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El Telégrafo
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La máscara es un elemento esencial de las celebraciones populares

La imagen del demonio es de las más utilizadas durante las festividades campesinas e indígenas, por su carga aleccionadora para la gente.
La imagen del demonio es de las más utilizadas durante las festividades campesinas e indígenas, por su carga aleccionadora para la gente.
Foto: Archivo El Telégrafo
07 de abril de 2020 - 00:00 - Redacción Intercultural

Las fiestas religiosas en la provincia del Azuay se matizan con danzas, bandas de pueblo, bailes populares y comparsas, donde hombres y mujeres utilizan máscaras y zapatean sin descanso.

Todos estos elementos son inseparables en las festividades, según se describe en el portal Los Pueblos Indígenas. “Pueden embriagarse y bailar en las calles con desenfreno durante toda la noche. El triste se alegra, el tímido se vuelve atrevido. El disfraz permite la liberación de los deseos reprimidos”.

Los danzantes representan distintos personajes que cumplen un rol particular en la celebración. Tradicionalmente, sus trajes eran confeccionados con pieles y plumas, pero con el paso del tiempo sus vestuarios se han simplificado hasta reducirse solo a algunas partes fundamentales; asimismo, los materiales para su elaboración se han perdido poco a poco.

En el caso de las máscaras, en su mayoría, son elaboradas con telas, arcilla o materiales livianos como la hojalata y fina malla de metal.

Para el historiador Juan Cordero, las máscaras traen consigo una historia de las distintas culturas del mundo y del país; sin embargo, no considera que sean parte de la identidad cuencana. “Por ejemplo, en la cultura Tolita se encuentran varias máscaras usadas en bailes para atraer la atención de los dioses y otras de tipo mortuorio que trataban de presentar a los dioses una imagen diferente y buena, distinta a la que se tuvo en vida”, dice Cordero.

Luis Humberto Vinueza, artesano de Otavalo radicado en Cuenca, relata que las fiestas con máscaras aún sobresalen en el país, y en especial en la provincia de Imbabura.

Señala que la máscara, en especial del Aya Uma, el personaje central de Inti Raymi, es la más utilizada en las comunidades, tanto por adultos como por niños. “Nosotros bailamos en el Inti Raymi y en las fiestas de San Juan, en Otavalo, en Cotacachi y Cayambe; esas son nuestras fiestas. Los blancos solamente nos acompañan”.

Vinueza fabrica máscaras del Aya Uma y son las que más se venden. Su valor depende del material. “La mejor cuesta $ 120, ya que su diseño es único y se utilizan materiales más caros para dar mayor vistosidad a la vestimenta”.

Agrega que la confección le toma una semana completa, mientras la máscara de $ 10 es hecha a base de hilos de color, pero también es muy utilizada en las fiestas.

El Aya Uma incluye toda una indumentaria. Además de la máscara luce una camisa blanca bordada y lleva un látigo llamado “chicote” por los indígenas. Viste pantalón blanco y encima lleva un zamarro de cuero de borrego.

máscaraLa representación de animales, considerados como divinidades por los pueblos aborígenes, tiene también gran importancia en la cultura popular. Foto: Archivo El Telégrafo

El “ruco”, un personaje entrañable

Una máscara popular en la provincia del Azuay es la alegoría de un “rucu” o viejo. Es una representación de un personaje con nariz larga y abundante pelo. Algunas de estas máscaras tienen barba y pronunciadas cejas. Los “viejos” visten con ropa de varios colores y bailan en las fiestas de los pueblos. Llevan máscaras de tela que son hechas muchas veces por ellos mismos.

En el cantón azuayo Guachapala, en homenaje a su patrono, los “viejos” usan máscaras multicolores, ropajes especiales y danzan entre las comparsas que integran las familias del lugar.

El escritor Teodoro Jerves, nativo de ese cantón, los describe de esta forma y señala que son parte de las celebraciones. Los más jóvenes, adultos y mayores de las familias de los priostes son quienes se visten y hacen el papel de “viejos”.

Muchos de ellos van con sus hijos en brazos y otros sobre los hombros. “La tradición se comparte desde temprana edad”, comenta el empresario azuayo Arturo Ramón, quien no se pierde de esta costumbre que aún existen en los cantones orientales del Azuay. Él recorre Paute, Guachapala, Sevilla de Oro y El Pan, donde su gente no deja morir estas tradiciones.

Pero la representación de los “rucos” no es exclusiva del Austro. En la zona del valle de Los Chillos, al sureste de Quito, este personaje forma parte también de las fiestas e incluso es considerado patrimonio de la zona. (I)

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