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El Telégrafo
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Cada 14 días, el aguaje se lleva a los hombres del pueblo

Cada 14 días, el aguaje se lleva a los hombres del pueblo
Foto: Lylibeth Coloma / El Telégrafo
29 de septiembre de 2019 - 00:00 - Redacción Actualidad

Los hombres que viven en Puerto Libertad atraviesan el inestable muelle de madera de cinco metros de largo, suben a las lanchas y abandonan el pueblo cada 14 días, cuando hay aguaje.

La luna llena genera la subida de marea y esto se convierte en el momento propicio para pescar. Así que los artesanos pasan en el mar o acuden a camaroneras durante tres o cuatro días. Entre estos períodos hay un lapso que ellos denominan la “quiebra”.

La luna ya no luce redonda y luminosa, es probable que casi no se la vea, por eso el comportamiento del agua es contrario y deja al descubierto el manglar, hábitat del cangrejo rojo (Ucides occidentalis).

La comuna, de cerca de 30 hectáreas, es una jurisdicción de la isla Puná, la más grande del Golfo de Guayaquil.

Hilda Vera cuenta que en Puerto Libertad, durante los días de pesca, solo quedan las mujeres y niños. “Si pasa algo no podemos comunicarnos con ellos porque ninguno tiene buena señal de celular”.

Hace aproximadamente dos años se encerraban en las casas y pasaban las noches en vela por el temor de que así como fácil se iban sus esposos e hijos, llegaran los ladrones conocidos popularmente como “piratas”. Hilda era una niña cuando algo así pasó, pero el temor no se fue con el paso de las décadas.

Marcos Ramírez recuerda que hace 55 años, cuando solo había tres casas, los delincuentes entraban disparando y sometían a las familias. Ahora a pocos pasos del muelle hay un Puesto de Auxilio Marítimo (PAM) de la Armada Nacional y eso les permite a los habitantes pasar el día y dormir más tranquilos.

El PAM es un contenedor azul adecuado con literas y baños, ubicado estratégicamente para que los marinos respondan más rápido a las emergencias que se presenten en el río, esteros o ramales.

Los uniformados no están en el pueblo permanentemente, pero no faltan durante el aguaje y “quiebra”, pues aunque es un buen tiempo en cuanto a la producción también lo es para robar.

Para organizar mejor el control en el Golfo, que es 10 veces más grande que la ciudad de Guayaquil, la Armada ha implementado diez PAM, cuatro retenes navales y establecido cinco rutas seguras. Estas, sobre todo, sirven para proteger a las personas que transportan productos e informan de sus itinerarios.

El pescador Orlando Leyton, habitante de Puerto Libertad, cuenta que los delincuentes suelen interceptarlos hasta en grupos de 20 personas.

A veces deben regresar remando a su comuna, pues los “piratas” se llevan los motores y también las herramientas de trabajo y el producto de la faena. Pero, los ladrones también suelen llegar a las camaroneras donde amedrentan a los guardias de seguridad y recogen el marisco por horas y días.

La Fiscalía de Espacios Acuáticos de Guayas recibió 185 denuncias por delitos en el mar en 2017; 232 en 2018 y 83 hasta mayo de 2019.

70 años de antigüedad

Los primeros siete habitantes llegaron a la comuna Puerto Libertad hace unos 70 años. La población ahora sobrepasa las 300 personas distribuidas en 50 casas de caña, madera y cemento pintadas de vivos colores como azul, verde, amarillo y anaranjado; otras están con los colores de los bloques y ladrillos.

Es común ver en los portales y balcones largos cordeles con ropa tendida y niños jugando a las escondidas entre las sábanas o revoloteando por las  calles polvorientas, con retazos de cemento y adoquines. Las personas que viven cerca de la orilla han construido sus propios muelles (largos y estrechos) con caña y madera.

Claudio Montalván cuenta que sus padres fueron los primeros en llegar a la comuna y él nació ahí hace 57 años. En el lugar conoció a Hilda Vera con quien se casó y procreó dos hijas: Narcisa y María.

Puerto LibertadClaudio Montalván, hijo de los primeros habitantes, junto a su esposa e hijas. Foto: Lylibeth Coloma / El Telégrafo

Los cuatro están de pie justo en lo que sería la “calle” principal, pero peatonal, pues no hay carros ni motos. Ahí está la iglesia San Pedro. Cada fin de semana llega un cura para oficiar la Misa. También es recibido “calurosamente” por los feligreses que pese a tener pocos recursos, cuando llegan visitas, se reúnen para brindar comida y bebida.

Por estar junto al mar, en Puerto Libertad normalmente la dieta se basa en mariscos, pero para conseguir los demás ingredientes básicos, si no hay en las dos tiendas del sector, deben viajar en lancha a poblaciones más grandes.

A unos 100 metros de la iglesia hay una amplia cancha de cemento y un parque en construcción. Detrás, una de las dos escuelas, en cada una da clases un profesor. También llegan voluntarios alemanes.

Los maestros se encargan de llevar útiles, materiales y uniformes para los estudiantes que reciben dos o tres días de clases a la semana. Los alumnos no solo son niños y adolescentes. A las aulas también van jóvenes, mujeres embarazadas, madres de familia y adultos. Hay médicos que los visitan esporádicamente.

Pese a las carencias, en Puerto Libertad las personas son sonrientes y amables. No piden mucho, solo tener lo necesario: servicios básicos todo el día, atención en salud, mejor educación y más seguridad. (I)

Puerto LibertadLa Iglesia de la comuna junto a una colorida vivienda. Foto: Lylibeth Coloma / El Telégrafo

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