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Las luces y las sombras de un sitio lúgubre que regala esperanzas

Las luces y las sombras de un sitio lúgubre que regala esperanzas
16 de diciembre de 2018 - 00:00 - Isabel Hungría

Mientras la enfermera apura el tensiómetro para medirle la presión, sus brazos se mueven como garabatos de un electrocardiograma. Esos movimientos trepidantes, caprichosos, la llevan periódicamente a ese sitio y le han dado tal aspecto que conmueve a todo aquel que la observa. Es petisa, septuagenaria y sufre los estragos de un mal que aqueja actualmente a 7 millones de personas en el mundo: la enfermedad de Parkinson. 138 sobre 94. ¡Siguiente!        

Con desidia, ojeras de zombi y melena alborotada, un joven de estatura media, cuya edad no supera los 16 años, se sienta. El brazalete puesto en uno de sus brazos  empieza a ensancharse y él balbucea tímidamente algunos quejidos. La enfermera, que insufla la pera incesantemente, lo invita a hacer silencio, pero un fuerte estruendo rompe con la aparente calma. ¡Maldito mango! Como si él no viviera ya grandes tormentas (sufre de depresión), la madura fruta se ha emancipado del árbol y ha caído sobre el techo de zinc del consultorio.

Según un reporte de la Organización Mundial de la Salud, hasta febrero de 2017 al menos 322 millones de personas en el mundo sufrían de depresión, 18% más que hace una década. 120 sobre 90. ¡Siguiente!

Es de ojos grandes, genio áspero y mediana edad. Se tumba sobre la silla, pero antes advierte que no es su turno. Con diagnóstico de ansiedad, ella pide que le midan nuevamente la presión porque cuando lo hicieron acababa de llegar a la consulta y “estaba agitada”. Ha debido contener su angustia entrando al baño una vez, dos veces, tres, ante los perniciosos números que arrojó media hora antes el tensiómetro... “Es que este sitio me pone nerviosa”, susurra para justificar su pedido y enseguida estira uno de sus brazos para darse otra oportunidad. 120 sobre 70.  

Su realidad, o su imaginación (que más da, el problema existe), es similar a la que padecen muchos de los que aguardan en esa agitada sala, que cobija a diario a personas con taquicardia, sudoraciones, pánico, tristeza...

El coctel de males puede ser tan extenso como extenso es el sitio donde se encuentran: el Instituto de Neurociencias de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, lugar donde convergen pacientes con problemas neurológicos o psiquiátricos. ¡Siguiente!

Carolina, Raquel, Humberto... Cada uno, con rictus solemne, se acerca a la enfermera en lo que se ha dispuesto como antesala de consulta externa. Allí, la imperturbable auxiliar observa a diario cuadros de ansiedad, pánico o depresión, estados que paralizan y sumergen en episodios mentales de horror a quienes los padecen, pero también se encuentra con casos de alzhéimer, adicciones y esquizofrenia. 180/100. 140/70... ¡Siguiente!  

Luz, Héctor, Mariux... No, no es de sorprenderse, estas enfermedades atacan con febril virulencia a personas de todos los estratos y ocupaciones, sin distinción alguna, de ahí que el actor Jim Carrey, la cantante Lady Gaga, el pintor Salvador Dalí o el futbolista Andrés Iniesta, por mencionar a algunos célebres personajes, hayan convivido con los fantasmas de la depresión, la ansiedad o el párkinson. Siguiente...  

Su corazón late a raudales, o eso cree: “Tum, tum, tum, me hace”. Así detalla lo que ella siente. “¡Respira, respira!”, le aconseja su hermana, quien anhela, como en una suerte de exorcismo, que toda esa sintomatología que le afecta salga de su cabeza porque atestigua que allí, en su mente tirana, se ha afincado la idea de que la muerte le ronda y ante esa turbadora alerta su cuerpo reacciona activando su sistema de defensa con episodios de pánico, mucho pánico.

La paciente tiene 46 años, está en el climaterio y carga consigo los exámenes hormonales que le pidió la psiquiatra en la cita anterior y que recién acaba de realizarse. Han pasado 8 meses desde aquello y está nuevamente allí porque dejó los ansiolíticos recetados al notar una leve mejoría, pero este tipo de decisiones, sin consentimiento médico, suelen pasar onerosa factura: la ansiedad ha vuelto, y con una furia implacable.  

“Tranquila, inhala y exhala. Hazlo despacio”, le aconseja su pariente. 111 sobre 60. “¿Vale el tensiómetro?”, pregunta la doliente con un halo de sorpresa. “Sí, pulsaciones 100”, confirma la enfermera.

264 millones de personas padecían trastornos de ansiedad hasta febrero del año pasado, un incremento del 15% en relación a 10 años atrás, según la Organización Mundial de la Salud.  

En este sanatorio, que atiende diariamente a cerca de 400 personas por consulta externa y que abre sus puertas de 07:00 a 16:00 en sus 31 oficinas, la cita tiene un costo de $ 20. El lugar, como siguiendo un estudio de la Universidad de Stanford, que encuentra en los espacios verdes un revulsivo para purgar las enfermedades mentales, tiene plantas por doquier quizá porque se ha comprobado científicamente, aunque pareciera una broma infantil o una locura quijotesca, que abrazar a un árbol es tan eficaz para la salud mental como los medicamentos prescritos por algún psiquiatra.

Siguiente. Luis, Susana... El movimiento no cesa, pero cuando por fin se siente un poco de calma, un furibundo grito se escucha: “Maníííííí”. El insolente aullido, regalo cruel de un interno perturbado, alarma a todos. Su “licencia” para vender y sus delirios de empresario lo inducen a ofrecer el producto bramando la palabra “maní” incesantemente. Siguiente. Sofía, Lourdes, Miriam... 110/50. 148/100...  

Mientras algunos pacientes pasan por el ya extenuado tensiómetro, otros, con receta en mano, salen urgidos de los consultorios  para hacerse de fármacos cuyos nombres son tan raros como diazepam, neuryl o risperidona, pócimas que, “amén”, los rehabilite. Hasta tanto, hijos, padres o hermanos no encuentran mejor remedio que abrazarlos, con brazos constrictores, sin huellas de tremor... Siguiente. (I)

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