Extranjero, del Albert Camus— sustentan los argumentos del escritor que ganó el Premio Aurelio Espinosa Pólit 2015. Ambos enfrentados a la premisa apremiante que tomó de forma literal el primero: «preferiría no hacerlo»…

¿En qué momento decidió hacer el ensayo, cuándo supo que Bartleby es ‘el padre’ de Meursault?

Parece que todo te lleva por un camino pero hay que estar atento. Al leerlos —junto a Samuel Becket o Franz Kafka— me quedó esa semilla que, por años, se fue nutriendo por el Bartleby y compañía —de Enrique Vila-Matas— y Artistas sin obra —de Jean-Yves Jouannais—.

Jouannais recoge «las Vidas poco ilustres de artistas que no han producido objetos, pero que no por ello han dejado de ejercer una influencia fundamental en su época». ¿Ha encontrado un Artista sin obra en Ecuador?

Más bien un «artista del no» —como iba a llamarse el texto de Vila-Matas al principio pero que, al final, por cuestiones editoriales, llevó el otro nombre—. Esta teoría habla de quienes dejan de escribir pero que no se suicidan, es decir, no tanto una automutilación sino una decisión que va más allá, que trasciende a un silencio poético y que, a partir de esa concepción del mundo, los convierte en poesía.

El otro día, Leonardo Valencia me comentaba que compartió un proceso de formación con Enrique Vila-Matas y que se cambiaban datos... En su lugar, y con mucho respeto, yo le habría dicho al autor de Bartleby y compañía que el gran escritor que le falta es el lojano Pablo Palacio.

¿Qué piensas sobre la militancia en la escritura o del artista como militante de una causa social?

También conversaba con Abdón Ubidia, quien me decía que no hable del ‘arte por el arte’, que es parnasiano y muy caduco; pero más que decirlo así, yo considero que la estética está por sobre todo. Un arte desprendido de toda política o antropología. Más allá de que la literatura muestra su tiempo, la sociología no debe volverse un pretexto para hacer literatura. Se trata de esa fuerza poética que nace de la vida misma, de una necesidad que no puedes controlar, como la de quitarte el gato de la nuca, que nombraba (Julio) Cortázar, con la fuerza y rabia que eso requiere. Puede ser que algún evento social o alguna cuestión histórica te lleve a crear un tipo de arte pero eso no debería estar sobre la literatura.

En una época, Camus recibió las críticas de Jean-Paul Sartre por un supuesto alejamiento, quizá por omisión, del papel social que tuvieron otros intelectuales en Francia, ¿qué lectura tiene de eso?

Lo que hace Sartre en La Náusea es pura literatura, tomando en cuenta los consejos sobre la novela propuestos por (Miguel de) Unamuno. Es decir, plantea una idea que expone de forma literaria, habla de una filosofía poética en lo literario, igual que Camus.

Personalmente, no me interesa la militancia, la literatura debe ser poesía, no siempre lírica sino la que ronda la vida misma. Claro que Melville decidió recorrer el Océano Pacífico a los 18 años, pero lo trascendente es su experiencia vital, lo que se aprehende sobre esta; lo sociológico y antropológico se puede conocer incluso sin estudiar, esa verdad es lo que puede generar la gran poesía.

En ese sentido, ¿qué crítica le haría al realismo social del país?

Hay que verlo desde su contexto, en ese periodo había modos de hacer las cosas. (Juan) Rulfo tiene una idea parecida a lo que se hizo acá, planteando su narrativa desde lo local, pero él lo hizo de una manera universal. El problema con los escritores del 30 es que se enfocaron mucho en la visión reivindicadora de lo social. En eso consistía este tipo de realismo pero había otras formas, un ‘indianismo’ en el Jorge Icaza de Huasipungo o de El Chulla Romero y Flores, por ejemplo. Y en Baldomera, de (Alfredo) Pareja Diezcanseco —obra que en sí tiene muchas fallas—, en la que sus personajes traspasan esa idea de reivindicación.

Lo social no debe ser un pretexto para escribir literatura aunque algunos cuentos de Los Que se Van (Demetrio Aguilera Malta, Joaquín Gallegos Lara y Enrique Gil Gilbert) pueden funcionar incluso fuera del contexto social.

Benjamín Carrión dijo sobre Pareja Diezcanseco que “es un escritor que escribe”... ¿cómo explicar a quienes hacen de su vida una obra de arte sin publicar una línea?

Tomaría el ejemplo del poeta Arthur Cravan cuya vida era un ejemplo poético. Escribió casi nada y se dedicaba a hacer cosas como organizar una pelea de boxeo contra el campeón de peso pesado (Jack Johnson). Llevar la vida hasta ese tipo de absurdo, que puede ser un cuento, es lo verdaderamente poético.

Cravan se subió a un crucero y nunca más se supo de él, son ejemplos de vida en poesía, o (Arthur) Rimbaud que dejó de escribir y publicar a los 19 años para irse al África, donde traficó armas: es el caso particular del poeta que se convierte en poema en una guerra entre simbolistas y parnasianos de los que se burlaba, regando blasfemias y orinándose en todo lado junto a (Paul) Verlaine. Eso también es poesía, y Rimbaud pudo sobrellevar ambas.

¿Qué papel juega la crítica literaria en un autor que quiere ser su propio personaje?

A los autores que quieren ser poemas lo que les toca es una suerte de olvido. Si es que no se rescatan en este tipo de ensayos, se perderían porque no dejan ningún testimonio y eso es lo hermoso. Rescatarlos es hacerles un fraude a lo que querían, porque no deseaban permanecer en la historia sino vivir una poesía interna, para sí mismos, un estado de conciencia tal en el que aprehendes la poesía y decides guardar silencio porque te basta haberla conocido.

Acá es un problema que nadie se tome el tiempo de escribir por el otro, es malo porque, en la Universidad Complutense de Madrid (donde hizo una maestría en Estudios literarios), por ejemplo, cada quien tiene un blog y está sobre las novedades. Los estudiantes se acercan a los escritores, conversan con ellos, les piden entrevistas mientras que aquí es todo un desierto en cuanto al interés verdadero sobre la literatura.

Hace falta difusión, entonces...

Hay chicos interesados en el arte que se echan a perder porque aquí nadie da espacio a los jóvenes, se quiere plantear la literatura como algo relacionado a la experiencia y edad pero uno tiene que empezar lo más pronto para equivocarse, corregirlo y publicarlo, es una carrera contra el tiempo.

Si hablamos de las posturas de (José) Ortega y Gasset, no creo que el arte sea para minorías, aunque existan posturas de creadores que así lo consideren. Más bien, ahora, gracias al Internet, el arte está al alcance de todos, lo que en principio es bueno; sin embargo, hay que estar preparados para reconocer el verdadero. En el Ecuador hacen falta más artistas, muchísimos más, porque de los miles de fracasos saldrá uno que valga la pena. (I)

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