No hay democracia en la desigualdad
Con los antecedentes dictatoriales del subcontinente latinoamericano y, sobre todo, considerando los enormes esfuerzos que significaron las transiciones a la democracia en los países que lo conforman, pensaríamos que cuidar lo alcanzado puede darse por hecho. Sin embargo, el apego hacia la democracia no deja de decrecer.
Uno de los argumentos que con más frecuencia se esgrime para explicarlo es que las democracias no son eficientes generando mejores condiciones económicas para la población y que tienen, en consecuencia, una serie de promesas incumplidas como más y mejores empleos, control de la inflación y servicios sociales con mayor cobertura y calidad.
Cuando se mide a las democracias con esa vara, se están pasando por alto varias cosas: primero, en democracia se pueden elegir gobiernos de muy diversas raigambres ideológicas -incluso sin ninguna- y que por lo tanto sus propuestas de política pública y los resultados de las mismas son igualmente distintos. Segundo, que las dictaduras no salen necesariamente mejor libradas de este examen pero que sus aparatos de control de la información y de coerción para lograr el “respaldo popular” generaban narrativas distintas.
Lo que no es una falacia es la repercusión que para la democracia tiene la falta de desarrollo económico, porque allí donde hay pobreza y desigualdad hay exclusión. Quienes integran las capas poblacionales más frágiles económicamente hablando, ven su vulnerabilidad replicarse al infinito en todas las instancias de la vida en comunidad: su capacidad para hacerse escuchar, su disponibilidad de tiempo para asociarse o participar en el debate público y con ello estar debidamente representadas en las instancias de poder, la alienación de sus derechos por la vía de supeditar los programas sociales al respaldo electoral que estén dispuestas a garantizar, etcétera.
Así, economía y democracia son dos caras de la misma moneda, cuyo canto es la representación. Si esa representación está erosionada por la desigualdad, la diferenciación entre ambas se vuelve borrosa hasta casi desaparecer, poniéndonos en riesgo de regresiones autoritarias. Sociedades profundamente desiguales como lo son las latinoamericanas son incapaces de generar apego democrático. (O)
Consejera Electoral en el estado de Nuevo León (México) y Red de Politólogas*