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El Telégrafo

Pesadilla en Gaza

10 de agosto de 2014

En medio de todos los horrores que ocurren en la actual ofensiva israelí en Gaza, la meta de Israel es simple: regresar a la normalidad. Para Cisjordania, la normalidad es que Israel continúe con su construcción ilegal de asentamientos e infraestructura para poder integrarse todo aquello que pudiera ser de valor, al tiempo que confina a los palestinos a cantones inviables, sometiéndolos -además- a la represión y la violencia.

Para Gaza, lo normal es una existencia miserable en un cruel y destructivo estado de sitio que administra Israel para permitir la mera sobrevivencia, pero nada más.

El reciente desenfreno israelí fue provocado por el brutal asesinato de tres chicos israelíes de una colonia en la Cisjordania ocupada. Un mes antes, dos niños palestinos fueron asesinados a tiros en Ramallah, también en Cisjordania. Esas muertes atrajeron muy poca atención, lo cual es comprensible, ya que eso es la rutina.

“La indiferencia institucionalizada en Occidente hacia la vida palestina explica no solo por qué los palestinos recurren a la violencia”, afirma el analista del Medio Oriente Mouin Rabbani, “sino también el último ataque de Israel contra la Franja de Gaza”.

En una entrevista, el abogado de los Derechos Humanos Raji Sourani, que ha permanecido en Gaza a lo largo de años de brutalidad y terror israelíes, afirmó: “La frase más común que escucho cuando se empieza a hablar de un cese al fuego es: ‘Todos dicen que es mejor para todos nosotros morir que regresar a la situación en que estábamos antes de esta guerra. No queremos eso de nuevo. No tenemos dignidad, no tenemos orgullo; solamente somos blancos y somos muy baratos. O esta situación mejora de verdad o es mejor morir’. Y estoy hablando de intelectuales, académicos, gente común y corriente. Todo el mundo lo dice”.

En enero de 2006, los palestinos cometieron un delito gravísimo: votaron como no debían en una elección libre y cuidadosamente vigilada, dándole a Hamás el control del Parlamento. Los medios continuamente repiten la cantinela de que Hamás está dedicado a destruir a Israel. En realidad, la dirigencia de Hamás ha dejado en claro que su movimiento aceptaría la solución de dos Estados, de conformidad con el consenso internacional, bloqueado por EE.UU. e Israel desde hace 40 años. En cambio, aparte de unas palabras ocasionales y sin sentido, Israel está dedicado a la destrucción de Palestina y lleva a cabo ese compromiso.

El crimen de los palestinos de enero de 2006 fue castigado de inmediato. EE.UU. e Israel, con Europa vergonzosamente siguiendo sus pasos, impusieron pesadas sanciones a la población errante e Israel incrementó su violencia. EE.UU. e Israel rápidamente iniciaron planes para un golpe militar que derrocara al gobierno electo. Cuando Hamás tuvo la desfachatez de frustrar sus planes, los asaltos y el asedio israelíes se volvieron más severos.

No debería haber necesidad de repasar una vez más los desalentadores antecedentes. El implacable asedio y los salvajes ataques están puntuados por episodios de ‘podar el césped’, tomando prestada la alegre expresión aplicada por Israel a sus ejercicios periódicos de dispararles a peces en el estanque como parte de lo que llama su ‘guerra defensiva’. Una vez podado el césped y cuando la población desesperada trata de recuperarse de algún modo de la devastación y la muerte, hay un acuerdo de cese al fuego. El cese al fuego más reciente se estableció después del asalto lanzado por Israel en octubre de 2012, operación que llamó ‘Pilar de la Defensa’.

Aunque Israel mantuvo el asedio, Hamás respetó el cese al fuego, como acepta el mismo Israel. Pero las cosas cambiaron en abril de este año, cuando Hamás y Fatah llegaron a un acuerdo de unidad, que estableció un gobierno de tecnócratas sin filiación en ningún partido.

Naturalmente, Israel se puso furioso, sobre todo cuando Barack Obama manifestó su aprobación, como hizo todo el Occidente. El acuerdo de unidad no solo socava la pretensión israelí de que no puede negociar con una Palestina dividida, sino que -además- amenaza su meta de largo plazo de dividir Gaza y Cisjordania y continuar con sus políticas destructivas en las dos regiones.

Algo tenía que hacerse y la ocasión surgió el 12 de junio, cuando fueron asesinados los tres chicos israelíes en Cisjordania. Desde un principio, el gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu supo que estaban muertos, pero pretendió no saberlo para tener la oportunidad de lanzar una devastadora operación en Cisjordania dirigida contra Hamás. Netanyahu aseguró tener informes de que Hamás era el responsable. Eso también era mentira.

Una de las máximas autoridades israelíes sobre Hamás, Shlomi Eldar, reportó casi de inmediato que los asesinos muy probablemente venían de un clan disidente en Hebrón, que desde hacía mucho tiempo había sido una espina clavada en el costado de Hamás. Eldar agregó: “Estoy seguro de que no recibieron luz verde de la directiva de Hamás; solo pensaron que era el mejor momento de actuar”.

Sin embargo, los 18 días de carnicería después del secuestro lograron socavar el temido gobierno de unidad y se incrementó agudamente la represión israelí. Israel también lanzó docenas de ataques en Gaza, matando a cinco miembros de Hamás el 7 de julio.

Hamás finalmente reaccionó lanzando su primer cohete en 19 meses, dándole a Israel el pretexto de lanzar la operación ‘Borde Protector’ el 8 de julio.

Para el 31 de julio habían sido asesinados unos 1.400 palestinos, en su mayoría civiles, incluyendo a cientos de mujeres y niños. Y tres civiles israelíes. Grandes zonas de Gaza quedaron convertidas en escombros. Cuatro hospitales fueron atacados, otros tantos crímenes de guerra.

Los oficiales israelíes alaban la humanidad del que llaman “el Ejército más moral del mundo”, que informa a los residentes que va a bombardear su casa. Esta práctica es “sadismo, santurronamente disfrazado de misericordia”, en palabras de la periodista israelí Amira Hass: “Un mensaje grabado que les exige a cientos de miles de personas que dejen su casa, por estar en el blanco del fuego, para irse a otro lugar igualmente peligroso a 10 kilómetros de distancia”.

De hecho, no hay ningún lugar en la prisión que es Gaza a salvo del sadismo israelí, que podría exceder incluso los terribles crímenes de la operación ‘Plomo Fundido’ de 2008-2009.

Las horribles revelaciones provocaron la reacción acostumbrada en el presidente más moral del mundo, Barack Obama: gran simpatía hacia los israelíes, acres condenas contra Hamás y llamados a la moderación para ambas partes. Cuando se suspendan los actuales ataques, Israel espera tener la libertad de continuar con su criminal política en los territorios ocupados sin ninguna interferencia y con el apoyo estadounidense que ha disfrutado en el pasado.

Los gazatíes tendrán la libertad de regresar a la normalidad en la prisión administrada por Israel, mientras en Cisjordania, los palestinos podrán mirar en paz cómo Israel desmantela lo que queda de sus posesiones.

Ese es el resultado probable si Estados Unidos mantiene su decisivo apoyo unilateral a los crímenes israelíes y su rechazo al consenso internacional para un arreglo diplomático. Pero el futuro sería muy diferente si Estados Unidos retirara ese apoyo.

En ese caso sería posible avanzar hacia la ‘solución duradera’ en Gaza que ha propugnado el secretario de Estado John Kerry. Esta, por cierto, ha provocado una condena histérica en Israel, pues la frase podría interpretarse como un exhorto a poner fin al asedio y a los ataques regulares de Israel. Y -horror de horrores- la frase también podría interpretarse como un llamado a implementar el derecho internacional en el resto de los territorios ocupados.

Hace 40 años, Israel tomó la fatídica decisión de elegir la expansión en lugar de la seguridad, rechazando un tratado de paz integral ofrecido por Egipto a cambio de la evacuación del Sinaí egipcio, donde Israel estaba iniciando un amplio programa de asentamientos y obras de construcción. Israel se ha atenido a esa política desde entonces.

Si Estados Unidos decidiera alinearse con el resto del mundo, el impacto sería enorme. Una y otra vez, Israel ha abandonado planes muy caros cuando Washington se lo ha pedido. Tales son las relaciones de poder entre los dos.

Aun más, por ahora Israel tiene pocos recursos, después de haber adoptado políticas que lo convirtieron de un país que era muy admirado a otro que es temido y despreciado, políticas que ahora está siguiendo con ciega determinación en su marcha hacia el deterioro moral y su posible destrucción a fin de cuentas.

¿Podría cambiar la política estadounidense? No es imposible. La opinión pública ha cambiado considerablemente en los últimos años, particularmente entre los jóvenes, y eso no puede pasarse por alto.

Desde hace algunos años ha habido una buena base de la exigencia popular de que Washington observe sus propias leyes y le retire la ayuda militar a Israel. En efecto, las leyes de Estados Unidos requieren que “no se suministre ninguna ayuda de seguridad a países cuyo gobierno participe de manera sistemática en violaciones de los derechos humanos reconocidos internacionalmente”.

Israel ciertamente es culpable de estas violaciones sistemáticas y lo ha sido desde hace muchos años. El senador Patrick Leahy de Vermont, autor de esa cláusula de la ley, ha señalado la posibilidad de aplicarla a Israel en casos específicos y con una campaña de activismo bien dirigida, educativa y organizada, una iniciativa como esta podría tener éxito.

Eso tendría un impacto significativo en sí mismo, al tiempo que constituiría un trampolín de otras acciones para compeler a Washington a ser parte de ‘la comunidad internacional’ y a observar las leyes y las normas internacionales.

Nada podría ser más significativo para las trágicas víctimas palestinas después de tantos años de violencia y represión.

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