Sociedad retoma el debate sobre la reforma política
El actual estado de descomposición nacional ha motivado un nuevo debate para buscar fortalecer el sistema democrático del país, identificando lo positivo del avance constitucional y los nudos críticos que determinan que los derechos consagrados no puedan ser materializados, y que las garantías a esos derechos se vuelvan de papel.
Análisis que ponen especial atención en el sistema político referido a lo electoral, al régimen de partidos y a la “Arquitectura Constitucional del Estado” para la materialización de los derechos consagrados.
Para ello se debe empezar por reconocer que los problemas de Ecuador son básicamente estructurales -sin desconocer la gravedad de los coyunturales que nos aquejan-. Lo que determina que con reformas aisladas o de maquillaje no se logrará el cambio que se necesita.
El país exige más democracia y menos concentración de poder; total transparencia, cero corrupción; más respeto a la dignidad humana y ninguna procacidad e intrascendencia en el discurso político; más paz y menos violencia; despolitización definitiva de la justicia y no judicialización de la política; más trabajo y menos flexibilización laboral; seguridad social universal y de calidad por cuenta del Estado para proteger al ser humano; y no la partida de defunción del IESS por quiebra financiera y corrupción; más seguridad y menos narcotráfico; economía sana y menos endeudamiento en particular con préstamos condicionados a la receta genocida en contra del pueblo y al saqueo del patrimonio nacional.
Reforma política sí, pero para socializar al Estado y no para estatizar a la sociedad; para minimizar el posible ejercicio de un poder arbitrario o despótico, es decir, para diseñar un esquema constitucional que conduzca a gobernantes y gobernados a hacer el bien y prevenir la intención de hacer el mal.
Se afirma que el hiperpresidencialismo atenta contra la parte dogmática y, sin embargo, no hay un proyecto estructurado de alternativa; como tampoco lo hay para combatir la corrupción.
Por tanto, el diseño de las instituciones tiene que responder al proyecto político de la sociedad en su conjunto y estar asentado en el mayor consenso posible para que sea legítimo. No se puede caer en el error de hacer normas a la medida del gobernante o de la coyuntura.
La reforma política actual debe referirse a sostener los avances de la dogmática constitucional, en materia de derechos y desechar a las instituciones de su parte orgánica, que no pudieron constituirse en garantía de esos.
La parte dogmática de la Constitución debe ser defendida y la parte orgánica, debe merecer una nueva “Arquitectura Constitucional del Estado” para que viabilice la materialización de los derechos y el respeto a sus garantías; es decir, para que podamos vivir y disfrutar de un Estado Constitucional de Derechos y Justicia.
No olvidemos que los ecuatorianos entendemos a la democracia como un espacio de paz, libertad, trabajo y materialización de derechos. Impulsemos esta reforma política en época de cólera, para salvar a nuestro pueblo del totalitarismo y la corrupción.
Penosamente, a 2019, volvemos sobre los mismos temas convencidos de que se claudicó en el intento por parte de los gobernantes que nos ofrecieron el sueño de Montecristi; con el agravante de que, a diferencia de la década de los 90 del siglo pasado, estos doce años presenciamos atónitos una actitud pasiva de la sociedad civil que no se moviliza; mientras las élites maniobran a favor de sus intereses y rehúyen el diálogo y el consenso. (I)