Cuando la lucha es una oración en el nombre del padre
Fernando no se considera ejemplar ni ha creado una biografía positiva de sí mismo. Es un reincidente en errores. Tiene 34 años y parece que tuviera 40. Las arrugas alrededor de sus ojos y el cabello entrecano son como cicatrices. Ha llegado al terminal de Quitumbe un viernes de sol. Debía arribar con cinco padres que, como él, no pueden ver a sus hijos, sin embargo, es el único que se atrevió a subirse al autobús desde Loja.
No se siente cansado por las trece horas de viaje. Un vendedor informal le ofrece una funda de mangos y ese es su desayuno en la capital. El recorrido en trolebús hasta el norte es largo. En la tarde, protestará por su situación, en el Juzgado de la Niñez y Adolescencia (Av. Amazonas y República).
Fernando es ingeniero en Administración de Empresas, aunque dice que la vida le dio un “masterado” en Derecho, por las veces que le ha tocado defenderse en los juzgados de Loja. En los últimos años atravesó por una serie de demandas, de experiencias con abogados, de comparecencias… A pesar de todo, cuando habla de su vida se muestra relajado, con esa gracia tan propia de los lojanos: “Ahora ya estoy más tranquilo, te voy a contar mi historia, como si fuera la de cualquier camello… Es dura, pero piensa que yo he conocido peores…”.
Hace menos de una década, Fernando recibió la noticia de que iba a tener un hijo con su novia Rossana (es mejor cambiar los nombres, aunque no las situaciones…) Todo iba bien para la pareja, hasta que tuvo algunos encuentros amorosos con Paola. A pesar del embarazo de Rossana, decidió ser sincero y se separó de ella, aunque se prometió a sí mismo que nunca descuidaría a su hijo, que nació sin complicaciones.
Luego de un tiempo, Paola anunció que también esperaba una hija, pero aquella relación también se deterioraba.
Fernando sintió que cometió un error al convivir con ella. No reparó en que era un amor pasajero y que con Rossana los días eran más armónicos. Sin embargo, no quería fallar otra vez… Decidió continuar con Paola.
Nació su hija Nataly. Él era feliz con ella y visitando a Pablito, su primer hijo, que para entonces ya tenía dos años.
La relación con Paola empeoraba cada vez más y las discusiones eran continuas y tediosas. No quería que la salud mental de Nataly sea afectada y definitivamente decidió terminar con su novia, a pesar del dolor que le provocó.
Estuvo un tiempo solo. Visitaba a Pablito y a Nataly, recuerda que su hija, cuando empezó a hablar, le dijo algo que conmovió sus entrañas: “Papi no (te) vayas”. Sin embargo, la mala relación con su madre, Paola, había vuelto esa petición un imposible... por el contrario, cuando veía a Pablito, con Rossana, vivían buenos momentos juntos.
Meses después, Fernando volvió a enamorarse de Rossana y ella lo perdonó. Paola no soportó la situación, le puso trabas para que visitara a Nataly y en el momento menos pensado, ya tenía una demanda por maltratos. Logró ver una vez más a su hija, le tomó una fotografía con sus juguetes, en ese momento nunca pensó que podría ser la última vez.
Cuando Paola supo que su relación con Rossana iba en serio y que hablaban de matrimonio, demandó a Fernando por supuesta pedofilia, lo acusó de violar a su propia hija…
- ¿Por qué cree que hubo tanta ira… debe haber alguna razón que no se atreve a mencionar…?, se le pregunta.
- “Quisiera que le preguntes a ella… Yo te digo que fue por celos. En todo caso, mira, hoy para contarte mi historia me pides papeles, documentos, pruebas… También me haces preguntas duras, pero supongamos que yo fuera mujer… Tendrías otra forma de comportarte, me creerías más… Lo mismo pasa con todo el sistema judicial ecuatoriano y con la gente en general… Ni todas las madres son buenas ni todos los padres son malos”.
Fernando muestra la foto deteriorada de Nataly, cuando jugaba con un osito amarillo y un dinosaurio verde en la sala de su casa. También dos de Pablito, en el malecón de Guayaquil. El tiempo pasa, las calles de Quito están llenas de personas que caminan de un lado a otro. Ya es mediodía y Fernando saca una camiseta que bordó Rossana, su esposa actual, justamente para la protesta de hoy.
David
Llega a las afueras del centro comercial El Jardín, con su actual esposa y su madre Silvia. Fue bombero hasta diciembre del año pasado. Hoy es paramédico en una empresa médica privada. Muestra una gigantografía de su primer hijo, Alexander, hoy de siete años. “Hace cuatro años casi no lo puedo ver, no puedo salir con él y compartir, todo, por capricho de la madre, que no me deja acercarme. Tengo una sentencia que me dice que los fines de semana puedo pasar con mi hijo, pero siempre lo esconden, lo llevan a otro lado, es una barrera bastante grande...”, dice, bebiendo un coctel de rabia y desesperanza.
David sostiene que su ex esposa -de la que se divorció hace cuatro años- se molestó mucho cuando formó otra familia. Todo empeoró cuando esperaba un hijo. “Sus palabras fueron: si tienes ya otro guagua, para que quieres al Alexander. Mejor olvídate de él, que ya no le vas a ver nunca más”. Recuerda aquella pelea, mientras muestra un recibo de la pensión alimenticia de 202 dólares, que cancela mensualmente y un registro de su salario, de $ 400: “más de la mitad de mi sueldo la pago de pensión y ese no es el problema, sino el alejarme de Alexander”.
David, al no poder ver a su hijo, optó por ir hasta su escuela, donde los profesores han llegado a un acuerdo con él. Cada semana dejan que los dos vayan al bar, al menos por diez minutos. En el pasado, David cuidaba de Alexander, porque su madre estudiaba y trabajaba. Esos años fueron hermosos para él: “Álex era un niño más inquieto y cariñoso, ahora siento que es bastante tímido conmigo”.
Silvia, la madre de David, quiere hablar, necesita desahogar muchas tensiones. “Le digo una cosa señor periodista, no porque mi hijo sea “solo el taita (padre)” no va a tener sentimientos. Yo lo adoraba al Alexander, y no me dejan ver a mi nieto… Le dicen, al pobre, que ya no tiene papá, que ahora su papá es su abuelito”.
Juan
A pesar de que su pinta de cantante se muestra estilizada al máximo (viste una camisa sin mangas, el cabello levantado con gel, sobre unas grandes gafas, jeans y botas), vive el peor momento de su vida. Solo ha podido ver una vez a su hija, desde octubre del año pasado. A Juan le cuesta mucho hablar sin desesperarse. Confunde palabras, acelera su testimonio. Se separó de su hija, Andreíta, de cinco años, porque, cuenta, la nueva pareja de su ex esposa cortó todo tipo de comunicaciones con él, por celos. “La mamá escondía a la niña por pedido de este señor, luego me llamó un abogado y me dijo que si quería ver a Andreíta debía aumentarle la pensión (pago 130 dólares). De lo contrario ellos me reducirían las visitas, a un día a la semana. Que si firmo con las condiciones que ellos me pusieron, encantados, que el viernes podía ver a la niña. Pero ella estaba secuestrada, fue un chantaje, y si yo firmaba las peticiones, igual no la iban a soltar”. Juan se descompone y recuerda que cantaba con ella, que Andreíta se sabía todas las canciones que ha escrito y que presenta en sus conciertos. En silencio, se quita las grandes gafas que cubren sus ojos.
La protesta
No son cien padres los que protestan frente al Juzgado de la Niñez y Adolescencia, como anticipaba su boletín de prensa. Apenas son unas 25 ó 30 personas las que reclaman sus derechos como padres: Fernando, David y Juan están presentes, a eso de las 16:00, y explican a los transeúntes su situación. Piden que los autos piten, a favor de sus peticiones, que resumen en poder ver a sus hijos.
Adentro del edificio, Elena Ortega, titular del Juzgado Octavo de la Niñez y Adolescencia, cree que estos padres no han ejercido debidamente sus derechos, aunque ellos sostengan que están en desventaja, frente a las madres de sus hijos, y que por eso se ha producido una serie de abusos de todo tipo, hasta sicológicos.
“De existir sospechas de manipulación en el menor, por parte de la madre, para que rechace a su progenitor, pese a que no hay sanciones, se considera la existencia de un indicio para que el padre pueda pedir la tenencia. Aunque le cuento que la mayoría de papás prefiere dejarlos con la madre, pues consideran que es mucha carga”, indica.
- ¿Qué derechos tiene un hombre, cuando a pesar de que está pagando la pensión alimentaria, la madre no le permite ver a su hijo o hija?
- Si las mujeres no cumplen con el régimen de visitas, no les dejan ver a los hijos, la ley faculta a los padres la solicitud de medidas coercitivas como solicitar allanamientos, pueden ir con la Policía para que la madre de sus niños los dejen ver…
- ¿Un padre no está en desventaja, cuando siempre o casi siempre se le entrega la custodia de un niño o niña a la madre, sin realizar antes un análisis exhaustivo anterior?
- La ley no da desventajas al padre, la ley casi es la copia de lo que existe en la Biblia, y a las mujeres nos dio una naturaleza diferente a la de los hombres, entonces la indicada es la madre. Aunque hay excepciones de madres que no cuidan a sus hijos y ahí la tenencia la tienen los hombres.
Freddy Velásquez, síndico de la fundación Papá Por Siempre, entidad que se dedica a apoyar casos donde los padres por una u otra razón son privados de ver a sus hijos, sostiene que en Ecuador en el período de 2006 a 2010, en las ciudades de Quito, Guayaquil y Cuenca, hubo cerca de 80.000 juicios por régimen de visitas, “pero solo se cumplen en un 25%, el resto no se cumple”.
Juan otra vez
A pesar de que recibió una acusación de maltrato, el 2 de febrero de este año le levantaron la boleta de auxilio. Al fin vio a Andreíta en su escuela y le entregó los regalos de Navidad que le había comprado. “La vi por primera vez luego de 5 meses. Fue doloroso, la Policía me entregó a mi niña, como si la hubieran secuestrado. Se botó a mis brazos. Lloré demasiado frente a ella”.
David otra vez
No hace mucho acudió, desesperado, y en busca de ayuda, al centro de equidad Tres Manuelas... “Las jueces, las personas de ahí me dijeron: bien hecho, por algo no le dejará verlo… Yo solo quería buscar una mediación, para que conversen con ella y le digan que el daño no es para los dos, sino para el bebé, porque si las parejas fracasamos no tienen por qué pagar los hijos. Me dijo una secretaria, que ahí no era un lugar para hombres, solo para mujeres y niños, y que me retirara”.
Fernando otra vez
Fernando, antes de regresar a Loja, contento, confirma que su esposa está embarazada de una niña. Y que desde hace algunos meses ya puede ver a Nataly, su hija, que hoy tiene cinco años. Nunca fue a la cárcel por la acusación de violación en su contra. No se encontraron pruebas de culpabilidad de ningún tipo de abuso y, desde ahí, se le otorgó el derecho de compartir con ella, una vez a la semana, durante tres horas.
El problema es que Nataly lo trata como un extraño. No ha vuelto a decirle que no se vaya. Nunca toca sus regalos, prefiere otros juguetes, sus abrazos han quedado postergados. Por eso quiere aprender títeres, para hacer una obra sobre su vida y aliviar un poco el dolor.
“Yo supongo que le hablaron mal de mí, en todo caso nunca, nunca, voy a dejar de luchar, quiero que la tenencia de mi hija sea compartida. Lo hago porque la amo. Y para que ella un día se entere, quizá ya cuando sea grande, de que su papá luchó con todas las fuerzas y por todos los medios, por ella…”, expresa.