El otro poder
Por: Fernanda Verdesoto Ardaya
Literata y docente universitaria
Hace una semana escribí un artículo sobre los casos de la difusión maliciosa de videos sexuales de la presidenta del Estado Plurinacional de Bolivia, Jeanine Áñez, y de la presidenta de la Cámara de Senadores del mismo país, Eva Copa. Y el debate quedó trunco, porque se volvió una discusión entre bandos e ideologías que dejaron de lado la búsqueda de la empatía y la justicia ante personas que sufrieron un ataque machista de los peores.
Olvidaba que siempre se puede poner peor.
¿Por qué? Ya son varios los casos de imágenes o videos sexuales filtrados con el fin de humillar. Simplemente humillar, hundir, martirizar a una persona. Y en general son mujeres. Pero, antes que nada, vamos a sacar una espinita: No quiere decir que esta herramienta maldita se utiliza exclusivamente con mujeres. Alguna vez me llegó el mensaje-venganza de una chica con las fotos de su ex desnudo y me sacó de sus contactos antes de que pueda reaccionar. Entonces, sí, pasa, y mucho. Ahora tocará hablar de por qué cuando esto ocurre, las mujeres reciben el peor golpe.
De la situación que mencioné al inicio sobre el mundo político boliviano, ya había ocurrido antes en su mundo de la farándula con la presentadora Paola Belmonte, con la actriz Emma Guerrero en Ecuador y, en un mundo mucho menos público, con “Verónica” en España, quien terminó quitándose la vida cuando las imágenes llegaron a manos de su esposo. Y hay casos, tantos, que me hacen temblar las manos cuando pienso en todas las chicas víctimas de estas atrocidades. Y en todos estos incidentes/crímenes contra estas mujeres, fueron ellas las que reaccionaron de muy diferentes y válidas maneras, tomando todo el peso de la situación: “Verónica” se suicidó por la golpiza social que le hicieron en su espacio de trabajo. Emma Guerrero salió muy valientemente a hablar de manera pública y se bancó los golpes como pudo. Paola fue linchada social y mediáticamente. A su pareja, nada, es más, le aplaudieron. Porque así había sido nomás. Porque eso es lo que pasa. Son las mujeres quienes tienen que defenderse por algo que les hicieron y luchar contra su propia violación mediática. Son las mujeres quienes pierden el trabajo, las amistades, las familias y hasta la vida. Porque en general, si se “filtran” o reenvían imágenes de hombres (teniendo sexo con mujeres, claro), pues directamente no se toma en cuenta, a veces se lo felicita, porque está haciendo “bien” su papel activo. Pero a la mujer se la humilla, siempre visualizándola en el papel pasivo de lo sexual. Por lo tanto también se cree que debería serlo en la vida social.
En América Latina convivimos con un machismo bien rancio. Ese que hacen que justamente estos incidentes cibernéticos sean una táctica muy, pero muy fácil para acabar con la vida emocional, el cuerpo y la imagen de una mujer. Es, además, fácil, porque la “filtración” de las imágenes no se acaba con un simple ver-reenviar. Sigue y sigue. Justamente porque, como sociedad, queremos también el poder de pisotear y juzgar. Violar desde las redes sociales. Violar cibernéticamente con el pulgar que se entierra en la pantalla. Porque nos encanta quitarles el poder a las mujeres de imagen pública como Emma Guerrero o Eva Copa. Nos encanta que la vida simple y aburrida de mujeres como “Verónica” o “María” (puedo escribir todos los nombres femeninos, porque todas han pasado por esto) se vuelva más horrorosa que la nuestra.
Existe una superioridad moral que uno necesita ratificar a toda costa, aunque el precio sea la vida de una mujer: “¿Para qué se deja filmar?”, “Se lo merece por ser del partido X”, “Pero ella nunca dijo nada respecto a…”, “Eso le pasa por…”. Eso hemos aprendido con la gran amplificación de nuestra voz que nos dio la tecnología en el siglo XXI. A buscar poder sobre el Otro, aunque sea momentáneo, sin importar el costo.
Y luego de la “filtración”, todo sigue.
Lamentablemente, mientras más poder muestre una mujer (y no necesariamente mediático o político), más seguirán ocurriendo estas cosas. Seguirán hackeando la intimidad o seguirán montando videos en la deep web o la web común de Google. Sigue siendo un arma que tumba hasta a la más fuerte. Los casos que nombro, y solamente de Hispanoamérica, son una partícula en el universo de difamación. Por esto mismo, como humanos, creo que es necesario aprender a despreciar la superioridad y aprender a practicar más la empatía.
Como mujeres, debemos empezar a crear más lazos de amistad entre nosotras, compartir nuestro poder y lograr decir “estoy aquí para ti”. Pulsar Stop a esas cadenas de videos, borrarlos y encarar al que los envía. Ser el machete de la cadena. Que, sin importar que uno deteste con el alma a la víctima de estos delitos, podemos empatizar con ellas. Caminar junto a ellas y no sobre ellas. Es posible.
Y eso también es poder. (I)