Sororidad
Matilde Hidalgo, visionaria del rol moderno de la mujer ecuatoriana
Un día como hoy, 29 de septiembre, en Loja, hace 130 años nació Matilde Hidalgo, precursora del feminismo en Ecuador y una estrella cuya estela aún perdura.
Su vida nos demuestra que un sueño individual se puede convertir en un sueño colectivo, que el sacrificio puede trascender nuestra existencia y que los ideales pueden ser transmitidos por infinitas generaciones.
Yo la recuerdo a Matilde con especial cariño por ser su sobrina bisnieta. Hoy me permito estas líneas para honrar a nuestra pionera con un recuento de los sucesos y logros personales que la convirtieron en historia para todo un país y en un avance trascendental del desarrollo intelectual, cultural, político y económico de la mujer ecuatoriana. Y por qué no, de la mujer latinoamericana.
Allá en 1889, en un hogar lojano, en el sur de Ecuador, que a escasos meses lloraba la muerte del padre de familia, doña Carmen Navarro -ya viuda - trajo al mundo a su séptimo hijo.
Con felicidad la familia Hidalgo Navarro recibió a una niña, Matilde, un gran reto en una época donde solo el hombre velaba por el pan de la mesa en el hogar.
Matilde nació huérfana de padre, pero esto no fue impedimento para recibir el apoyo familiar que esta vivaz niña requería. Su hermano mayor, Antonio, se vio en la tarea de apoyar a su madre para mantener su hogar y pronto se convirtió en una mezcla perfecta de hermano, tutor y maestro para Matilde.
Antonio, reconocido músico y compositor, le enseña a leer y a escribir a los cuatro años, y la adelanta varios años en aprendizaje por su notable curiosidad y hambre de conocimiento.
En la primaria Matilde decidió ser voluntaria de enfermería. Lo hizo para ayudar a los aquejados que atendían las Hermanas de la Caridad de su escuela Inmaculada Concepción. Allí muestra un instinto innato por ayudar al prójimo desde la medicina, idea utópica para una mujer.
Varias interrogantes aparecen y consigo respuestas insatisfactorias, ¿es posible que una niña cuestione el status quo? Hubo alguien que le dio luces para pasar de la curiosidad a la acción y ese fue su hermano Antonio, quien le aseguró que ella podía ser médica si así lo deseaba.
Esta respuesta se convirtió en el detonante. Matilde decidió entonces solicitar una matrícula en el colegio masculino Bernardo Valdivieso, en Loja, y este se convirtió en un punto de quiebre en su vida porque, con la inocencia de la juventud, entendió que los deseos de superación tienen un precio alto.
Amistades perdidas, egoísmo, crítica social, marginación, discriminación e insultos… son algunos de los desprecios que nuestra ecuatoriana atemporal vivió.
Pero no todo era oscuridad, es allí donde Matilde comprendió que sus decisiones podían llegar a tener un impacto social significativo, pero no desistió, por el contrario, resistió y persistió.
Afortunadamente, nunca estuvo sola, no porque necesitara ayuda sino porque los buenos consejos son necesarios durante los tiempos de expectación. Distintas personas la iluminaron en su camino hacia la grandeza.
Apareció en su vida un joven dispuesto a respetar la libertad que exigía este espíritu aguerrido; ingresa a escena Fernando Procel.
En las aulas estudiantiles él se sintió inmediatamente identificado con Matilde, y con el tiempo uno se convierte en el apoyo del otro. Por un lado estaba una mujer estudiante y, por el otro, un estudiante varón que había llegado, sin sus padres, desde la provincia de El Oro con el objetivo de instruirse en la capital de la cultura.
Reflexionando un poco, ambos mantenían posturas similares caracterizadas por la humildad de ser minoría. Además, se encontraron en la fecha y en el lugar idóneo. Después de algún tiempo, Matilde vio el fruto de tanto esfuerzo. Lo hizo cuando se convirtió en la primera mujer en graduarse de bachiller en un colegio exclusivamente para hombres.
Pero ahí no terminó su sueño y ella emprendió un nuevo ciclo que no cualquiera retomaría. Matilde nuevamente incursionó en la dinámica de rechazo -insistencia a la que ya estaba bastante acostumbrada. Luego de varios intentos fallidos y de salir del claustro de un convento, con el apoyo moral de su hermano logró ingresar a la Universidad de Cuenca para estudiar una licenciatura en Medicina.
De esta manera, hace 100 años, un 18 de julio de 1919, Matilde Hidalgo alcanzó el título de la primera licenciada en Medicina del Ecuador. Con esa formación pudo obtener el doctorado que -finalmente- consiguió en 1921.
El título fue emitido por la Universidad Central del Ecuador (UCE). En esa alma mater, y por su dedicación, se graduó con honores. Pero su conquista cívica más importante estaba aún por darse. Para las elecciones legislativas de 1924, Matilde acudió al recinto electoral de Machala, donde vivía con su esposo, el doctor Fernando Procel, para exigir ser empadronada.
La primera mujer médico del país sostuvo que la democracia debía avanzar, y eso sugería dar paso a que las mujeres ecuatorianas sufragaran. En ese tiempo, para ejercer el derecho al voto la Constitución de la República del Ecuador solo exigía a los ciudadanos ser mayores de 21 años, y saber leer y escribir.
Su solicitud fue aprobada por el Consejo de Estado; Matilde quedó empadronada y meses más tarde logró votar en su natal Loja, convirtiéndose en una de las precursoras del sufragio femenino mundial por ser la primera mujer en votar en América Latina.
Poeta, médica, política, funcionaria pública, madre, esposa, maestra… Matilde parte de este mundo en 1974 y nos deja el legado de sus conquistas a todos los ecuatorianos. Siempre será el momento oportuno para mantener viva su historia de lucha, coraje y entereza.
¡Que viva Matilde Hidalgo Navarro, ícono latinoamericano! (O)
El legado
Su trabajo
Ya una profesional, Matilde Hidalgo regresa a Loja, su ciudad natal, para brindar su servicio a los enfermos. Después de un tiempo viaja a Guayaquil y en esa ciudad trabaja en el Hospital General. Un año después se radicó en Machala.
84 años de edad tenía Matilde Hidalgo de Procel cuando murió en Guayaquil, en febrero de 1974.
Sus reconocimientos
El Gobierno la condecoró con preseas Al Mérito en el grado de Gran Oficial, en 1956; Gran Caballero y Salud Pública, en 1971; y a petición de la Cruz Roja, la Medalla de Servicios, en 1959. (I)