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Ecuador, 18 de Octubre de 2024
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El Telégrafo
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Encebollados y las increíbles historias de un chofer de taxi

Entre los bloques de Las Acacias, al sur de Guayaquil, se encuentra un quiosco donde por décadas se ofrece encebollado. No ha sido siempre de la misma persona ni tampoco tuvo igual estructura, pero desde 1980 nunca falta este platillo para quienes viven en los condominios B, C y D.  

Entre los comensales, están los taxistas que sin ser del sector conversan como si conocieran al señor de los encebollados desde toda la vida. En el reducido espacio, cualquiera puede escuchar historias que rayan en lo absurdo e inverosímil. Uno de esos choferes, entre cucharada y cucharada, cuenta que hace unos días un familiar fue víctima de una estafa... Una que, al parecer, duró tres años en concluir.

“Un pana le prestó $ 30 dejando como prenda una licuadora (artefacto que se encuentra casi al doble o triple de ese valor) dentro de una caja... Pasaron tres años y el tipo jamás apareció”, comenta el conductor.

Cuando el acreedor decide usar finalmente el electrodoméstico dejado en prenda, este no funciona... Resultó que nunca tuvo motor.

“¡Va a creer que nunca notó eso!”, cuestiona el vendedor de encebollado. Algunos comensales, con la boca llena y un movimiento de cabeza, gesticulan estar de acuerdo con esa expresión.

Pero el taxista defiende la historia. “Seguro se confundió con el peso del vaso”. Aún así resultó increíble para la pequeña audiencia del quiosco.

Y continúa con otra historia. En Sauces, relata, una hermosa chica le solicitó una carrera para seguir otro vehículo. Dijo que estaba siguiendo a su pareja que andaba con otra e iba a “cogerlo en roja”.

Tras unos minutos, la mujer le coquetea... Le dice que andaba buscando a un hombre trabajador. El taxista detiene abruptamente su vehículo y le pide bajar. “No soy tonto”, enfatiza. “Seguro andaba de cómplice con el otro para después robarme”.

Entonces uno de los tantos comensales se retira con una sonrisa burlona. (I)

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