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Ecuador, 27 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Rostros de esa lucha llamada maternidad

Entrevista a una trabajadora sexual 

“Deseo que mi hija sea mucho más que yo”

“Cuando tenía 14 años vine del Azuay a trabajar a Guayaquil, como muchas otras chicas de mi pueblo. Llegué a la casa de una tía que vive en el suroeste de la ciudad. Ella tenía algunos contactos y fue así que empecé a trabajar como empleada doméstica. De esa forma, limpiando casas, lavando ropa, cuidando niños, permanecí algunos años.

Luego, gracias a la ayuda de una señora de una casa donde trabajé largo tiempo, entré al colegio. Allí conocí amigos, empecé a ir a fiestas, a salir con ellos, a llegar muy tarde y descuidé mi trabajo. Lo perdí.

Una de aquellas noches, conocí a Juan, un chico del que me enamoré. Tuvimos una relación corta, de pocos meses y me embaracé... pero él no quiso hacerse cargo de nosotras. Entonces, decidí tener a Pamela por mi cuenta y criarla sin su padre, con todos los problemas que eso podía implicar.

A partir de allí, la vida se puso cuesta arriba para mí: solo conseguía trabajos temporales, con bajo sueldo.

Tampoco tenía dónde vivir y empecé a pedir posada con amigas, en la casa de mi tía, en lugares donde ya había trabajado... todo esto con mi hija recién nacida en brazos.

Desesperada, pensé en la opción del dinero fácil. Busqué alternativas en avisos del periódico y en bares, hasta que un taxista me llevó a un night club muy popular en el norte de la ciudad, donde me dijo que necesitaban chicas.

La entrevista con el dueño del lugar fue vestida únicamente en ropa interior y con tacones altos. Me vio, intercambiamos un breve diálogo y me dijo: “Sirves para bailar en el tubo”, entonces empecé...

Las primeras noches fueron muy duras, hasta aprender las habilidades del llamado pole dancing, pero poco a poco fui ganando destreza, confianza en mí misma y perdiendo la vergüenza. Acá, todas la perdemos.

Es cierto que fui contratada solo para bailar, pero adentro los hombres proponen otras cosas, que dejan más dinero, aunque eso depende mucho de la estatura, medidas y de lo que una esté dispuesta a hacer.

Mi primer cliente fue un chico de 18 años, al que su padre llevó para que perdiera su virginidad. Fuimos a su casa.

En su cuarto, ambos estábamos nerviosos... de cierta manera,  para mí también era la primera vez.

No puedo calcular la cantidad exacta de hombres con los que he mantenido relaciones sexuales, pero en estos tres años seguramente son más de mil.

Sé que lo que hago es cuestionable, desde el punto de vista social, ético, religioso... Sin embargo, no me arrepiento, porque lo hago por Pamela, para darle una vida mejor, la vida que yo no pude tener. Ella hoy tiene 5 años, va a la escuela, tiene un lugar en donde vivir, tiene niñera, juguetes, paseos, lo que me pida. Si yo no me dedicara a esto, quizá ella no tendría las comodidades que tiene ahora.

Por mi lado, trabajo en la mañana, voy al colegio por las noches y de madrugada, bueno...

Algún día quisiera ir a la universidad, pero no estoy segura de querer dejar este ritmo de vida. Me da las facilidades que ambas necesitamos para estar tranquilas.

Cuando pienso en el futuro, planeo hablarle a mi hija con la verdad, ser honesta con ella y decirle a lo que me he dedicado todos estos años... pero eso sí, espero que ella nunca se dedique a lo mismo. Deseo que ella sea mucho más que yo”.

 

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