Hace un par de días fui a ver el documental sobre la muerte de Jaime Roldós. Conmovedor relato de este hecho histórico, desde los móviles, pasando por las causas y las consecuencias. Por supuesto, se trata de lucubraciones, pues hasta ahora nadie nos ha dicho con claridad qué pasó ese 24 de mayo de 1981. Me acuerdo que estaba con mi padre aquel día en el Estadio Modelo, viendo el partido Ecuador - Chile. Dieron la noticia por altoparlante y fue una de las pocas veces que lo vi llorar. “Era un buen hombre”, me dijo. Pero Roldós era más que eso. Representó el despertar político de un pueblo, que intuitivamente cifraba sus esperanzas en este hombre joven e idealista. Tengo mis dudas de que Roldós haya sido la expresión de una nueva generación de políticos. Con notables excepciones, siempre pareció rodeado de enemigos, internos y externos, gente que no compartía o siquiera entendía su visión sobre las instituciones democráticas, los derechos humanos, el rol político de Latinoamérica o su lucha por los más desposeídos. O tal vez fue simplemente un adelantado a su tiempo y lo pagó con su vida. 

Lo notable del tema es que no me había puesto a pensar qué tanto pudo la muerte de este hombre marcar la historia nacional y sobre todo el despertar de la conciencia política de una nueva generación. Tal vez el mayor legado del efímero mandato del expresidente lo palpamos hoy cuando el Ecuador busca con intensidad su inserción en el progreso. La lucha contra la pobreza, la importancia de las instituciones, la defensa de la democracia, la enorme vigencia de los derechos humanos son temas que se reflejan de forma recurrente en el debate cívico y político cotidiano, en una pluralidad de actores, públicos y privados. Probablemente esa sea la mayor herencia, entre varias, que dejó este gran hombre, quien en una convulsa época buscó sacar a nuestro país del estigma del subdesarrollo.

Francisco Jiménez Sánchez

Doctor en Leyes, MSc en Políticas Públicas y Ec. Política