La Poderosa, una cascada que hace honor a su nombre
Llovizna persistente de sábado. Suelo resbaloso. Sendero sinuoso, con lodo, piedras, y numerosas pendientes que dejan sin aliento. Nada anima a continuar la caminata que, según el itinerario del tour, nos conducirá a la cascada La Poderosa, en el parque nacional Podocarpus de la provincia amazónica de Zamora Chinchipe.
La marcha empieza a las 11:00. Son treinta o cuarenta minutos, vale la pena el ejercicio, asegura el guardaparques del Centro de Información al Turista, pero el tiempo del recorrido parece mayor por ese vericueto a la vista. Mi primer deseo al parar en la caseta –que luce como la mitad del trayecto- es quedarme allí y desertar de la marcha que mis compañeros de viaje prosiguen con un entusiasmo que no han logrado contagiarme.
Tras un resbalón que no termina en caída por pisar barro cubierto por hojas secas, mi amiga Elvira me convence de avanzar pero un letrero anuncia, de sopetón, que el sendero se bifurca y siembra la duda en el grupo. Alguien se anima a regresar a la caseta y trae la valiosa información de que a mano izquierda se va a otra caída de agua ubicada a 8 horas de camino.
Ya enfilados en el sentido correcto, el de la derecha, escuchamos entre la tupida vegetación y cantos de pájaros el ruido cada vez más intenso del agua que cae a borbotones y que nos dice que el objetivo está muy cerca. Y sí, al borde de la escalinata que marca por fin la llegada a La Poderosa, contemplamos impactados y agotados a esa gigante que hace honor a su nombre: 70 metros de un manto líquido que ruge y se desparrama sobre las rocas.
Freddy, otro viajero del grupo, se ofrece a cuidar las pertenencias de las damas y desiste de mojarse en la cascada para “recargar energía” como dice su esposa Marilin, porque no llevó ropa seca para cambiarse. Yo, arrepentida de esa falta de previsión, que también me obliga a quedarme en el mirador, acompaño la espera con un refrigerio y una interminable sesión de fotos. (I)